Cuando todo el mundo pierde solo estos hombres ganan

Este es un escrito sobre hombres que han hecho grandes negocios con las crisis mundiales. Los gigantes Bezos y Zuckerberg van tras los pasos de quien fuera el hombre más rico en su tiempo, Aristóteles Sócrates Onasis, quien vio en las guerras del siglo pasado oportunidades de negocio.

Hace setenta años García Márquez escribió un perfil sobre Aristóteles Sócrates Onasis. En el escrito dejó registrada la ironía de un hombre que hizo la mayor fortuna de su época con la desgracia del mundo. La Segunda Guerra Mundial, la de Corea y la crisis del Suez fueron sus mejores negocios. Su fortuna la consiguió con la compra de barcos y buques petroleros a comerciantes en crisis o a países con navíos sobrantes de guerras, y los puso a navegar con banderas neutrales entre Europa, Asia y América. De modo que, como lo hace notar García Márquez, al igual que el imperio español de la conquista de América, el suyo no veía ocultarse el sol.

Los millones acumulados por Aristóteles Onasis con el transporte de petróleo hoy son medio día de trabajo en la cuenta bancaria de Jeff Bezos o de Mark Zuckerberg, entre los diez más ricos del mundo. A diferencia del imperio de Onasis, los de Bezos y Zuckerberg siempre han estado ocultos al sol entre las millares de redes interconectadas en todo el mundo. Imperios que en lugar de petróleo transportan información de los usuarios por el mar de internet, que se convierte después en ceros y ceros a la derecha. La fortuna de Bezos con Amazon fue la primera en llegar a los cien mil millones de dólares, incluso después de sobrevivir a su divorcio. La de Zuckerberg con Facebook hoy llega a más de cincuenta mil millones. Seguramente con la crisis del nuevo coronavirus serán fortunas que crecerán aún más, y ello no representará mayor igualdad sino desigualdad planetaria.

El adagio popular del comerciante dice lo siguiente: “En época de crisis algunos lloran y otros hacen pañuelos”. Parece que Onasis lo supo, y parece también que Bezos y Zuckerberg lo saben. Solo que los pañuelos que hacen hoy son la compra de superaplicaciones en Asia o África, chats en video compartido con herramientas novedosas, compras de nuevas flotas para transporte de mercancía. La más impactante es la apuesta que hoy hace Facebook de rodear a toda África con un cable de fibra óptica submarina casi del tamaño de la circunferencia de la tierra: más de veinte mil millas para conectar al continente menos conectado del planeta. Ahora solo falta conectarlo contra el hambre. Facebook es solo un ejemplo: Amazon, Apple, Google y Microsoft disponen de toda su agresividad comercial para no salir del paso. Mientras el resto del mundo se despierta en la recesión, ellos apuestan para seguir cosechando ceros.

Pero, como están las cosas, el comercio electrónico puede aumentar las crisis latinoamericanas durante la cuarentena, y no ayudar a superarla.

Ese adagio popular se queda corto. Hay quienes conocen mucho mejor la maquinita de hacer pañuelos. La de hoy es virtual. Si Amazon antes de la crisis era un gigante del comercio electrónico al por menor en Estados Unidos, después de esta no sabemos cuánto más crecerá. Usualmente nos hacemos la idea en la cabeza de un mundo en el que no tendremos ni qué desear para que lleguen los productos a la casa. La mujer embarazada sabrá que está embarazada porque le llega un paquete con cosas de bebé: así lo explica este documental de la Deutsche Welle. Esto porque estas empresas almacenan tanta información a través de nuestros clics que nos conocen mejor que nosotros mismos. Esto se llama dataísmo: somos datos a la venta para gestionar nuestros deseos. Datos al alcance de cualquier sistema de poder nacional o internacional. Somos parte de la religión de los datos, que Yuval Noah Harari cuenta como el dogma contemporáneo.

Amazon es el amo y señor del comercio electrónico al por menor. Amo y señor del comercio de los productos que, antes de adquiridos, no se ven ni se tocan, como el mayor acto de fe. La cuarentena ha representado una ganancia aún mayor. Por la demanda ha crecido el valor de la acción de la empresa y han tenido que potenciar su oferta con miles de empleos contratados, según la revista Dinero. Ríos y ríos de ingresos comparados con toda la Amazonía que, conforme la empresa crece, el pulmón natural, por el contrario, decrece. Esto como un comparativo que refleja la realidad del comercio electrónico: sus orígenes y desarrollos han sido de los países del norte, y los países del sur global apenas vienen a conocerlo (tal y como también así lo hace ver la apuesta por el cable submarino alrededor de África).

