La Copa del Tío Sam

Bienvenidos al especial de la Copa América 2024 en Escritura a secas. Como en el Mundial pasado, Juan David Morales y Julián Bernal Ospina escribirán sus impresiones del evento futbolístico más importante de fútbol en cuanto a selecciones. Pasen y disfruten. Si tienen alguna crítica a los textos, no se preocupen, ellos también.

Nuestra patria es más que una final perdida

Fotografía tomada de: https://www.elcolombiano.com/deportes/futbol/en-vivo-seleccion-colombia-vs-argentina-final-copa-america-2024-OH25000583

Terminó la Copa América y vivimos el efecto místico que crea el fútbol: la patria se convierte en una camiseta; la sensación de ilusión junta momentáneamente hasta a los enemigos. Pero hubo que levantarse después de la derrota equilibrando la tristeza con la consolación de que por lo menos no fue tanto el guayabo. Esa harina que compramos no se perderá desparramada en calles ni desagües. La pérdida trae consigo cosas buenas para el ahorro. Colombia perdió, ganamos un poco.

(Incluso el fútbol me hace hablar de “nos”, yo que procuro evitarlo para no sentirme en una cofradía; se me sale involuntariamente: así como hace una semana dije “ganamos”, el domingo también dije “perdimos”).

Estuvo muy cerca la Copa. Cuando vimos que la final se demoraba porque había una multitud intentando entrar con boletas falsas o colándose por muros y ductos, auguramos: “Es nuestra, es una señal del destino”. El partido comenzó una hora y media después, entonces concretamos: “No puede no ser nuestra una Copa que inicia tarde”.

No fue así. El dios del balón es implacable. Argentina se benefició de sus días de descanso y de sus viajes cortos, de su torneo fácil y de su experiencia. Es un equipo reflejo que juega dependiendo del rival. Parece ganar tocada por las manos de Dios (y por manos humanas). Aunque no hay de otra: perdimos, no nos robaron. Perdimos: no es culpa del árbitro ni de la Conmebol.

Y de nuevo se propaga la imaginación de una patria que ha sido tejida con cada derrota. El racismo aflora aún más en ella. Esta es una nación que solo recuerda a sus guajiros si hacen goles acrobáticos, a sus chocoanos si meten cabezazos suspendiéndose en el aire, a sus caucanos si hacen un quite y evitan un gol. El otro solo existe en tanto haya un partido de fútbol de por medio. Tras el pitazo final los de la periferia vuelven a ser materia del olvido.

Sin embargo, hay belleza en el desquite histórico que aparece: el fútbol impulsa a un país racista a gritar eufórico los goles de sus negros –tanto como España celebró el domingo los tantos de los hijos de sus inmigrantes–. El fútbol está empezándole a pedir a Colombia su propia identidad –que no es otra cosa que el cúmulo de fracasos y experiencias, el color de sus pieles y las lágrimas de su gente–, distinta de las comparaciones con Argentina o con Brasil, distinta de las mentalidades del país de los diminutivos.

No es hora de decir que un mediocampista tiene la zurda de Messi sino la de James. No es hora de repetir que un delantero hizo un sombrero a lo Neymar sino a lo Juanfer Quintero. No es hora de comparar las atajadas de un portero con las del “Dibu” Martínez sino con las de Camilo Vargas. No es hora de afirmar que un jugador es tan buen defensa como Lucio sino como Dávinson Sánchez.

Es hora, en cambio, de redescubrir la grandeza de los Lucho Díaz que han sabido, primero que todo, ganarles a la pobreza y a la violencia de su país; ganarle a esta patria en que hasta las victorias se celebran con muertos.

La derrota del domingo fue solo una forma de aprender a ganar. Que sea por lo menos ese un mantra para la vida. Prefiero –y ahora sí hablo en singular– la victoria de la vida de los Luchos por encima de cualquier Copa. Prefiero la vida en la derrota que la muerte en la victoria.

Por Julián Bernal Ospina.

17 de julio de 2024.

