Escrito sobre la no visita de Gustavo Petro a la ciudad de Manizales para En Minutos Pódcast
Un día como cualquiera en que caía ceniza del nevado del Ruiz, un día en que parecía que el cielo se estaba quemando, en Manizales esperábamos la llegada de Petro. Me dieron ganas de echarle la culpa a él, siguiendo, como buen ciudadano que soy, las enseñanzas de nuestro honorable subpresidente Duque, según el cual Petro es el culpable de todas las desgracias. Ya me imaginaba yo al exguerrillero ese haciendo bailes infernales, rezándoles a los demonios castrochavistas para que cayera ceniza en Manizales y así tener la excusa perfecta para no visitar la ciudad; él vestido de mujer con gafas al estilo Santrich, junto con varios travestis entaconados, todos drogados de música Caribe repartiéndose bolsas y bolsas de plata y cocaína. Maldito Petro. Por su culpa se me llenó de ceniza el carro recién lavadito.
A pesar de mi animadversión por el demonio marxista –llamen al exorcista, como diría la sublime pieza musical–, además de excelente ciudadano soy un ser humano muy comprometido. En En Minutos Pódcast habíamos decidido ir a las visitas de los candidatos presidenciales. Juan, mi coequipero, me dijo que no quería ir; no le hacía mucha gracia ir a la boca del lobo, y no estaba muy seguro de que Petro iría. En mi caso, algo del aliento lobezno me atrae. Por eso, como me enseñó mi psicóloga cuando requiriera ayuda de mí mismo, les dije a todos mis yoes que me ayudaran en esta empresa de ir hasta Expoferias, a donde sería el encuentro de Petro, a buscar lo que no se me había perdido.
Y encontré lo que no andaba buscando.
La vez pasada que vino Petro a Manizales la plaza Alfonso López Pumarejo se llenó y la gente lo esperó horas y horas a pesar de la lluvia. Petro sabe hacerse esperar; la gente que ha trabajado con él lo ha vivido. Cuentan que, cuando era alcalde de Bogotá, el hombre llegaba tarde a sus reuniones de trabajo porque lo suyo es el trabajo nocturno (ver este video de La Pulla). En todo caso, cuando llegó a Manizales antes de las consultas presidenciales esa no fue la excepción. A pesar de la espera el fervor popular se acrecentaba en la medida en que confirmaban que sí llegaría. (Después de eso, Petro intentó volver pero por amenazas no lo hizo). Yo sabía que si quería ver algo debía llegar temprano; me armé de paciencia para esperar y, a juzgar por quienes promovían el evento, me dije a mí mismo: “Mí mismo, es hora de activar el modo lagarto”.
Entonces lo activé y sentí que la piel se me fue volviendo escamosa. Después se me salieron los colmillos, después se me brotó la cola. Tuve problemas para manejar pero llegué, con la cola entre las patas, ya convertido del todo en el zoon politikón aristotélico de nuestros días, el animal político por excelencia de Manizales, Caldas y Colombia: el lagarto. En Expoferias ya no caía ceniza una hora antes de que “comenzara el evento”. El encantamiento maléfico de Petro había sido detenido, pero ya el daño estaba hecho: el parqueadero estaba lleno de carros embadurnados de ceniza comunista. Me hice al lado de una ambulancia por si me daba un infarto al ver al demonio de Petro, o por si se me salía algún “Petro malparido” y eso me hacía agarrarme a punta de colazos con algún otro por ahí. Cuando me parqueé me dijeron que debía, eso sí, guardar una distancia para que se pudieran apear los doctores y honorables congresistas o excongresistas de sus camionetas polarizadas y blindadas. Primero ellos que todos, inclusive primero que las ambulancias.
No sé si fue por mi metamorfosis en lagarto que no me requisaron nada. En cambio, a la gente que entraba a pie por otra puerta les pasaban detectores de metal, como los de los aeropuertos. El espacio de adentro, en ese gran salón en donde se hacen las artesanías durante la Feria de Manizales a comienzos de año, estaba lleno también, pero de sillas. Sillas y sillas y sillas. Y banderas, del partido Gente en Movimiento, liderado por el excongresista y nuevo barón electoral Mauricio Lizcano –recién venido de Harvard–, hijo del exsecuestrado Óscar Tulio Lizcano, quien hoy por hoy es un silencioso congresista que trabaja arduamente dedicándose a la filosofía y a ciertos retoque faciales.
Hacía unos pocos días, Lizcano hijo había roto su silencio sepulcral de animador de marionetas y confirmó su adhesión a Petro. A algunos incautos les sorprendió. En el evento, también estaban colgados grandes pendones del Pacto Histórico y de Gustavo Petro, a quien ahora miran como todo un estadista, un prohombre que le cabe el país en la cabeza, como hacía unos años también le cabía a Álvaro Uribe, según lo que decían de él los nuevos alfiles petristas y antes uribistas: Roy Barreras, Armando Benedetti y el mismo Mauricio Lizcano.
En Expoferias revoloteaban y conversaban y esperaban los mismos lagartos de siempre. Había también una tarima dispuesta al final, con sillas de conversatorio público y una gran pantalla en donde se proyectaban videos de Petro y del congresista primo del alcalde Marín, Santiago Osorio Marín, mejor conocido como El Bodeguita. InfiManizales es propiedad de la Alcaldía de Manizales, e Infi es el dueño de Expoferias. ¿Qué supone uno? Ya después, sentado frente a esa tarima, la coraza reptiliana no me ocultó del todo y tuve que saludar a uno que otro por ahí. Entonces me llegó un mensaje al celular: Petro había cancelado. “Jueputa”, me dije. ¿Qué hacía? Pues dedicarme a desaparecer. No podía perder la idea y semejante esfuerzo de manejar con patas de saurio.
