Cuatro historias sobre los mercados en cuarentena

Reportaje sobre los mercados en la cuarentena.

Estas son cuatro historias con un hilo común: el mercado y la cuarentena. Lo que dejan ver sus entrecruzamientos son las consecuencias de un sistema paralizado, fincado en el poder adquisitivo y no en la seguridad alimentaria de la sociedad. Un joven del Chocó, una mujer de Manizales, una maestra del Casanare y una vendedora de allí también así parecen expresarlo. Cuatro historias que nos impelen a cuestionarnos sobre nuestras prioridades como sociedad.

Toda la cadena de los mercados hace ver que se necesita más que la asistencia. Desde los consumidores, los vendedores, la sociedad civil, los funcionarios de los gobierno: existe un estancamiento, y no basta con decir que la economía no crecerá sino cuánto puede ser posible construir un sistema solidario e interdependiente, común, convergente, descentralizado, transparente que sea capaz de ver las necesidades y las capacidades, y no solo las respuestas asistencialistas a las crisis. La sociedad civil ha tenido que salir a repartir mercados –el caso del Capitán Kit y de muchas más oenegés de Bogotá y del país– para brindar ayuda, puesto que la reacción de las instituciones apenas puede responder a una crisis de mucho tiempo antes.

Duber mira llover por la ventana

Conocí a Duber una vez en Istmina. Fue el año pasado, cuando fuimos al Chocó para el trabajo de campo del proyecto Narrativas de paz en contextos educativos rurales. Voces de maestros y maestras. Recuerdo la lluvia eterna, los mototaxis, las calles entreveradas, el comercio y la riqueza a la venta –frutas, miscelánea, verduras– en la supuesta pobreza de la nada. Recuerdo sobre todo la estrechez, la vida en la calle y las irregularidades, las sombrillas multicolores, los edificios de tres o cuatro pisos con fachadas algunas pintadas, otras de ladrillo a la vista, y cómo se iban dispersando, volviendo casas regadas por las carreteras entre tramos destapados y sin pavimentar, en la abundancia de la proximidad de la selva y las vertientes de agua. Duber era un estudiante que participaba en un Taller Pedagógico del proyecto para los estudiantes del ciclo complementario de la Institución Educativa Normal Superior San Pio X de Istmina. Había un ambiente propiciado por el equipo de investigación bajo el liderazgo de Carlos Valerio Echavarría (el investigador principal del proyecto), Lorena González, José Hoover Vanegas y yo: música, fotografías en tela, videobeam con imágenes. El interés formativo principal era brindar oportunidades para que los estudiantes pudieran ganar seguridad para enseñarles a los estudiantes. 

Duber movía el cuerpo feliz, a la luz multicolor del videobeam, en compañía de sus amigos sobre la tarima, con quienes hacían el performance de El gallo pinto («El gallo pinto no pinta / El que pinta es el pintor», cantaba Carlos con su cuerpo y hacía mover, aprender y reír a todos los estudiantes). Duber era libre. Cuando terminó el taller, me pidió una foto. Ahí lo vi mejor: posaba para la cámara con la mirada hacia el horizonte, sonriente, y, junto a su amiga, esperaba por lo menos cinco segundos con la mano detenida a que sonara el flash, para después concentrar los ojos inquietos, las cejas delineadas y las pestañas definidas sobre la cámara. Desde ese día he recibido noticias suyas. Me ha pedido varios favores para la tarjeta de cumpleaños de la sobrina que es como su hermana, y para un concurso de belleza en Condoto (Chocó). 

Ahora le pregunto cómo está. Es triste y al mismo tiempo motivante entablar una conversación con una persona solo a través del chat. Me recuerda. Me pregunta que cómo estamos por allá. Me dice que allá nadie da señales. Le digo que quiero escribir sobre los mercados de la cuarentena, le envío el blog. “Gracias por tener en cuenta al Chocó”, responde. Que están “Pasando hambre porque no se ha podido trabajar debido a la pandemia”. Viven diez en la casa, con los hermanos y su papá, en el barrio Soledad, y el mercado están “Ahorrándolo y apreciándolo mucho”. Solo han recibido uno durante la cuarentena: arroz, atún, Maggi, pasta, aceite, sardinas en lata, queso. “Ayudas super reducidas”, según me cuenta. Que ya no estudia, que ya no trabaja, que ahora se la pasa haciendo aseo y viendo televisión. 