Estamos viviendo un sueño

Fotografía tomada de: https://elfrente.com.co/es-ahora-tambien-esta-escrito-colombia-campeon/

Fui a comprar un tinto en Tostao y casi acabo enfiesta’o. El que atendía, mientras me preparaba el café, no paraba de cantar “Estoy viviendo un sueño. Me siento único dueño, de tu amor”. “¿Y no se anima pues a sacarme a bailar?”, le dijo la señora que esperaba a mi lado, en la cola. “Hágale pues”, le respondió el joven. Hizo un amague tan real que por un momento pensé que se saldría del local y que en medio del centro comercial Sancancio iban a dar vueltas entre las señoras encopetadas de Manizales. Yo –otra más– me dispuse a ejercer mi oficio habitual de espectador involuntario del amor. Pero era solo una finta del que atendía, una jugada de milésimas de segundo, como las de Lucho Díaz.

Una mirada bastó, así sucedió, ausentes las palabras –el cobro a riesgo de James después de que Díaz le marcara la diagonal en el partido contra Panamá en cuartos de final–, y el tipo me alcanzó el café, y la cliente y él se sonrieron, y yo me fui con el raro corazón lleno de un descreído, caminando entre maniquís vestidos con la bandera de Colombia, enfermeros que repetían en sus celulares las jugadas de la selección mientras descansaban de sus jornadas, exhibiciones de balones y de camisetas de fútbol tan viejos como los antiguos trofeos del fútbol masculino colombiano.

Por la cabeza me pasaban imágenes de la gente enloquecida en la calle por la victoria de Colombia ante Uruguay en la semifinal de la Copa América. Me senté a tomarme el tinto mientras mi peluquero se terminaba de comer un burrito, saqué el celular y decenas de imágenes de jugadores de fútbol uruguayo cambiaron su oficio por el de boxeadores en graderías. Luego policías gringos –quizás los más temidos del mundo– también confundieron sus habituales descargas eléctricas por cánticos y saltos junto a cientos de hinchas colombianos en una calle estadounidense. Después los jugadores de la selección Colombia se me mostraron como unos niños chocoanos bailando en las riveras del Atrato, al son de la canción que por estos días suena hasta en el baño: “Mami, prenda la radio, encienda la tele”.

Un Rubén Darío se me salió del ojo: “Cuando quiero llorar no lloro / y a veces lloro sin querer”. Dos segundos pasaron y se ofreció ante mí el codazo de Muñoz por el pellizco de Manuel Ugarte, reacción por la que lo echaron. Entonces recordé esa tarjeta como un rayo rojo en el pecho, como una puñalada burlona y celeste. Recreé la imagen de Muñoz metido en su camiseta como quien dice trágame, amarillo. Se me hizo en la cabeza la imagen del carro frenético y celebrando, cuyo choque oí mientras me dormía. El tristemente célebre por tierras caldenses, Francisco Maturana, me dio la clave inversa: en Colombia ganar es perder un poco.

Mi peluquero me hizo señas y salí de las regresiones. La canción de Ryan Castro siguió sonando en mí como si tuviera incrustados en la cabeza unos audífonos. Imaginé que Lucho Díaz metía un gol acrobático y que James lograba su segundo gol con un sombrerito. El estadio en la Florida casi se derrumba por la alegría amarilla. Quise cambiarle la letra a la canción: “Miami, prenda la radio, encienda la tele”.

Ya en la peluquería, los espejos se burlaron de mí cuando me devolvieron una fotografía de un yo con el peinado de un estadio. Caminé sobre el pelo en el piso, bajo la luz de las lámparas led, entre la gente mirándose en ese acto eterno y confusamente íntimo que es hacerse cortar el pelo. Me senté y pensé que de pronto podía liberarme un poco de la ansiedad antes de la final. “Entonces, ¿ganamos el domingo o no?”, me preguntó el peluquero.

Por Julián Bernal Ospina.

Julio 13 de 2024.

Vamos por la segunda… Oportunidad sobre la tierra

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento (el área chica de algún estadio de fútbol americano) el coronel Jhon Córdoba había de recordar aquel 24 de agosto de 2021, cuando ante la impotencia y frustración por ser nuevamente omitido de la convocatoria de Reinaldo Rueda para la tripleta de las eliminatorias de septiembre, explotó y publicó en sus redes sociales un “Ya uno no sabe ni que pensar”.