Su historia lo dice. Un comercio que nació, a comienzo del siglo pasado, con la idea de venderles a través de catálogos a las comunidades rurales estadounidenses. Que avanzó con sistemas como el EDI (Intercambio Electrónico de Datos, por sus siglas en inglés), a mediados de siglo, y con la comunicación directa de negocio a negocio (business to business). Se incrementó con la creación de la WWW (World Wide Web) por Tim Berners-Lee y la interacción entre clientes y servidores, a finales del siglo pasado. Los portales privados de Amazon, Ebay y Zappos se aprovecharon de esto y desarrollaron sus propias páginas para pasar de diez y seis millones de usuarios a comienzos del milenio a cuatro mil cien millones en 2019 (del 0,4 por ciento al 55 de penetración). Aún tres billones no están conectados.

Nació entonces para integrar en el mercado a las comunidades rurales. Se trató de una expansión del mercado, como también hoy parecen quererlo Facebook y los demás con los países pobres. Aun así, ha sido un escenario desarrollado mayoritariamente en el norte global. Cabría hacer la pregunta: en un continente desigual como Latinoamérica, ¿cuál es el derecho más importante a considerar y defender? ¿La información por la información como un dogma planetario, o la libertad de tener una vida digna, con todas las garantías que eso tiene? Si se trata de una mera expansión del mercado, cables que les den tres vueltas a la tierra no son suficientes. Podrían ser el comienzo del ensanchamiento de la crisis.

Solo Estados Unidos es ocho veces más grande en e-commerce que Latinoamérica (que tiene el doble de población), según datos del diario La República. Una sola persona en Estados Unidos gasta virtualmente más de ciento setenta veces que una persona en Latinoamérica: es decir, en Colombia se compran cinco dulces y en Estados Unidos un parlante. Se explica en estudios que la ausencia de una conectividad portentosa latinoamericana ha estado dada por el no acceso y por la cultura del dinero físico o la economía informal. A pesar de que hay grandes empresas en la región como Mercado Libre –que ofrece tanto seguros como préstamos– y cuya mayor penetración es en Brasil (seguida de México, como lo informan Javier San Martín y Mariano Iñigo para EAE Business School), un país con amplio potencial en este sector, la hegemonía es de los países del norte, y, especialmente, de los nuevos Onasis transnacionales de la información.

Esta cuarentena ha representado un incremento en las compras a través de estos escenarios virtuales. Lo cual quiere decir que en Latinoamérica también se da la misma tendencia: mientras todo el mundo pierde, ellos ganan. Según datos internos de Mercado Libre, los compradores han aumentado un 45 %, y entre los diez productos más buscados se cuentan los de salud y equipamiento médico (con 300 %) y consumo masivo y alimentos (con 164 %). No solo se trata, entonces, de hacer pañuelos, sino de tener las plataformas para venderlos. Ellos las tienen.

Se dice que es la peor crisis que hemos vivido en la historia latinoamericana, con caídas en todos los sectores (menos el de la alimentación y de la provisión de elementos de aseo), según datos de las instituciones internacionales para Latinoamérica. Ese viejo adagio responde, más que a una virtud, a una ceguera ética. Porque compara lágrimas con objetos para vender. Incluso también para países como España y el resto de Europa, el comercio electrónico se disparó a comienzos de la cuarentena (por su frecuencia en la navegación, por la cantidad de usuarios utilizándolo), con un repunte de la alimentación, y con una decaída de la moda junto con todo lo demás.

Es decir, cuando todo el mundo pierde parece ganar el comercio electrónico; y el comercio electrónico que más gana es el proveniente de los países ricos; y especialmente de los nuevos Onasis. Sin embargo, es posible democratizar las oportunidades. Cada vez son mayores los casos de personas que buscan emprender para utilizar estos canales y hacerse con ofertas de servicios innovadores. En Latinoamérica hemos pasado del consumo por prevención, el de abastecimiento y, ahora que nos queda el de permanencia –según la revista Dinero–, el comercio electrónico crecerá más de la cifra del 8,5 % del PIB –cifras de La República, entre productos, servicios y recaudos–, a pesar de los altos impuestos y aranceles, la cultura off-line y la imposibilidad del acceso para millones de colombianos (tanto por ingresos como por ausencia de internet).

El desafío mayor está en que ese incremento no tenga como principales beneficiarios empresas y multinacionales internacionales (como lo es ahora) sino emprendimientos locales, con productos también locales, y que esté acompañado de plataformas abiertas y democráticas de acceso a la red para poblaciones aún marginadas. No para la expansión de los emporios internacionales –los Onasis de nuestra época– sino para el empoderamiento de nuestras comunidades, lo cual significa a su vez la garantía de un uso legítimo, transparente y legal de nuestra información. El auge del comercio electrónico, tal y como lo hacemos ahora, puede apuntalar la crisis de la región latinoamericana, aumentar las fisuras entre la ciudad y la ruralidad, y producir mayor desempleo.

15 de junio

Publicado por julianbernalospina

Escritor. De formación politólogo con estudios de maestría en construcción de paz. Énfasis en escritura, literatura, periodismo e investigación cualitativa.

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