Esperé y esperé. Ah, y esperé. Es más: esperé. Una hora y media después del “comienzo” y lo que vi fue, precisamente, gente en movimiento. Vi gente en movimiento bajándose de la chiva La Morocha desde Supía; vi buses, Jeeps de placas de Salamina, taxis, microbuses; vi grupos, vi mascotas, vi solitarios, vi jóvenes, vi desocupados, vi pensionados, vi viejos; vi a un tipo con un megáfono pidiendo votar “contra el sistema opresor y dictatorial”; vi afanados políticos llegar a última hora y saludar como si fueran íntimos de todo el que se les atravesara; vi mujeres amuleto o trofeo; vi muchas camisetas rojas (antes había habido un evento del partido Liberal). En fin. Todo el que ingresaba recibía un panfleto con el programa de gobierno de Petro y Francia Márquez: una serie de fotos, una página con la advertencia de que no se expropiaría a nadie y, al final, una sopa de letras para encontrar palabras alusivas al Pacto Histórico. En el juego no aparecía la palabra Francia.
Le eché dos o tres veces la culpa a Petro de que se me descargara el celular y de que se me regara al tinto en la piel. Vi, antes de que los políticos comenzaran a hablar, que el espacio no se había llenado ni en la mitad. Culpa de Petro. Vi más gente en movimiento, pero ideológicamente: un amigo del colegio, el más uribista de los uribistas y que hablaba con orgullo de las bajas de la guerrilla, haciéndole campaña a Petro; el camaleónico Roy Barreras –otrora uribista, otrora santista– llegó de jean y de camisa roja, el jefe de debate de Petro, y la cuota rola en el estilo, el otrora santista Alfonso Prada, Mauricio Lizcano –otrora uribista (el mismo Uribe fue su padrino de Matrimonio), otrora santista, otrora vargasllerista–.
Y todo el que quisiera salir en la foto. Wilder Escobar, representante recientemente elegido por el lizcanismo, José Luis Correa, representante actual que perdió su ascenso al Senado, y hasta Mancera, el excandidato a la Alcaldía de Manizales, apareció con nuevo look. Vi a un profesor mío en la tarima, a quien nunca pensé que lo vería al lado de tantos políticos. Los vi a todos, bajo la sombra de Lizcano. A todos, menos a Santiago Osorio, a quien le gusta poner la cara, pero en las pantallas.
Yo solo miraba y daba vueltas. Observaba con pasos metódicos de dragón de Komodo. Algo de mí disfrutaba ese camuflaje; algo de mí es de esa misma naturaleza.
En la tarima, cada uno tuvo que hacer un gran esfuerzo para decirle a la gente que no había perdido la venida (desde Samaná, Salamina, Villamaría, Neira, Riosucio, Supía, Marquetalia, etc.). Cada uno tuvo que matizar el discurso para expresar por qué ideológicamente no estaban siendo incoherentes. Hace unos años, muchos de ellos eran acérrimos antipetristas. Incluso hoy por hoy su corazón les debe estar pidiendo explicaciones. Roy Barreras, por su parte, se atrevió a decir que le gustaría ver a Lizcano en el gobierno de Petro. De esa manera fui encontrando las llaves. La política de los intereses, de la conveniencia electoral –no de las posturas ideológicas–, en su máximo esplendor. Hablaron de un cambio institucional, de un cambio responsable, de un clamor popular, de lo mal que le fue a Duque. Como quien quita una bandera para poner otra, criticaron a Mario Castaño y, sobre todo, les pidieron a los testigos electorales que fueran a las urnas. El Pacto Histórico es el partido que más testigos tiene, a nivel nacional y departamental: por ellos sacaron en las elecciones al Congreso más de medio millón de votos que no se les había contado.
Como en los debates, Petro no tenía que estar presente para ser protagonista, el centro de atención. Aunque, en este caso, quien sobresalió de segundo fue Mauricio Lizcano: en su reaparición al público tomó la vocería y daba el orden de las intervenciones. En tanto que Petro, el coloso con un pie en segunda vuelta y otro en la Presidencia, se da el lujo de mandar a sus alfiles y de dejar de asistir a estos encuentros. Con una parte del establecimiento que él mismo ha criticado, con los movimientos políticos y electorales que él conoce muy bien, con un presidente Duque errático y narciso, todo se ha dado para su camino al ansiado Palacio de Nariño.
Después de ver lo que tenía que ver me fui. Me quité el disfraz de lagarto mientras me subía de nuevo al carro. Ya todo estaba dicho. Quedaría solo esperar a las elecciones. Mientras me subía y renegaba de la lluvia y pensaba en la manera en que Duque le echaría la culpa a Petro de que estaba lloviendo, pensé en la máxima lampedusiana: “Es necesario que todo cambie para que todo siga igual”.
29 de mayo del 2022
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Julián Bernal Ospina
Si quiera no vino: ¡con esas compañias! Yo le agregaría otra màxima, esta de Bismark (creo): «hay dos cosas que no hay que mostrarle al pueblo: como se hacen las salchichaz y como se hacen las leyes, porque si lo ven se vomitan».
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Jajaja Está buena! Ya vemos que al pueblo solo le interesa frases de TikTok.
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