Quizás a sus 28 años, en plena madurez futbolística y tras varias temporadas sobresaliendo en el fútbol europeo sentía que se escurrían las últimas posibilidades de ser el 9 de la selección Colombia. Casi tres años después y ante la perseverancia demostrada con goles y goles, se convirtió en ese titular indiscutible y delantero letal que el combinado nacional no había vuelto a tener desde los mejores tiempos de Radamel Falcao.

Otro personaje de historia macondiana, un tal Daniel Muñoz, contaba hace unas pocas semanas en una emotiva conferencia y tras la invitación de una iglesia cristiana, el difícil camino que tuvo que recorrer para obtener su sueño de ser futbolista profesional. Desde pequeño resaltó como jugador pero los tiempos serían oscuros y no fue ajeno al tráfico ni a las promesas de falsos agentes que le aseguraban oportunidades de debutar en el fútbol del exterior. Al trasegar por varios países con un futuro incierto, regresó sin ninguna fe a Colombia, quizás con una edad que no le permitiría llevar a cabo un proceso de formación en algún equipo profesional y, por ende, se desvanecían las esperanzas de dedicarse a trabajar en su pasión, la que manifestaba siguiendo al Atlético Nacional por todo el territorio colombiano.

Pero llegaría la oportunidad. Un ángel observador que creyó en sus condiciones y tras demostrar su talento con la disciplina del jugador de alto nivel, logró debutar con las Águilas Doradas para luego ser transferido al conjunto verdolaga y continuar con una historia de crecimiento futbolístico, que hoy le permite jugar en una de las mejores ligas del mundo y ser uno de los mejores laterales derechos, además de figura relevante en el conjunto dirigido por Néstor Lorenzo.

Y si de coroneles se trata, tendríamos que evocar a James Rodríguez, quien después de la recordada escena en la que el brasileño David Luiz les pedía a los espectadores del estadio Castelao que aplaudieran al colombiano que lloraba tras la eliminación de la tricolor del Mundial en el que a la postre se convertiría en el goleador, iniciaría una carrera que paradójicamente empezó en el punto más alto, en el cima futbolística que implica llegar al Real Madrid, equipo en que adelantaría una sobresaliente primera temporada compitiendo en el más alto nivel del deporte más popular.

Sin embargo, empezarían los grises y el vaivén permanente al que acostumbra la vida, enmarcado con discrepancias con varios directores técnicos, cambios de equipos, buenos momentos tanto con la selección como en los múltiples equipos por donde trasegó pero que lastimosamente no perduraban, sin contar la abundancia y diversidad de lesiones sufridas, lo que conllevó a que se perdiera de la esfera de la élite mundial y terminara sin ser tenido en cuenta en equipos de ligas lejanas a esa cima que le representó su éxito deportivo del 2014.

Pero como la magia y el talento continuaban intactos y quizás se encontró este verano en un entorno favorable para su fútbol, ese que ha desplegado tantas veces con la camiseta amarilla y el número 10 a sus espaldas, y el cucuteño rememorando los inolvidables partidos en los imponentes estadios cariocas, ha vuelto a vivir su “prime” destacando con su fútbol, sus pases, su inteligencia de juego pero también la agresividad y el sacrificio para ayudar a defender. James tuvo su segunda oportunidad.

No quedan dudas entonces de que el fútbol genera esa sensación de justicia que se deriva de una frase coloquial: “la vida queda debiendo algo”. Y no solo se trata de los casos relatados de los jugadores que tienen en ascuas a todo un país para el partido que iniciará en la noche, pues todos los que seguimos de una u otra forma este cuento del fútbol, deseamos clasificar a la gran final para tener posibilidad de revancha contra el combinado argentino, con el cual hemos sufrido tantas y tantas derrotas, y con los elementos que implican esta revancha en particular: el campeón del mundo, el Dibu de los penaltis, Messi y su última aparición en el certamen continental.

Quizás la alegría que pueda representar la victoria de hoy, de ser un hecho irrelevante para la vida de los colombianos, se convierta en la posibilidad de obtener la felicidad, en que las estirpes condenadas a años y años de fracasos futbolísticos, tengamos por fin una segunda oportunidad sobre la tierra.

Por Juan David Morales.

Julio 10 de 2024.

La revelación de la vinotinto

Desde la inauguración de la Copa América ya sabíamos que esta iba a ser una competición de agüeros (recuerdo el predicador paraguayo Agüero y la copa cargada por el “Kun” Agüero en el evento antes de iniciar el encuentro).

