Palabras áridas, pelotas manchadas

Especial sobre la Copa Mundial de Catar 2022, con cubrimientos de Julián Bernal Ospina y Juan David Morales. Imagen tomada de: https://www.lapluma.net/2022/09/04/42304/

Messi en levantadora

Vimos hoy la historia. Primera vez que un jugador alza la Copa del Mundo en levantadora. Antes de que Messi pudiera por fin tomarla en sus manos, el emir de Catar, Tamim bin Hamad Al Thani, al lado de Infantino, envolvió al jugador en una túnica sedosa y transparente que bien podría ser la capa que usó una de las tres mujeres del jeque la noche anterior para complacer sus deseos eróticos.

Y así, con ese detalle aparentemente insignificante, Al Thani nos mostró quién tiene en verdad el poder: el dueño de todo: dueño de Messi y de Mbappé, dueño de la tierra y del subsuelo y de sus minerales, dueño de sus mujeres, y dueño de la tela con la que Messi –por fin– levantó la Copa del Mundo.

Otra razón elemental de que Messi hubiera recibido la Copa en levantadora era que estaba en su casa. Argentina trascendió las fronteras sudamericanas para llegar al Medio Oriente y no solo jugar en Catar, sino cantar en Catar: “¡Muchachos, ahora no’ volvimo’ a ilusionar!”. De modo que no es extraño pensar que Messi se hubiera sentido celebrando su Mundial en el Gigante de Arroyito, al lado de Antonela, su novia de toda la vida, y con sus tres hijos que parece que fueran tres copias de él –copias como las que vimos de los Messis en el metaverso de los comerciales–.

El Enano de Arroyito dejó de ser hoy un mortal más para convertirse eternamente en el Messías. Decían que Messi ya había hecho lo suficiente para ser llamado como el mejor de la historia. Pero, para ser franco –o, mejor, para ser argentino–, tenía que pasar esta sucesión de eventos para poder disputarle ese puesto del podio de la historia a Maradona, a Pelé y, de una vez por todas, a Cristiano Ronaldo: terminar su carrera considerado como el mejor jugador del Mundial con 35 años, y terminarla ganando su Copa del Mundo en la que se dice –tal vez prematuramente– la mejor final del mundo de la historia, frente al mejor jugador del mundo actualmente, Kylian Mbappé.

Si se pudiera hacer la medición, seguro tendríamos la final con más paros cardíacos en la historia de los mundiales. Por compasión con el hermano pueblo argentino, era mejor y más humanitario que ganaran porque habríamos tenido el mayor y más trágico caso de suicidio colectivo de todos los tiempos. No fueron pocas las renuncias al trabajo, las ventas de carros y apartamentos ni las hipotecas para que más de 40 mil argentinos viajaran a Catar a dormir en lugares peores que “el orto”, como dirían ellos.

Vimos hoy la ascensión de Messi, la transformación en el dios vivo argentino. Para llegar al Olimpo del fútbol ha tenido que sufrir y trastabillar como buen tanguero. Hasta en algunas ocasiones fue empujado por los mortales de su propio equipo. Estuvieron para él su guardaespaldas De Paul, sus niños maravilla Enzo Hernández y Julián Álvarez, y su cómplice director y tocayo Lionel Scaloni. Estuvieron para él como él estuvo para ellos: no de otra manera hubieran podido sobreponerse de la derrota del primer partido frente a Arabia Saudita. (El fútbol es un excelente chiste: Arabia Saudita fue el equipo que le ganó al campeón mundial).

En Colombia muchos decían que querían ver a Messi campeón a pesar de Argentina. Muchos –no fueron pocos– estuvieron rabiosos y tristes al ver a Argentina ganar el Mundial. Sus argumentos apelan a que no saben ganar, que son groseros, que son malos ganadores, que son cancheros, arrabaleros y vulgares. La figura máxima de ese objeto de crítica es el ‘Dibu’ Martínez, el eternamente obsceno y mejor arquero de penaltis.