Lo imagino viendo llover, a través de la ventana, impaciente, aguantando el cuerpo. Me cuenta otras cosas. Yo quedo sin saber muy bien qué decirle, con el corazón atravesado. Acierto a alentarlo.

El hermano Martín, por su parte, de la comunidad de hermanos de La Salle, y quien con el hermano Jaime lideran el Internado Villa La Salle de Istmina –a donde llegan jóvenes para estudiar, vivir y ser formados por ellos– me cuenta de la misma manera como habla: 

“Hola Julián, cordial saludo.

Espero que se encuentre bien junto a los suyos.

Por aquí estamos bien gracias al buen Dios.

Con respecto a la distribución de mercados en la zona, he escuchado en general, buenos comentarios de organización y equidad en la distribución.

Escucho a una que otra persona que se queja de no recibir la ayuda, muchas veces más por incoformidad porque esperaba más de lo que le dieron.

Por lo demás el proceso de ayudas se ha venido dando.

Bueno, un saludo especial al equipo de investigación… y mucho ánimo”.

Las ayudas llegan, las articulaciones se dan, se reparte equitativamente, pero no parece suficiente. 

El gobierno nacional ha reconocido que ha estado atrasado en la entrega de mercados después de dos meses de cuarentena, y los ánimos se encrespan con el Congreso al tener que dar cuenta de las responsabilidades y sus articulaciones entre los ministerios, el Fondo de Mitigación de Emergencias (FOME), y la Unidad Nacional de Riesgo, que también se encarga de la entrega de equipos de salud. Hace unas semanas, la ministra del interior Arango hablaba del compromiso de la entrega de más de setenta y seis mil auxilios en el Chocó, de los cuales iban cuarenta y siete mil. Aún más problemático con el Valle, con Buenaventura, con el Cauca. Son mercados pensados para diez o quince días, para tres o cuatro personas, pero familias como la de Duber tienen que “Ahorrarlo y apreciarlo mucho”, porque son diez en una casa. Fuera de eso, las investigaciones de corrupción se han abierto por parte de la Fiscalía, Procuraduría y la Contraloría para indagar por sobrecostos de las contrataciones en departamentos como Atlántico, Valle del Cauca, Cundinamarca. 

Claudia y su paraíso en Bosques del norte

Claudia Patricia no me conocía, pero desde que le escribí casi que me cuenta toda su vida. Vive en el barrio Bosques del norte –al norte de Manizales, un barrio de estrato dos–. Cuando la oí me recordó a mi casa. Vive con tres de sus hijos –que aún estudian en el colegio– y con su esposo. Le pregunto por los mercados, me dice que ha recibido uno de la Alcaldía –que le dura para quince días– y otros dos del colegio de los hijos, el INEM –estos le duran mucho menos, dos o tres días–. No tiene trabajo, como tampoco lo tiene su esposo. Me envía audios agitada, como yendo de un lugar a otro, en su quehacer cotidiano. Me cuenta que lo que más le gusta cocinar son fríjoles:

“Al otro día madrugo, los pongo a pitar, les echo cebollita, tomates –a los fríjoles solos–, una zanahoria, y no les echo sal. Después de que los fríjoles ya están blanditos entonces les echo los plátanos, que los pico con las uñas muy delgaditos, saco las zanahorias, las licúo con un pedacito de Maggi y agüita de los mismos fríjoles. Le echo eso a los fríjoles, le echo los plátanos, salecita, los pongo a pitar. Y si algún día tengo pezuña, o garra, también les echo, que quedan deliciosos. Ya después los apago, los bajo, hago un guisito y se lo hecho al servirlos”.

