Un escrito a propósito del Festival Internacional de Teatro de Manizales, en su versión número 54, que se vivió en Manizales del 03 al 09 de octubre del 2022
Un hombre sueña que habla de un sueño mientras los espectadores sueñan que el hombre sueña que habla de un sueño. Una abuela resucita muerta hacia el tránsito del otro cielo más allá de la muerte, y es conducida por un tal Gabriel que la lleva a ver las almas de sus hijos locos, de sus nietos tristes, de un hijo coronel aturdido por el desenfreno de su poder; un hijo coronel que alguna vez quiso ser justo, justicia que fue perdiendo de batalla en batalla, como la juventud, como la bondad. Una muerte bailarina y alegre, porque la vida es corta y la muerte es larga. Una mujer se despierta creyendo ser otra, buscan engañarla pero se da cuenta de que es ella la que engañará. Una mujer cuenta su historia real y herida de su amor de vanguardia, que no es otra cosa que una salsa, un bebé, una ruptura, un reencuentro, tres corazones y una larga carta escrita a tres manos. Dos parejas de viejos redescubren el amor después del amor. Un famoso músico barroco comprende que la mejor música es la que lleva el ritmo del corazón.
¿Qué le cabe al teatro? La respuesta es todo. ¿Qué es indispensable saber para sentir el teatro? La respuesta es nada. Bueno, sí: ganas.
Ha pasado una nueva versión del Festival Internacional de Teatro de Manizales y aún se sienten en la cabeza ecos de imágenes que luchan para destacarse sobre el fondo oscuro. Hasta en calles, parques y plazas se vio el fondo oscuro colgado como una promesa. La calle, después de dos años, se volvió a disponer para ser un escenario real de historias ficticias (aunque, para ser estrictos, la calle siempre es el escenario y siempre es la tarima de historias, las más de las veces desapercibidas).
Hace años –milenios– a alguien se le ocurrió ofrecerle a Dionisio el invento de ser otros en un instante. A alguien se le debió haber ocurrido, quizá antes o quizá después, que ese fondo oscuro funciona como una página en blanco para el escritor o el lienzo para la pintora: es una invitación a crear (la mayor mentira que un ser humano puede hacerse: pensar que puede crear algo, pero vivimos también de mentiras porque ¿qué más hacemos?). Y hay una hipnosis que surge, una especie de encantamiento, que hace sentir que todo lo demás se ignora. También a veces surge el sueño, el sueño de cerrar los ojos.
Tal vez todo cabe en el teatro precisamente por esa atmósfera de sueño, de sueño real. Las personas se descifran en solo un instante –porque el teatro es eso: un instante– jugadas al intento de ser otras con la única manera de ser ellas mismas. Un vuelo de ida y regreso en que solo hay forma de entregarse del todo.
Un retazo de sombra colgado, la noche estampada en una tela, el abismo que no expulsa sino que atrae. Pueda ser que Dionisio le insertó esa idea al inventor de la primera vez que alguien se atrevió a moverse frente a un fondo oscuro. A diferencia del fondo oscuro que nos mira mientras nos miramos en pantallas, en esta tela oscura nos mira otro. ¿Que el espectador no se emancipa? La imaginación es emancipación, y el fondo oscuro es la invitación para la imaginación. El otro nos lleva a imaginar y, en esa medida, a ser más que nosotros mismos y a ser tantos como nos sea posible como formas de expresión tiene el teatro.
El teatro nos lleva a ser otros, aunque sea por ese instante en que dura.
13 de octubre de 2022
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Julián Bernal Ospina