Pero esos colombianos, montados en una moral conveniente y tradicional, ahondada por nuestro muy colombiano complejo de inferioridad, olvidan que no hubiera habido Messi sino hubiera habido Argentina, y por Argentina me refiero a los jóvenes que con el corazón en los guayos lo dan todo. Y que la mayoría de jugadores nacieron en villas argentinas y han tenido que llegar a donde están con el único motivo inserviblemente hermoso de ser “campeón mundial”.

Mucho tiene para aprender Colombia y su fútbol de Argentina. Hoy termina nuestro especial mundialista en que quisimos escribir divirtiéndonos, inspirados en estos jugadores que hacen lo más importante y único que todo ser humano debe hacer: lo que les gusta. A veces eso es como ladrarle a la luna. Pero ellos son la prueba de que es posible trascender por medio de la pasión. Gracias a nuestros atentos lectores, que nos acompañaron a ver el ascenso histórico de este dios argentino: en levantadora.

Por Julián Bernal Ospina, 18 de diciembre de 2022.

Que viva el fútbol

Transcurrió el día sábado, la antesala de la final del Mundial de Fútbol, el partido más importante de cada cuatrienio. Con la finalización del disputado partido por el tercer puesto, los futboleros vivimos una tarde llena de nostalgia por la sensación de la corta duración del certamen, a diferencia de la larga espera que duró cuatro años y medio para que se diera el pitazo inicial de Catar contra Ecuador. Ese día comenzó en una contrarreloj de 63 partidos, una veintena de columnas y soberbias emociones, jornada tras jornada.

Nos sorprendíamos con los fracasos y eliminaciones tempraneras de Uruguay y Alemania, a pesar de tener claro que en los mundiales siempre se dan resultados inesperados. La dinámica de las jornadas nos mostró que, salvo la selección anfitriona, todos los equipos tenían posibilidades de clasificar a octavos, situación quizás inédita en las citas mundialistas.

Los equipos africanos y asiáticos compitieron a un alto nivel, producto de la evolución futbolística, a diferencia de la mayoría de conjuntos de Conmebol y Concacaf que, como se ha vuelto una constante en los últimos años, no figuran en cantidad en los eventos internacionales.

Los partidos de segunda ronda presagiaban unas llaves predecibles, con equipos de jugadores de renombre, de élite, disputando los partidos definitivos, el Mundial soñado, el de diciembre. Sin embargo, Marruecos, el menos africano de los africanos, el de raíces europeas y de una evolución deportiva impresionante, se encargó de impedir que las selecciones favoritas pelearan por el anhelado trofeo.

A pesar de los ires y venires de este último mes, los resultados insólitos y las múltiples victorias heroicas de David vs. Goliat, el resultado final de la contienda pareció más predecible de lo esperado, pues juegan el partido final las dos selecciones más populares, de jugadores top en el equipo francés propiedad de ricos cataríes. Sus máximos exponentes son las figuras más destacadas y patrocinadas por la FIFA y sus sponsors oficiales, caldo de cultivo para las especulaciones y conspiraciones de YouTube.

En esta final se suspende la existencia mientras se define un encuentro deportivo, el más importante.

Quizás en 15 días o en un mes retorne la habitualidad del fútbol, que transcurre de forma paralela con la cotidianidad de la vida. Siempre hay partidos de ligas europeas, torneos locales, juegos de la Selección, encuentros amistosos con los amigos en cancha de fútbol 7, cotejos de videojuegos y demás, y desde ya inicia nuestra preparación para la siguiente copa del mundo, que será en tres años y medio, en nuestro continente, y por la cercanía sentiremos la opción de asistir a vivir y entender el nuevo formato, inédito, de 48 selecciones, con la incertidumbre de si funcionará, o rebajará la calidad, la emoción y la exclusividad que hasta hoy ostenta la cita orbital, la que nos hizo escribir algunas notas y pensamientos en los días anteriores.

Que viva el fútbol. Nosotros seguiremos viviendo con furor la competencia permanente. Ojalá podamos volver a hablar de esta pasión con cierta periodicidad. Nota final: para el mundial de 2026, hay que ir pidiendo la cita de la visa gringa porque las están dando para 2025. No se vayan a dormir con ese trámite. Gracias por la oportunidad que nos dieron de leernos.