Solo ella cocina. Pone a rendir las siete libras de arroz, el atado de panela, el kilo de azúcar, las tres libras de lentejas, la libra de sal, el paquete de pastas, el café, el aceite, el frasco de Milk, el chocolate, el Maggi. Ella dice que es una “privilegiada”. La casa de una sola planta tiene las separaciones con tela o con arcos divisorios. Tres cuartos, el baño, el patio –allí es donde puso una pieza adicional– y la sala. Todo impecable. Su consentida es la cocina: el piso de cerámica, la estufa esquinera, una tela de puntos blancos la usa para guardar las ollas. Lo que le donaron, lo que compró. Todo está puesto en un lugar específico donde sabe que lo encontrará, y se nota el movimiento constante de las cosas, que vuelve a poner en el lugar que es. Me muestra toda su casa como quien ilustra una victoria.

En Colombia se hace el estimativo –según Fenalco– de que, en el mes de marzo, quienes aumentaron las ventas fueron los detallistas y mayoristas de alimentos y víveres en general, droguería y productos de aseo: jabones de ropa y manos, papel higiénico (es nuestra ya la imagen de los carros abarrotados de papel), medicamentos sin fórmula, leche, alimentos en general, desinfectantes, café, paños, esponjas y maíz pira. Entre los menos vendidos se cuentan las cuchillas de afeitar y los chicles. Preferimos lavarnos las manos que afeitarnos, mientras comemos crispetas para ver series de Netfilx. Para familias de estratos altos, un mercado como el que le llega a Claudia Patricia –y que para ella es generoso– apenas es un soplo de un par de días. No hay preocupación por las lentejas sino por las crispetas. Filas y filas del comienzo de la cuarentena de la desproporción sin contar con el otro y su posible necesidad.

Claudia, en cambio, ha tenido que rebuscar más. Ella es técnica en archivo, pero no ha trabajado en eso porque no la han contratado por falta de experiencia. Ahora vende ropa usada para pagar las facturas que, según ella, han subido (casi veinte mil pesos la del agua, siete mil pesos la del gas, así como unos materiales por la factura del gas que no ha podido cancelar). Antes trabajaba como ayudante de construcción, auxiliar de tránsito en obra, servicios generales, guardiana de las laderas. El esposo, por su parte, ha estado en fábricas, mantenimiento, construcción como ayudante de práctica y raso. Últimamente trabajaba en una empresa de aseo que se llama Bioservicios, haciéndoles mantenimiento a los parques y a las áreas recreativas. Como Claudia y su esposo, se estima un desempleo más del doce por ciento, y eso que se dice que posiblemente la cifra sea mayor por cuenta de las formas de medición.

En Manizales funcionó la campaña de Manizales Súper Solidaria para recibir las donaciones en mercado o efectivo y entregar los mercados a los estratos uno y dos. Toda una logística en función de esta entrega: camiones, camionetas, responsables. En ello hubo apoyo de la Cruz Roja, la Defensa Civil, los Bomberos. Todos los mercados llegaban directamente a las casas: si allí no estaban, no se podían entregar. Mi amigo Juan Alejandro Torres –quien también es politólogo, nos graduamos de la misma universidad, la Autónoma de Manizales, y trabaja en la Alcaldía de Manizales–, me cuenta: 

“Hay historias conmovedoras, hay personas que cuando uno llega, personas que se arrodillan dando las gracias, personas enojadas que porque la ayuda se demoró mucho. Muchas veces tampoco están las personas en el hogar porque los mercados se reparten casa por casa. Si es un barrio general se intenta dejar en todas las casas un mercado. No se entregan si las personas no están, y esa también es una dificultad que se ha encontrado”.

Además de ello, han aprovechado para hacer el registro de las personas que no estaban actualizadas, a través de un aplicativo especial. No tenemos que estar en Chocó ni en África para descubrir que no conocemos lo suficiente el territorio, ni tampoco las necesidades, los derechos vulnerados. Durante la crisis se expande un tipo de necesidad, la más imperante, el hambre, que nos hace olvidar otro tipo de derechos y libertades en pugna, como las búsquedas de redistribución no con base en el poder adquisitivo sino con base en las capacidades de los seres humanos. Ahora se habla de un replanteamiento de la relación entre el estado y el mercado, pero lo que sabemos es que esta debe estar organizada más allá de la asistencia –así comprendamos que estamos en tiempos de crisis–. El gasto social no como una acción de contención sino como práctica estructurante del gobierno. 

