La falsa mirada inocente

Escrito sobre la obra Historia de una oveja, del Teatro Petra, presentada el 26 de septiembre en el Festival Internacional de Teatro de Manizales número 53.

¿Qué tiene que ver un egipcio con la guerra colombiana? ¿Una oveja inocente con los “falsos positivos”? ¿Una mujer que parece menor –pero que es una mujer de años viejos– con el desplazamiento colombiano? Y si a eso se le suma una oveja disfrazada de lobo, un sujeto vestido de gente de bien al que le dicen Muñeco, una Relatora como una sombra quieta con peluca que llega a oír el discurso del dolor y se retira sin poder hacer absolutamente nada. Pues, en principio, solo la soledad de las imágenes. Vistas más a fondo, más de desliz, más al revés, o después de haber sentido el grito del teatro en la carcajada y en la lágrima, todo parece cobrar sentido en que el dolor pueda ser representado más allá de lo común, y saque al espectador de sus asociaciones tradicionales. 

Antes de la función, la función ya había empezado. Algunos espectadores gritaban por la demora como si fueran los dueños del Teatro y supieran todas las variaciones artísticas. Enfurecidos pedían explicaciones por la demora, pues, seguramente, debían hacer cosas muy interesantes en su casa, un domingo por la noche, y no hablar –para nada– las mismas conversaciones monótonas ni preparar la semana con el tedio del día que se acaba. No. Con seguridad ellos tendrían que llegar agitados a terminar de pulir su ilustrísima obra que cambiará para siempre la noción del arte. Por eso estaban tan agitados y pedían explicaciones como pequeños emperadores en su menos de metro y medio de área. 

Otros solo esperaron y aplaudieron pacientemente a que una de las actrices del Teatro Petra volviera a tener ese elemento tan indispensable para la obra. (Los detalles ya se saben en los pasillos; fuentes cercanas me han dicho de lo que se trató, pero mejor digamos que al grupo se le olvidó la oveja). Ya había empezado porque la obra antes que una crítica es una autocrítica. Una seguidilla de personajes que participan de las injusticias son representados con tanta naturalidad que causan risa. El problema es que la risa, si no se ve con cierta lejanía, también podría contribuir al olvido: resulta que el que lleva la camiseta de la Cruz Roja y mueve las manos asépticas e indiferentes, el agente de chaleco que tiene la ética de supervisar los papeles y no los cadáveres en los camiones, el que decide que los animales viajan por tierra y los humanos por avión, hasta la Martuchis para quien la pobreza es mental; todos ellos, y más, son, nada más y nada menos, que los espectadores. Somos usted y yo.  

Por eso no es solo entretenimiento. Es algo más. No es gratuito que la oveja Berenée recuerde su origen a través de las rimas, que el mundo sea representado a través de la ropa, que tantas cosas en la tarima en realidad sean otras: símbolos que invitan a comprender, una vez más, el origen: el lenguaje y sus distintas formas son expresiones que nos impiden olvidar lo que somos –por lo menos hasta cierto punto–. La guerra, los falsos positivos, el desplazamiento, la violencia urbana para las personas que llegan del campo, el machismo a la colombiana, la hipocresía del colombiano de “bien”, los que buscan su propia salvación a costa de la muerte de los demás, los lobos disfrazados de lobos. Por eso la oveja se resistía a verlo todo como un juego, con su mirada inocente: de otra manera no hubiera sido capaz sobrevivir. Como quien mira con la mirada del arte.

27 de septiembre del 2021

Publicado por julianbernalospina

Escritor. De formación politólogo con estudios de maestría en construcción de paz. Énfasis en escritura, literatura, periodismo e investigación cualitativa.

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