Después di mi nombre

Cuento que obtuvo reconocimiento como el mejor cuento colombiano por el XVI Concurso Internacional de Cuento «Ciudad de Pupiales»

Recuerda la última vez que te metiste debajo de la cama. Recuerda haberte lanzado a la oscuridad a pesar de la memoria de los muertos, los que te visitaban cuando niño. Un calor oscuro te recogía: un calor frío, con telarañas quebradas y basura esquiva. Recuerda esa vez y también los miedos atrapados en tu cabeza, pero la dureza de tu cráneo no los dejaba traspasar. Recuerda el cuerpo estirado, tembloroso, sudoroso, pesado: imagina cuando las manos y los brazos eran fardos rellenos de tierra negra, y solo podías mover los ojos que veían las tablas soportando el peso del colchón. Recuerda eso, y después di mi nombre.

¿Hay en las maderas epitafios ocultos? ¿Algún símbolo, alguna textura, un olor común de infancia perdida? Intenta mover las manos pesadas aunque sea tres milímetros. O por lo menos procura detenerte en la tabla que miras justo al frente. Descubres una serie de palabras que aparece como si siempre hubiera estado ahí. “Aquí yace una ilusión que no puede contener la muerte”. Están escritas las palabras con el dolor de las uñas descarnadas. Te preguntas si quien yace es quien está sobre la cama (¿alguien está sobre la cama?) o es quien está debajo de ella. Piensas un momento al releerlas varias veces. Recuerda el cuerpo pedir explicaciones con mareos. Recuerda eso, y después di mi nombre.

No, aún no alcanzas a atrapar las letras que lo componen. (Piensas en el misterio de que a veces la cosa es lo mismo que el nombre). Sigues pensando, y tocas los relieves de la escritura aparecidos en la madera. Yo, te confieso, que aun detrás de esas palabras estoy. Soy como un eterno testigo; un observador impoluto y participante indirecto de pisadas huidizas y de manos con puñales o con caricias. Soy el sueño de un caminante en un desierto, aunque al tiempo sea el esclavo negro que lo persigue. Estoy atado a los cuerpos y estoy libre de ellos: el mundo es solo una materia para envolver. Recuerda eso, y después di mi nombre.

¿Aún sigues ahí, atrapado por la ausencia? Descubre el lugar para irte de tu propio mundo y esfuérzate por mantenerte, mientras te cuento, con la mirada en el camino, parte de mi corazón. En el mismo instante en que nació la luz, nací yo. Algunos dicen que soy su opuesto, pero, tras años de soledad y de su inevitable creación, me han confirmado que soy lo que mi nombre ha dicho que sea: otro mundo. Otro cuerpo de otra cara oculta, tal vez la brevedad del destello de algo más allá de este aquí y de este ahora; otro universo de formas distorsionadas, de escombros desmoronados; reflejos del polvo de la historia. Quizás en ese otro recuerdo, en ese otro espejismo, la materia sea la cara oculta de las cosas, y yo brille por mi propia oscuridad. Recuerda eso, y después di mi nombre.

Ya has sentido que me encarnas. Que has sido yo, en algún momento de la vida, al caminar con los ojos viendo el piso, al vaciarte de ti durante las horas del día. Has andado tras el ímpetu de alguien, y estrecho de deseo has sentido que han remplazado tu propia voluntad. Y es como si la piel se volviera transparente, y como si pensaras que alguien más viviera por ti, que remplaza tu corazón con otro. Y caminas entonces deshecho de ti, como si un desierto pudiera andar, como si quemaras todo lo que tocas, o si un viento que no refresca huyera sin irse a cualquier lugar a donde llegues. Recuerda eso, y después di mi nombre.

Por los sonidos de afuera vuelves. Sucede la vida con gritos y con música y tú hueles el mugre de las pesadillas que caen, el piso firme que te hace doler la espalda. No ves más que el colchón rayado de madera, las manchas de la tela, los huecos que nadie había visto. Has cerrado los ojos y sin embargo ves el mundo. ¿Sueña también esa otra cara, debajo de la cama, que espera sin añorar, mientras el otro da vueltas huyendo de su mente? ¿Hacia dónde va tu orgasmo cuando eres quien se esconde en los secretos de la quimera? Cierras los ojos y ve mi nombre en tu rostro. Recuérdame, y después di mi nombre.

Entonces quieres salirte. Sientes que ya ha pasado el miedo; que después de los minutos alargados has llegado tú mismo a colmarte el latido. Una ráfaga de esperanza te hace mover de nuevo, y deslizas la espalda sin dejar de ver el epitafio, pensando que de pronto las palabras se escurran de la madera y te persigan con forma de hormigas, como si llevaran un cadáver de voces hasta ti. Te paras, te quitas los pensamientos aún esparcidos por el cuerpo, te sacudes la oscuridad y te pones, una vez más, de pie. ¿Ya es de día o es de noche? ¿Estás solo o estás acompañado? Todo ha vuelto a su espacio de proporciones simples. Hasta las reflexiones se acomodan al río aquietado de tu mente, que siempre ve el mundo sin verlo. Entonces sientes cosquillas en los pies. Recuérdame, después di mi nombre.

01 de noviembre del 2021

Publicado por julianbernalospina

Escritor. De formación politólogo con estudios de maestría en construcción de paz. Énfasis en escritura, literatura, periodismo e investigación cualitativa.

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