Pilar cuenta la cuarentena en Paz de Ariporo

Yo estaba en la cocina. Me preguntaba por qué no me quedaba bien el arroz –demasiado suelto, como sin hacer, medio desabrido– cuando Pilar –aunque nació en Boyacá es una maestra del Casanare: mujer que ha emprendido la investigación para comprender más a fondo su condición en el mundo y su propia historia; ella ahora estudia su doctorado en educación– me cuenta, después de haberla llamado, medio enredado, y preguntado por cómo estaba la cosa allá. Ella siempre diligente me envió un audio de seis minutos lleno de descripciones, de historias, de hechos, que tuve que oírlo dos o tres veces para comprenderlo bien. Aquí transcribo esa vida que surge con sus palabras, y que pone de manifiesto la pandemia y sus tiempos distintos dependiendo de las capas de la ruralidad, los cuentos de la realidad que emergen de la cuarentena, y la creatividad con la pulsación de la existencia en riesgo: una apuesta en común sobre los alimentos. Oigan ustedes la voz por teléfono de esta escritora de los detalles:

“Aquí en Paz de Ariporo la parte del mercado no se ha visto afectada así gran cosa. Los almacenes de cadena están funcionando prácticamente normal. Nosotros aquí tenemos la metodología del pico y cédula de lunes a viernes. El sábado es pico y género: en la mañana hombres y en la tarde mujeres. Y el domingo sí absolutamente nadie sale porque son los días que limpian todo el pueblo, hacen aseo a los lugares más concurridos. Los almacenes de cadena abren normal, se está atendiendo normal. Cuando he tenido la oportunidad de salir y comprar alguna cosa que toque hacer es muy estresante en algunos de ellos porque no se mantiene la distancia, no se mantiene el control del tapabocas. Los supermercados están abiertos, están atendiendo. La mayoría –o sea, casi todo– a domicilio, en todos los lugares”. 

“Con la plaza de mercado ocurrió una cosa cuando se reportó el primer caso en el pueblo, que a la larga no era un caso positivo aquí. Lo que pasa es que era un muchacho inválido que lo llevaban los hermanos a la plaza a pedir limosna, entonces lo ubicaban en una parte y lo dejaban. Él ha venido siempre sufriendo problemas respiratorios y, en una ocasión de esas, se enfermó. Lo llevaron al hospital y, como estaba tan malito de los pulmones, lo echaron para Yopal. En Yopal fue que se contagió, pero desafortunadamente la información que se dio es que era el caso aquí positivo de coronavirus, aquí en Paz de Ariporo. A raíz de eso, la plaza sí se vio muy afectada porque la gente se asustó mucho, porque el muchacho estaba en la plaza. Entonces toda la gente empezó a especular y a decir que el virus estaba en la plaza. Eso afectó mucho a las personas que estaban allá. La gente dejó de ir a la plaza un tiempo. Las personas allá eso se empezaron a quejar, por las redes empezaron a decir que por favor aclararan el caso del muchacho, que la plaza no tenía el virus. Y de hecho ellos tienen mucha higiene, se cuidan mucho”.

“Allá en la plaza venden desayunos, es la costumbre aquí. Venden los desayunos, el queso, el mercado normal, los envueltos, los buñuelos, cositas así por tradición. Todo eso lo están distribuyendo también a domicilio. Sin embargo, la plaza está abierta. Yo pensaría que por ser un pueblo, el mercado no se ha visto afectado. Las personas están vendiendo. Excepto los que tenían cultivos grandes que traían los camiones para vender, sí. Un poquito. Pero también lo mismo. Hay un ingeniero que vende piña y él nos ha estado trayendo acá a la casa. Entonces uno le hace el pedido y él nos ha estado trayendo”. 