El último juego de Colombia lo vi con alguien que acostumbra irse brevemente al comienzo de los partidos por mera cábala; también hay quien no se para de la silla si en esa posición su equipo metió un gol; supongo que habrá unos que se ponen los más brillantes pantaloncillos amarillos. Ya empezaron a resonar comparaciones de los partidos de esta Copa con la del 2001, cuando la ganó Colombia. Las cábalas siempre nos ayudan a reflejar nuestros más profundos deseos.

El mayor agüero por estos días es una camisa vinotinto: la de Néstor Lorenzo (que, por coincidencia, tiene el mismo nombre que Pékerman, el más importante del país en su momento, por encima del presidente Santos y por encima, quién lo iba a decir, de Epa Colombia).

Cualquiera podría preguntar si solo se pone una camisa, si la lava o no o si tiene un clóset lleno de camisas vinotinto. Esos datos son importantísimos para entender la capacidad de los argentinos de ser agoreros: podrían no preocuparse si la prenda se decolora, si huele bien o no o si les da calor usando sacos a altas temperaturas: lo importante es conservar la suerte –y la venia de la FIFA–.

Otros dirán que Lorenzo solo se quería parecer a Fat Tony, el mafioso de los Simpson, para ser algo coherente con el amarillo. De gafas oscuros y de estilo de personaje de familia de baja reputación genovesa, podría así evadir la preocupación que constantemente se le ve en la cara, como una especie de angustia existencial por haber aceptado dirigir la selección Colombia. Como asistente que fue de Pékerman, sabe a qué se atiene con el periodismo nacional y con la mayor parte de la hinchada, para quienes la victoria es de todos, pero la derrota siempre es por culpa del técnico.

Eso sin decir que el hincha colombiano es potencialmente un técnico frustrado, y que solemos leer el fútbol –y cómo no– a la luz de nuestros prejuicios políticos: no faltará el petrista que diga que el invicto de Colombia se le debe a Petro, o el uribista que afirme que Petro es el culpable de todas las desgracias de la selección, las que ya fueron y las que serán. También Lorenzo tendrá que aguantarse, si llega a ganar la selección, el evento politiquero de la Casa de Nariño, para después caer irremediablemente en el olvido.

La realidad a veces es más seca: Lorenzo dijo en una entrevista que tiene “dos o tres” camisas y que su pinta no corresponde a ningún agüero. Nos quedamos con los crespos hechos de las historias que podían haber sido, como suele sucedernos.

Mientras tanto, el vinotinto se nos rebela: ya no es el color de nuestro enemigo por antonomasia (Venezuela) sino el color de la camisa de Lorenzo. Y pronto –muy pronto– habrá bautismos de niños llamados Néstor Lorenzo Atehortúa o Néstor Lorenzo Lucumí González, y tendremos que aprender a vivir con la idea de que ese color ya no es sinónimo de la derrota (Venezuela ganó los tres partidos que le correspondió).

Ojalá que esta vez sí ganemos después de los partidos y no, como nos ha pasado, antes de jugarlos.

Por Julián Bernal Ospina.

Martes, 02 de julio de 2024.

El fútbol, ese otro fetichismo

Messi en un San Andresito de Pereira (Risaralda). 2005. Fotografía tomada de: https://x.com/golesendir_/status/1617320922779684866

Aquello de las colombianadas tiene mucha tela de dónde cortar, como también la tiene la sotana del padre Camilo Torres Restrepo, la más reciente colombianada del presidente Petro. Dijo en un tuit que medicina legal había confirmado científicamente que la sotana sí era de Torres. ¡Qué gran alivio para todos los colombianos! ¡Era lo que estábamos necesitando de nuestro presidente! Por fortuna, cuando se acabe la Copa América nos quedará ese otro juego bizarro que es la política, en el cual Petrosky no nos deja de sorprender: primero fue la espada de Bolívar, luego el sombrero de Pizarro, y ahora la sotana de Camilo Torres. ¿Qué sigue, el trapo sucio de Tirofijo?