Juan David Morales, 18 de diciembre de 2022.

Dos caras de una misma Marruecos

El fútbol les da ironías hasta a los justos. Marruecos perdió como había ganado: producto del contragolpe y del gol tempranero. La segunda semifinal del Mundial de Catar, entre Marruecos y Francia, se convirtió en un espejo de hermanos idénticamente contrarios. Hermanos que, conocedores el uno del otro como dos amigos de barrio, jugaron a aplicarse las armas más letales contra el otro. Solo que, en este caso, Francia pegó primero, y pegó mejor.

Si la mayoría de jugadores franceses son africanos por su ascendencia o por su nacimiento, los marroquíes son europeos por lo mismo, pero al contrario (del mismo modo y en sentido contrario, como diría una adelantada exreina de belleza). Los de la selección de Marruecos son, en un buen porcentaje, europeos por su nacimiento o ascendencia. Mientras hay jugadores franceses que nacieron en Angola como Camavinga (incluso, sus padres son de la República el Congo), o con ascendencia camerunés y argelina (como el mismo Mbappé), hay también jugadores de la selección de Marruecos que nacieron en España, como Hakimi, o en Francia, como el entrenador Regragui. La lista es larga y las combinaciones variopintas. Un estudio exhaustivo de estas mezclas migratorias podría llevar a interesantes conclusiones, no aptas para ultranacionalistas.

Da la impresión de que solo un equipo compuesto de variaciones de inmigrantes podía vencer a otro equipo igual: solo un equipo europeo africanizado podía vencer a uno africano europeizado. Las armas que a los de la estrella musulmana les sirvieron para derrotar a España, no les sirvieron para derrotar a Francia. Esta vez Marruecos tuvo más posesión y hasta mostró visos acrobáticos como la chilena de El Yamiq o los ataques de Hamdallah y de Ounahi; y Francia, en ocasiones, era un equipo que jugaba al pelotazo y que parecía tener cinco centrales y tres porteros.

En fin: fútbol. Cualquier mozalbete inteligentón (como diría Fernando Londoño de Iván Duque) podría decir que al final todos los equipos son de inmigrantes. Obvio, porque la humanidad es de inmigrantes. Argentina: inmigrantes. Estados Unidos: sí, inmigrantes. Suiza: inmigrantes. Juegan los hijos de los hijos en patrias ajenas, con los colores que por motivos de la guerra o del azar llegaron a fronteras desconocidas, y quienes por el azar o por la guerra terminaron en la extraña profesión de patear un balón. Todos somos, de una u otra manera, inmigrantes. Ese relativismo, sin embargo, no lleva a nada, porque quizá en pocas selecciones se note tanto como en Francia y Marruecos la diversidad de indentidades nacionales en generaciones próximas en el tiempo. Dos caras de una misma moneda.

Y hablando de la moneda, en esta diversidad de diversidades hay algo, además de la inmigración, que nos iguala a todos (no quiero decir todavía todes, me perdonan). ¿Quién creen que ya ganó la final del mundo? ¡Pues quién más va a ser! ¡Catar! El gobierno catarí es dueño del Paris Saint Germain (PSG), equipo en el que juegan las estrellas Messi y Mbappé (incluso en Marruecos también tenían su propia ficha: el pingüino Hakimi es su jugador). Gane Francia o gane Argentina, el PSG catarí, o el Catar Saint Germain, ya ganó, con los jugadores más importantes para las selecciones en la final. La moneda, el mercado, es lo que nos iguala: no hay nacionalidad que valga (o, mejor, no hay nacionalidad que no valga).

Solo por la moneda estamos hablando de pingüinos en Catar, de aficiones sin cerveza y de estadios con la forma de tiendas beduinas (también hay un estadio con la forma secreta de una vulva, secreta porque los moralistas jeques no hubieran querido, por lo menos conscientemente, hacerle un homenaje a la vagina cuando no soportan que sus mujeres enseñen aunque sea la piel de un brazo). Solo por la moneda ya sabemos con cierto conocimiento para llenar crucigramas dónde queda Catar y cuál es su capital; ya sabemos cuáles son sus prejuicios contra los cuales indignarnos. Solo por la moneda, capaz de comprarlo todo, hasta el balón. ¿Habrá alguna forma de revertir eso?