“Pero realmente la gente se ha reinventado, una cosa impresionante. Uno mira cómo publican en el Facebook las fotos de sus negocios, les hacen propaganda. Por ejemplo me causaba curiosidad las empanadas doña Martha en el terminal. Sale ella con la foto, con su traje, y toda la higiene puesta. Lo mismo en la plaza. Las personas de la plaza hicieron un directorio telefónico. Entonces ahí colocan el nombre de la persona, el celular y los productos que venden: caldo de costilla, desayunos. El otro vende arepas, el otro vende la yuca, el otro vende la carne. Entonces se hizo un directorio de la plaza del mercado, y eso se empezó a repartir por todos los grupos. Igual, la Cámara de Comercio aquí en Paz de Ariporo armó también un directorio donde está lo de comidas, lo de droguerías, lo de pañaleras, las cosas más básicas, y así todos los almacenes han hecho. Empezar a hacer promoción. Entonces abren las puertas y atienden desde ahí, medio abierta. Pero realmente que se haya visto afectado el mercado, o las personas, pues hasta el momento no tanto. Sí, claro, no con la misma dinámica de antes, pero no”. 

Todo eso lo dijo al responder una pregunta. La plaza de Paz de Ariporo Casanare podría ser un ejemplo de formas de oferta en común acuerdo. No obstante, aunque en la Paz parezca no haber muchos problemas ahora, en el resto del país sí. En últimas, se trata de la seguridad alimentaria de Colombia. Según Álvaro Acevedo, profesor del departamento de Desarrollo rural y agropecuario, de la facultad de Ciencias agropecuarias (Universidad Nacional), la crisis ha puesto de relieve nuestra dependencia de los mercados internacionales, y nuestro olvido de las economías campesinas, familiares y comunitarias. El contrapunteo con la tendencia por parte del gobierno nacional de privilegiar los grandes monocultivos a través de políticas económicas que no alientan la equidad. Mucho más, cuando el discurso culpabiliza a los pequeños campesinos de la crisis. La plaza, como lo expresa Pilar, es una demostración de que es posible una organización para la garantía del suministro de alimentos, y no para la garantía de commodities que se convertirán en divisas del mercado internacional.

Fredy, el periodista telefónico

Fredy siempre se presenta como un llanero, como un campesino llanero (no importa donde esté, lo he oído presentarse así en los seminarios de doctorado que ve, también, junto con Pilar, y su cómplice Adriana). Es el mejor coplero que conozco porque sus versos tejen con el corazón los recuerdos, entre la nostalgia y la esperanza, de la infancia. Al contarme todo esto, Pilar y Fredy –ambos son esposos, viven con sus dos hijos, Lorena y Cristian, con doña Andrea, la mamá de Pilar, y con Mike, su perrito ahogado; hace poco fueron felizmente abuelos– se confabularon para entrevistar a la señora que les vende los tungos (envueltos de arroz que siempre trae a Bogotá como un tesoro de su tierra) en Paz de Ariporo (un municipio extenso y amplio como los llanos). Sucedió otro diálogo telefónico tan natural que gocé al oírlo. Él estaba en su casa blanca y esquinera, en el primer piso del estudio donde han dispuesto todo para comprender las lecturas que hacen a diario, o en el chinchorro del segundo piso, en su cuarto, o en el balcón que da al complejo deportivo –y en el que es posible sentir, después de un día de trabajo, que es el balcón más fresco del mundo–:

–Sí señor–.

–Pues que su mercé me regale primero su nombre completo–, responde Fredy.

–Maria Bacilia Bastidas Sogamoso–.

–Bueno, señora Bacilia. La idea es que su mercé me cuente cómo ha sido en estos últimos meses su negocio. Si ha crecido, ha notado que han crecido sus ventas, o se han mantenido. Eso es lo que quiero que me cuente. ¿Y qué más vende su mercé? ¿Qué es lo que vende? ¿Cómo ha visto sus ingresos en estos últimos meses?–.