Sobre objetos y fetichismos, pienso en algunos que han marcado la historia del fútbol colombiano: ¿dónde estarán los pupitres que Belisario Betancur prometió, por cuya financiación declinó la designación de Colombia como sede del Mundial de 1986?, ¿quién poseerá los guayos que usó Arturo Mendoza con los que metió el primer gol de Colombia en la historia de las copas américas, cuando perdió 9 a 1 contra Argentina en 1945?, ¿en qué estante guardará Paloma Valencia la camiseta de la selección que se puso Álvaro Uribe en 2006 sobre la camisa y la corbata al mejor estilo de político buscando votos?

Pienso en otros, tal vez más trágicos –lo mío es la tragedia y la comedia combinadas, como ya vieron–. También podría preguntar dónde están los últimos guayos que usó Andrés Escobar, cuál hincha del Deportivo Pereira atesorará la camiseta con la que Fabro erró el penal que le iba a dar al Once Caldas la Intercontinental de 2004, en dónde esconderá el técnico Reinaldo Rueda su museo de máscaras de momia.

De la Copa América que ganó Colombia guardo solo un recuerdo vago de Iván Ramiro Córdoba alzando la copa, por los tiempos en que empezaríamos a saber que a Dayro Moreno también le gustaba levantarla. Tengo más presente la vez que Messi jugó en el estadio Palogrande de Manizales, cuando él apenas era una promesa del fútbol, en el Sudamericano Sub 20 de 2005. He visto videos de gente en Pereira que lo grabó cuando compraba guayos en un San Andresito. ¿Alguien tendrá alguna camiseta que usó, o por lo menos los cordones, o el aire que respiró guardado en un frasquito? Creo que los verdaderos hinchas almacenan desprendibles de boletas casi ilegibles, camisetas decoloradas, cojines inservibles, balones desinflados y pantalonetas descosidas cual pequeños y estropeados tesoros viejos. Como yo soy un mal hincha, no guardo nada. Apenas algunas memorias que me sirven para escribir.

Entre paréntesis, ¿qué hará Messi con todas las camisetas que le regalan?, ¿habrá mandado a construir una especie de clóset del tamaño de otra casa en el que las cuelga, o las dejará como trapos cualquiera para que le hagan el aseo en sus casas? Quién sabe. Lo más seguro es que las que él les da a los jugadores contra los que juega las deben enmarcar, sin lavarlas, casi sin tocarlas, para preservar lo mejor posible el sudor del Messías.

Menos mal aún nos quedan los objetos, ahora que la inteligencia artificial pretende volvernos digitales y el VAR siempre hace que gane Argentina (como pasó en el partido contra Chile). Dicen por ahí que esta Copa es solo cuestión de trámite: ya la acarician en sus manos los gauchos, los virtuales ganadores.

También nos queda la ilusión de haber visto el estadio de Houston repleto de camisetas amarillas para que la zurda de James se inspirara en un partido difícil contra Paraguay. O el fresquito al ser testigos de cómo los enanos se vuelven gigantes (Venezuela) o cómo los gigantes se vuelven enanos (Brasil). Puede que ya sepamos el desenlace, pero quién quita que ahora toquemos en nuestras manos las cosas que, dentro de veinte años, nos harán sentir la nostalgia de una victoria esperada. Por ahora, no le demos más ideas al presidente, que es capaz de convertir en Patrimonio Cultural de la Nación el bate de Jaime Bateman.

Por Julián Bernal Ospina.

Jueves 27 de junio de 2024.

El debut de la sele: entre la ilusión y lo bizarro de ser colombiano

Como lo habíamos afirmado alguna vez en este espacio, para los futboleros la vida se cuenta en (Mundiales de fútbol)Copas América. Por ende, los recuerdos de la existencia llegan con la forma de Hugo Rodallega haciendo de arquero al final de un partido contra Estados Unidos tras la expulsión del portero por su demora amarrándose los guayos; o el choque de Neco Martínez con Mario Yepes que generó un rebote aprovechado por el peruano Lobatón, quien la embocó hasta el fondo y eliminó al equipo del Bolillo, a la postre licenciado por agresiones a una mujer.

También nos llega el repudiable recuerdo del Dibu celebrando por haberse “cogido” a Yerry Mina después de atajarle su predecible tiro penal, para, nuevamente, privarnos de una final continental.

