El sueño y la realidad de la pandemia

Cuento y nota periodística sobre la reapertura en cuarentena.

Mientras más de trescientos millones de europeos se preparan para la reapertura económica, los latinoamericanos nos alistamos a recibir los más duros embates de la pandemia. Este es un escrito de dos caras. La ficción del sueño de un mayor indígena de la tribu ticuna del Amazonas y la realidad que nos ha dejado la cuarentena con la reciente y paulatina apertura económica en Colombia. 

Las mil y una cuarentenas

Las aguas del río están serenas a ciertas horas del día. Serenas como un sueño remoto. Al medio día apenas se mueven, como meciendo el mundo. Una canoa avanza con dos cuerpos, uno sentado al frente remando y conduciéndola, y el otro acostado, en el punto en que el agua que se escapa del contacto entre la madera y la superficie no lo moja. El último está en una especie de cama provisional de hojas de palma y plátano que le arreglaron antes de salir del clan. La tos apenas logra oírse por los sonidos de loros, micos ardilla, guacamayos que se confunden en un solo rumor. La sangre que sale de la boca ya mancha por completo todo el harapo que usa como pañuelo. Alrededor el comienzo de la espesura verde de la selva, la maleza firme, el agua infinita. Los designados por los clanes en las orillas vigilan, trascendentales, el paso de la canoa. El cuerpo acostado apenas logra asomar la cabeza, y los andrajos arropan el tocado de plumas blancas, azules y rojas, las marcas del fruto del huito, la corona de corteza de árbol, la ropa de yanchama con dibujos de rituales y de rombos de achiote y azafrán. El fundador ticuna mira al caonero. Está como poseído por el cielo. Los músculos se mueven en cadencia con el remo, y se asoma, por el movimiento del transporte, una piedra colgando del cuello sobre la espalda desnuda. 

El caonero voltea a ver al fundador. Repara en la cara que parece calcinar el sol. La nariz solemne entre los ojos de vidrio oscuro, entrecerrados. Las cejas arrugadas, la piel de selva ya clareando, casi amarilla, casi púrpura. Están a treinta minutos de Puerto Nariño. “El fundador no puede dormirse”, piensa. “Se muere si lo dejo dormir”. Toma la piedra que cuelga, cierra los ojos e imagina un cuento, que relata así:

–Fundador, debes recordar esta historia del final de los tiempos que nos contaste cuando pescábamos por las ceibas –el fundador abre los ojos, el vidrio oscuro ahora está abierto de par en par–. En los confines del mundo, donde habitan las vacas que aún no conocemos y que no conoceremos jamás, un día se repetirá la historia de Ngutapa. No será una coincidencia. Las vacas tendrán los mismos nombres de nuestros antepasados. Solo que esta vez Ngutapa no morirá por haber salido a cazar sino que sus mismos hijos lo matarán y se harán para sí el territorio de nàane. Se olvidarán de que dependerán de la carne del padre envuelta en sustancias naturales para vivir, que siempre deben guardar, pero estarán poseídos por el espírito rebelde del hijo Ipi. Yoí usará el pelo (ukane) de las hermanas para hacer vendas para los ojos y para las bocas, y de esa manera cegará y tapará las bocas para que no hablen los descendientes. No buscarán el tigre infractor que mató al primer Ngutapa. Yoí e Ipi no achicarán ni amarrarán el mundo, por lo que los descendientes dominarán los espacios del confín de la tierra, más allá de lo que conocemos. Dejarán de saberse hermanos. Los hombres podrán comer lo que deseen sus apetitos sin necesidad de oler sus fauces ni de distinguir sus clanes. 

El fundador con su mirada mojada observa el agua vidente del río. La luz del sol reverbera en el agua que va quedando entre las hojas de la camilla.  

–Un día, un ngoo verá lo que pasará, y será el mismo espíritu que ayudó a los primeros a crear nuestro mundo. Entonces se enojará tanto que no impedirá que los hombres tengan que padecer con los mismos medios que crearon. Todo el poder de las aguas de mil ríos, la fuerza de mil tigres y la visión de mil aves no podrán detener el espíritu invisible, el ngoo de cada respiro. 

–Y así tendrán que volver a saber de qué color es el cielo, de qué color es el agua, de qué sabor son las plantas –anticipa el fundador, con voz temblorosa–. Tendrán que buscar en su interior cuáles son los que han sido escogidos para ellos. Vivirán con la misma imagen una y otra vez, hasta que lo recuerden. Hasta que recuerden cuál ha sido el sabor escogido para ellos.

El canoero sabe que aún quedan veinte minutos para llegar a Puerto. Le cambia el harapo que usa como pañuelo y continúa el cuento que no terminará hasta llegar a tierra.