–Profe, para mí los ingresos en estos últimos meses han sido muy bajos, demasiado bajos. Yo estaba trabajando diario cuarenta libras y ahora no estoy trabajando sino veinte libras, quince libras, diez libras, porque están demasiado pésima las ventas. No suben. El día domingo me estaba trabajando antes de la pandemia dos arrobas, o sea cincuenta libras, sesenta libras. Y ahora no alcanza a compensar con lo que se está trabajando ahora. Por motivo de la pandemia que la gente vive encerrada, solo lo que pueda hacer en la plaza un poquito, y lo que haga por ahí a domicilios–. 

–¿Su mercé solamente vende los envueltos, los tungos?–.

–Sí, señor. Solamente los envueltos–. 

–Y esto quiere decir que sus ingresos han bajado notablemente–.

–Sí, señor. Han bajado demasiado–. 

–Señora Bacilia, yo quiero hacerle otra pregunta. ¿Su mercé ha recibido como beneficios digamos de particulares, del estado, ayudas, que puedan de alguna manera beneficiarla en esta época de pandemia?–.

–¿Que si alguien me ha colaborao?–.

–Sí, que si alguien le ha colaborao, o el estado le ha colaborao–.

–No, señor. Hasta el día de hoy nadie me ha colaborao. Una señora que me llamó y me dijo: ‘doña María’, porque en mi cédula aparece primero Maria Bacilia, y me dijo, ‘doña María, cuántos años tiene’, y le dije ‘sesenta’, y me dijo ‘María, ya le colaboraron por parte del Estado, por la pandemia’, y le dije ‘no señora, no me han colaborao nada’. Gracias a mi Dios le doy primeramente que me tiene con salud para trabajar y poder vender aunque sea un poquito y de eso mismo sustentarme. Porque no tengo de qué más vivir. Ese es mi trabajo, día a día, para sustentar: lo que venda en la mañana lo compro para el almuercito y para la cena. Vivo aquí con mi hija y con mi nieto que es discapacitado. Yo también soy una señora de discapacidad–. 

–Señora Bacilia, muchas gracias. Con eso que me has dicho ya es suficiente. Mi Dios la bendiga, y un abrazo muy grande. Mañana si Dios quiere la llamo por la mañana para que me envíe unos envuelticos. ¿Listo?–.

–Sí, señor, porque el domingo nuevamente no nos dejan trabajar–. 

–Ah, ¿y el domingo está cerrado otra vez?–.

–Sí, señor. Si va a necesitar algo, me llama o me llama hoy, para yo madrugar y apartar, por decir algo, los quesos de mano que son más rapaos, si necesita–.

–Sí, señora. Yo le timbro mañana muy tempranito. Mi Dios la bendiga, buen día–. 

–Muy amable, profe. Le agradezco para que así mismo me tenga en cuenta por allá para las ventas, por allá para que esa información, y primeramente que le salga todo bien–. 

–Amén, mi Dios la bendiga–.

–Bueno, gracias. Amén–. 

Problemas para la venta –se quedan los productos sin poder vender–, problemas en el transporte, costos elevados de insumos, no correspondencia con los ingresos y las utilidades. Como doña Maria Bacilia, muchos productores y comerciantes están teniendo hoy problemas. El Tiempo publica que se trata del ochenta y siete por ciento de productores . Además, está la preocupación creciente de que en países como Perú los mercados han sido los principales focos de contagio. Definitivamente, se trata de un asunto de prioridades que el gobierno no puede subestimar: entre la garantía del cuidado y la garantía de los ingresos.

Todo el espectro muestra la necesidad de una interdependencia económica, y no la resolución con base en los mismos principios de capacidad adquisitiva. Otras formas de vida, otros modos de comprendernos. Las capacidades humanas como prioridad. Duber, Martha, Claudia Patricia, Pilar, Fredy, Juan, así parecen decirlo.

25 de mayo

Publicado por julianbernalospina

Escritor. De formación politólogo con estudios de maestría en construcción de paz. Énfasis en escritura, literatura, periodismo e investigación cualitativa.

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