Todas las anteriores formas de conmemorar las tristezas patrias de nuestro único símbolo de unión nacional, contienen algo de infortunio pero también una pizca de ese concepto que nos ha dado la modernidad: bizarro. Palabra que se define como algo raro, fuera de lo común, extravagante; de esas situaciones que tanto nos ocurren como nación en el trasegar del día a día, género que por nuestras tierras adquirió su propia especie y fue bautizado como “colombianada”.

Justamente, una de las colombianadas futboleras más memorables, junto con la recordada frase de “Aristizábal es el mejor jugador de fútbol del mundo sin balón” o la goleada que le propinó el Real Madrid al Millonarios (8×0) o el londrinazo (derrota con Brasil 9×0 en el preolímpico del 2000), es la famosa e inolvidable afirmación del prócer del balompié criollo Francisco Maturana cuando indicó que “perder es ganar un poco”.

En una campaña publicitaria de uno de los patrocinadores oficiales de la Selección –y al mejor estilo de los comerciales emotivos que hacen los argentinos antes de cada competición futbolera–, se conmemoró con dicha frase las historias de vida de algunos de los jugadores que participaron en la única Copa América que en 108 años de historia ha obtenido nuestro combinado tricolor. Esa de 2001, que se vio manchada por la situación de conflicto armado en Colombia, por las múltiples decisiones de aplazarla como consecuencia de la falta de garantías de seguridad, por la no participación del combinado argentino a propósito de sus críticas a la situación del país (irónicamente, meses después, vivirían una de las peores crisis económicas de su historia) y por otros tantos asuntos extrafutbolísticos que no tuvieron la capacidad de quitarle a todo un pueblo la alegría de celebrar la conquista deportiva.

Y cómo no recordar ese torneo de hace 23 años, que justamente se jugó en nuestra tierras, nuestros estadios, cuando teníamos una combinación de jugadores que eran figuras en el extranjero como los Córdoba y Mario Yepes, y un conjunto de individuos que se destacaba a nivel local, como Giovanny Hernández, Freddy Indurley “el Totono” Grisales (hablando de asuntos y nombres bizarros), Eulalio “el Cojo” Arriaga y el goleador, Víctor Hugo Aristizábal (el mentado mejor jugador del fútbol del mundo sin balón).

Manizales, nuestra linda comarca, observó un par de partidos para jamás olvidarlos. En uno de ellos, Brasil, que no había traído su nómina estelar, fue eliminado por Honduras, el cual definió su participación a última hora por la cancelación de Argentina y de Estados Unidos. El partido se convirtió en una de esas gestas de David vs. Goliat. Pero también celebramos a rabiar la clasificación de nuestra selección a la final contra el mencionado seleccionado centroamericano, con anotaciones de Gerardo Bedoya (récord mundial en tarjetas rojas recibidas) y el goleador Aristizábal. La fiesta se cerraría el domingo siguiente en Bogotá y ante los mexicanos, triunfo sellado con el cabezazo de Iván Ramiro Córdoba, impulsado por el resto de Colombia que necesitaba ese respiro ante tanta violencia (como hoy en día empezamos también a implorarlo).

Actualmente, quizás en un ámbito menos extravagante en cuanto a todo lo que ha rodeado estas última décadas al equipo tricolor y con las nuevas formas de ver, seguir y alentar a nuestra selección, poseemos una confianza, si se puede llamar más objetiva, por el funcionamiento del equipo dirigido por Lorenzo y por los resultados del último par de años. De acuerdo con esto, desde las 5 de la tarde (horario terrible para los oficinistas que teníamos entre 5 y 10 años cuando Colombia ganó su única Copa América), con la ansiedad que se ha caracterizado tan bien en la película animada del momento, aspiramos a dejar de perder para ganar un poco y, por el contrario, queremos el inicio de la senda ganadora de verdad, ganar mucho, de la mano de Luis Díaz (quien compite cada 8 días por ser el mejor jugador del mundo, este sí con balón), de Rafael Santos Borré (cuyo nombre resultó del fanatismo de su padre por Diomedes Díaz), de James Rodríguez (en quizás su última Copa América como titular indiscutible), de Daniel Muñoz (que recordó en el último partido amistoso sus antepasados barristas), y de la historia, con elementos infaltablemente bizarros de todos los demás convocados. Ojalá esta sea la copa que se traigan a casa, después de que los gringos nos la robaran para jugarla en sus estadios de fútbol americano.

Por Juan David Morales.

Lunes, 24 de junio de 2024.

