Basta decir que el mar llega preciso a la playa, y que la arena espera en la playa a que el agua la moje. Basta decir que la brisa recorre ramas y garras, y que las garras encuentran el segundo para agarrar, y que las ramas aguardan el sonido del día. Basta decir que el día amanece cuando también el ojo abre la luz, después de haber sentido la noche y su sábana sobre la piel bajo el influjo del sueño. Basta decir que a todo tiempo llega su tiempo: a tiempo llega el tiempo.
Basta decir esto para saber que el mundo pasa en su tiempo inequívoco. Con cuánto esmero un árbol ha dedicado su existencia para que una rama termine de crecer, y que de esa rama nazca una flor, una fruta, y que esa fruta llegue a tiempo a la mesa. Cuánto esmero han tenido las raíces asidas a la tierra, cuánto han hurgado por entre las piedras, y han bebido de minerales y aguas para que una larga rama sobre un camino dé una sombra al viandante. Milenios desde una vida antigua hasta la rama que se quiebra al caminar.
He intentado saber que cada alma surge de la tierra en un tiempo que no sea inexcusable. He intentado reconocer la vida sin los ojos que ya he visto a la sombra o a la luz, más allá de mi espejo o por medio de las palabras, y no lo logro. He intentado imaginar un mundo sin las manos que he tocado o que he sentido con la voz. He intentado imaginar un mundo sin que las manos que he tocado lo sepan. He intentado saber si existe una explicación para lo que no ha sucedido.
Y no lo logro.
Porque toda alma aguarda un sentido. Porque cada ojo, a la luz o a la sombra, me hacen lo que soy y lo que no soy. Porque cada mano que he tocado y que me ha tocado ha dibujado un mapa de uno y múltiples cursos. Porque, a pesar de que hay mundos posibles como hay mares, arenas, ramas, vientos y garras solo he vivido el mío, este único, con este único cuerpo que está destinado a vivir, luego a morir.
Ni yo mismo supero saber mi propia incoherencia de ir más allá de las cosas, de zanjar el inevitable abismo entre palabras y acciones, incoherencias y cátedras. Todo quien se vive se aprende a ver bailando para no caerse irremediablemente, y sin embargo se cae una y otra vez, y aprende a reconocer la sensación del alma, y aprende a saber cuándo lo agita el viento.
Aunque todo esté descrito en un equilibrio insoportable; y aunque la palabra mar se parezca a la palabra cementerio; y aunque la belleza se pierda en la química de la perfección putrefacta (una sonrisa hecha, una piel untada con todo menos con transparencia); y aunque seamos incapaces de ver el espíritu liberador de los sueños cumplidos con paciencia y no con el agite del instante; y aunque y aunque: hay un secreto pacto entre las cosas y el tiempo que hace que sintamos que nos mira, con ojos risueños y sabios, un blanco y viejo hombre de barba.
Baste decirlo todo para aclarar lo que una y otra vez aprendemos. Baste decirlo una y otra vez a pesar de que no sea suficiente. Baste hacerlo hasta ser parte de esa maquinaria universal incomprensible que se aceita con el tiempo medido en suspiros y estertores. Baste y aunque no baste, por lo menos están las palabras que nos salvan para decir: “Benditas palabras que te tocaron”.
25 de abril del 2021
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Julián Bernal Ospina