Las dos caras de la puerta giratoria

Apenas comienza este juego de la puerta giratoria. Entrar y salir, entrar y salir. Como una ilusión de movimiento en la permanencia del mismo punto. Europa empieza a perder el miedo de la calle que le habían generado las sumas de fallecidos por el nuevo coronavirus: EspañaFranciaItalia sueñan con volver a tomar el sol del verano en las playas. En buena medida por las inversiones en la salud, por el confinamiento, y, más que eso, por la posibilidad del confinamiento. En cambio, parece que en América las cosas aún están iniciando. Este es hoy el continente que más infectados tiene, con epicentro en Estados Unidos: casi dos millonesLas cifras hoy en Brasil llegan a números como las cifras en los peores momentos de España o de Italia. Nos enfrentamos en Latinoamérica a un problema cultural: una parte de la sociedad que no tiene ganas de permanecer en la casa por cuestiones de no interés ciudadano o político –no creemos en el estado, no nos sentimos cobijados por él–; y otro económico: porque simplemente no se puede dejar de trabajar.

Parecen ser las dos caras de la puerta giratoria.

En los centros urbanos las filas que separan a cada uno por un metro de distancia. El miedo que provoca la afirmación de que “Todos somos potenciales infectados”, como lo dice la cuidadora Mireya Bohórquez. La tensión al salir, la tensión al entrar: dudar del café de la mañana, de la ropa que recién se puso en el piso. En las periferias de nuestros países –en la marginalidad, en la precariedad–, en donde ya llegó el virus, no hay filas para supermercado sino una impotencia creciente. El olvido estatal, se dice, se hace cada vez más presente. Los relatos de las personas del Amazonas nos cuentan un panorama al borde del abismo, en la tristeza: nos hablan de genocidios, de incapacidad estatal, de fundadores muertos. Mientras tanto las inversiones coyunturales apenas se harán presentes en meses. Al día de hoy más de mil contagiados ya es suficiente para el escalofrío.  

“Posibilidad del confinamiento” porque el confinamiento no ha sido una posibilidad para un buen porcentaje de ciudadanos de nuestros países. Es recurrente la alusión a una economía informal en Colombia o en Perú o en Ecuador: la gente vive de lo que vende en la calle, en los supermercados, en las oficinas, no de un ingreso fijo. “¡Ese virus chino no me va a dar de comer!”, podrían decir muchos. ¿Qué les va a preocupar, entonces, el futuro, si el presente es un vacío del estómago, un rugir de tripas? El presente es una misma fotografía diaria del hambre entre el cuarto y la cocina. El confinamiento en la pobreza solo es posible para los presos sin voz de la cárcel de Villavicencio

Para otros la cuarentena es un error. Johan Giesecke, científico epidemiólogo sueco, desempolva la teoría de la inmunidad del rebaño según la cual las personas que han desarrollado inmunidad hacen un cerco natural para quienes resultan contagiados. Aparece en entrevistas seco, cortante y distante como un cuchillo frío, diciendo: “La gente no es estúpida”, para referirse a que la gente logrará comprender racionalmente las medidas. Según él, lo que hay que hacer es asegurar a los más débiles –ancianos y enfermos– y abrir la sociedad, para que los mismos seres humanos menos vulnerables desarrollen su propia capacidad de inmunidad. Las científicas Laura Rodríguez y Ruth Martínez lo desmienten, aduciendo las problemáticas de esta teoría en contextos como el colombiano. Habría que invitarlo a pensar en esta sencilla razón: ¿acaso tenemos toda la capacidad hospitalaria, las unidades de cuidados intensivos, la investigación, pruebas al alcance, gasto público? 

Se trata del tiempo para prepararnos, como ya se ha dicho. 

No sabemos del todo las cifras en nuestros países: son muchos los subregistros que existen, las formas de medición, lo que cada una de ellas puede pretender. Se estima que hay que proyectar las cifras tres veces más de lo que publican las instituciones. Como lo dice Francisco González, profesor de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Johns Hopkins: “La mayoría cree que esos datos son erróneos y no reflejan la realidad. Puede ser por un tema estructural de cada país, pero también puede ser intencional. Hay mucha gente que está muriendo a diario por COVID-19 y no son registradas como tal sino, simplemente, como una ‘neumonía atípica’”. Dice González que son dos causas las más relevantes: una estructural, la falta de inversión acumulada; y la otra coyuntural, los juegos políticos que los gobiernos puedan asumir para manipular las cifras. 