MesSísifo

Foto tomada de: https://www.marca.com/futbol/copa-america/2024/06/21/6674e4f5e2704ed43e8b4572.html

¿Soccer o fútbol? ¿Esa es la cuestión? Por fortuna para el Fercho, los pastores de la antesala del partido de la inauguración opacaron la transmisión errática del show del cantante (¿cantante?) colombiano. ¿Y creyeron que una Copa en un país de evangélicos iba a pasar desapercibida para las nuevas ideologías religiosas? Cada quien aprovecha su barranquito (tal y como nosotros aprovechamos este blog para derramarnos en prosa futbolera).

Digo nueva porque Emiliano Agüero Esgaib –el predicador que leyó una oración en español antes del juego– es pastor de la iglesia evangélica Más Que Vencedores, con sede en Asunción (Paraguay), que nació en 2001. Si nos gana Paraguay en el primer partido de Colombia –será este lunes–, sabremos que fue por obra y gracia del mal Agüero paraguayo. Y seremos, como siempre, más que perdedores.

Ayer se inauguró una Copa América en ¡Estados Unidos! “¡Dios bendiga a América!”, dijo Agüero, vestido de corbata cual vendedor de biblias afuera de un estadio. No supimos si ese “América” se refería al continente o al imperio. 72 mil espectadores en el Estadio Mercedes-Benz de Atlanta presenciaron antes de que comenzara el partido esa oración corta en que se abusó del nombre de Cristo y de Dios; pero también pudieron ver en una gran pantalla circular ubicada en el techo lo que la transmisión internacional nos mostraba a los cristianos de todo el mundo. Un derroche de estímulos para creer que son omnipresentes –herejes, quién lo diría–.

Todo un lujo gringo (ya sabemos que en sus bares hay por lo menos veinte pantallas que enturbian las conversaciones). Aunque parece que los organizadores no se fijaron en algo elemental: la cancha. “No es una cancha para jugar al fútbol”, dijo el técnico argentino Scaloni. Otros futbolistas argentinos también se quejaron. Lo que demuestra que los gringos son rezanderos, pantalleros y no les interesa el fútbol (solo el negocio), y que a los argentinos se les suele olvidar los potreros de las “villas” en donde jugaban cuando “pibes”.

Sobre la inauguración del Fercho, por un momento pensé que el evento estaba organizado por el partido Verde de Manizales: el verde chillón y las gafas oscuras de ciclistas me produjeron un incómodo flash back. Todo era, por fortuna, producto de mi escasa imaginación, y pude ver a Feid con pinta de platuda gamba paisa yendo al gimnasio. Por lo menos le abono que no hizo playback y que canta parecido a las canciones.

En cuanto al partido, Argentina tenía el reto de sobreponerse a dos cosas: de ser los campeones del mundo y de la última Copa América, y de empezar los torneos con derrotas (en el Mundial pasado, como recordarán las lectoras, perdieron contra Arabia Saudí en la primera fecha). Yo creo que frente al mal Agüero paraguayo tenían un as bajo los guayos: el buen Agüero del Kun llevando a la cancha la copa ganada.

Ya después vimos a Messi en la cárcel que le propuso Canadá durante el primer tiempo. Pensé en el tortuoso y torturado Messi (más incómodo con –que acostumbrado a– esos grandes estadios de grandes pantallas y de soccer plagiado), llevando una vez más el balón hecho piedra como Sísifo hasta la cima de la montaña, con el único propósito de dejarlo caer y así emprender después el ciclo.

Dos goles errados me hicieron pensar que ya no sería capaz de subir la piedra; dos pases geniales vueltos gol me hicieron creer, en cambio, que aún tiene piernas para dejarnos ver las últimas obras maestras de un superdotado. Todo lo demás –credos, pantallas, negocios y estadios– se vio eclipsado por esa pierna zurda que se resistió a morir y que quiso seguir disfrutando el juego de cargar el balón a cuestas hasta la cúspide del gol, para soltarlo de nuevo, dejarlo ir y jugar otro partido más.

Por Julián Bernal Ospina.

Viernes, 21 de junio de 2024.

Publicado por julianbernalospina

Escritor. De formación politólogo con estudios de maestría en construcción de paz. Énfasis en escritura, literatura, periodismo e investigación cualitativa.

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