Sin embargo, por lo que nos es posible conocer, para el portal endcoronavirus países como Colombia, Ecuador, Chile, Brasil, Perú e incluso Argentina necesitan acción. Estamos en la fase aún roja de la pandemia: a pesar de la cuarentena –Perú comenzó a la par con Colombia, al igual que Ecuador–, los infectados crecen cada día. En Colombia una persona infectada sigue contagiando menos que hace un mes y medio (según el número reproductivo R, antes una persona contagiaba a tres, mientras que hoy una persona contagia a otra). Parece que aún no hemos llegado al pico, como también ya se ha dicho, y que conforme sigamos creciendo a un ritmo cada vez mayor, con la apertura de esta semana, probablemente el número reproductivo crezca, y también aumenten la diferencia de infectados cada día (desde el jueves ha venido creciendo la cifra cada día con seiscientos y setescientos infectados), y de muertos, que se ha mantenido estable. 

Según El Tiempo, tenemos una tasa de 10,32 muertes por millón de habitantes (la del mundo es de 38, 7), mueren más hombres y los más perjudicados son los ancianos y quienes ya tenían una enfermedad grave (conmorbilidad). Los centros de la pandemia siguen siendo Bogotá, Valle del Cauca, Atlántico y el preocupante lugar del Amazonas y del Meta. Sin el confinamiento, los casos estarían disparados de un día para otro (como le está sucediendo en este momento a Chile, con más de dos mil contagios en las últimas horas) y los hospitales, unidades de cuidado y todo el andamiaje de la salud colapsado, sobre todo con los muertos aumentando y poniendo en crisis hasta el sistema funerario: teniendo que decidir entre salvar al abuelo o salvar al joven.

Supimos entender que era inevitable el contagio, como lo dice Giesecke, pero también que era posible hacerlo más lento. 

Es necesario tomar todas las medidas en el Amazonas y el Meta. En el Amazonas las explicaciones están dadas por ser un epicentro turístico, en el Meta por el foco en la cárcel de Villavicencio, pero va mucho más allá: el abandono, la falta de instituciones democráticas, la corrupción, el interés del gobierno central más en la deforestación que en una política pública integral. De las más de ciento treinta camas para pacientes en el Amazonas, ni una es de cuidados intensivos, según El Tiempo. Todo implica pensar que más que una acción coyuntural son necesarias medidas estructurales.

Estas no se hacen solo mandando aviones de soldados. 

Algunos de los países que han logrado detener el virus tienen portentosos sistemas de salud y gasto público alto en este sector (Alemania, Suiza, Austria, Italia). Esto les permite obtener muchas pruebas cada día y mapear el territorio: solo Alemania hace más de ciento quince mil pruebas diarias con ciento treinta y dos laboratorios en todo el país, y el once por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) invertido en salud. En Colombia se hacen cuatro mil pruebas diarias, y hay unos cincuenta y tres laboratorios. Otros cuentan con una cultura y una economía que les permiten detenerse y esperar (la misma Suecia). Unos más tienen sistemas políticos con regiones más autónomas (la misma Alemania).

Colombia no tiene estas posibilidades. ¿Por decisión gubernamental? ¿Por el modelo de desarrollo? La economía del rebusque, el gasto público en su mayoría en otros sectores, el olvido estatal en las regiones precarias, la cultura de la no implicación con los asuntos de la política. Solo para hacer un estimativo, según la OCDE –citado por Espitia y su equipo–, el gobierno colombiano gasta 5,4 % del PIB en salud y los particulares 1,8 % (mientras que en la OCDE, los estados gastan 6,5 % y 2, 5 %, respectivamente).

No hay una única razón, pero la decisión coyuntural implica la vida de millones. Hay que promover salidas creativas, no pensar en la economía como un ente abstracto sino en la vida de seres humanos. Sobre todo, hay que ser conscientes en que cada acto implica una cadena de consecuencias.

Por esto esta apertura no será la última, y posiblemente el cierre que vivimos tampoco será el primero. Viviremos mil y una cuarentenas. Nos acostumbraremos a ver la misma fotografía, una y otra vez, como El cuento de Navidad de Auggie Wren, escrito por Paul Auster, y encontraremos en esa repetición la fuga de la vida, la posibilidad de la creación humana. Nos contaremos los cuentos que relataba Sherezade –en Las mil y una noches– con los que salvaba su vida del vengativo Shahriar, que quería asesinar a todas las mujeres del reino. Inventaremos mil y una historias más del virus, aun de lo desconocido, y amaremos esta quietud como hemos amado también el movimiento. 

17 de mayo

Publicado por julianbernalospina

Escritor. De formación politólogo con estudios de maestría en construcción de paz. Énfasis en escritura, literatura, periodismo e investigación cualitativa.

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