Por Julián Bernal Ospina, 14 de diciembre de 2022.

La lógica argentina

«La lógica dicta que el fútbol solo es un juego». Esta es la frase inicial de un comercial de una cerveza fabricada en suelo argentino, el cual abre una de las tantas joyas publicitarias con las que los gauchos explotan la pasión y el nacionalismo para dar un grito de batalla ante el inicio de cualquier torneo futbolero.

La lógica quizás indicaba que vencer a Arabia Saudita no era tarea complicado. Pero, ante la debacle de la primera fecha y la dolorosa derrota contra los del Medio Oriente, la lógica ya decía que los argentinos no tenían mayores aspiraciones de hacer un papel protagónico en el certamen. Messi fue superado por el planteamiento del rival y el resto de sus compañeros parecieron no llegar con un buen nivel a Catar.

Sin embargo, ese panorama oscuro que había bajado las expectativas creadas para la Scaloneta, cambió a partir de la victoria contra la selección mexicana y, a la postre, el buen partido contra Polonia, que permitió revertir la situación. Luego fuimos testigos de la victoria contra Australia y la batalla contra Países Bajos. En este último partido los sudamericanos se impusieron en la ejecución desde los doce pasos.

Más allá del fútbol, el trasegar de los partidos, las estrategias del técnico para asegurar los resultados y los demás detalles que se desprenden del análisis deportivo, la lógica nos dice que los argentinos se preparan de una forma distinta y desaforada para disputar el Mundial, quizás como ningún otro país. Es un “asunto de Estado”, que define el futuro de la nación, en un mundo paralelo, lejos de la inflación, las tasas de desempleo y las constantes crisis políticas. Esta pasión logra que sus ciudadanos sean mayoría en los estadios cataríes a miles de kilómetros de distancia y con valores de pasajes desfasados, los más caros.

El mundial argentino se compone de tantísimos elementos: los ya mencionados comerciales son ideas ingeniosas, con textos elocuentes e inteligentes. Apelan a la historia, a las gestas de mundiales anteriores, a la Guerra de Malvinas, a Gardel y el tango, al rock y Charly. Y, sobre todo, al Diego. Al eterno Diego.

El fenómeno argentino, ese movimiento lleno de símbolos y canciones que se corean por las multitudes. Sin duda contagia, mueve masas, atrapa a turistas de orígenes lejanos que ni siquiera hablan el idioma español. Los narradores son conocidos por desgarrar sus gargantas en medio de un relato casi poético en cada uno de los goles convertidos. Luego las redes sociales los viralizan, los globalizan.

También hay que ser francos: han contado con suerte. Maradona, uno de los mejores de la historia, el ser que inmortalizó al fútbol más allá del fútbol, nació en Buenos Aires. Con dos décadas de diferencia, a unos cuantos kilómetros, en la ciudad de Rosario, nació Lionel Andrés, el otro crack, con 17 años de vigencia, que esta tarde, en otra rutina extraordinaria, como la gran mayoría de sus participaciones, dejó en ridículo al sobresaliente defensa croata. Quebró la cintura del defensa mejor avaluado del Mundial, otro toque de fantasía para el movimiento argentino.

El próximo domingo, de la mano de Messi, de una hinchada que se hace sentir, provenientes del lugar donde cambiaron la forma de sentir el fútbol, con las cábalas propias de su cultura y en el evento nacional más importante de cada 4 años, jugarán la final y quizás obtendrán con o contra la lógica de las circunstancias, su tercera Copa Mundial, la gloria sagrada.

Por Juan David Morales, 13 de diciembre de 2022

Un Messi maradoniano

Como nos viene acostumbrando, el Mundial nos sorprendió de nuevo. Uno podría decir que no hay sorpresa cuando siempre se espera la sorpresa, pero esta primera fecha de los cuartos de final de la Copa de Catar fue todo menos una confusión prevista: a veces fue la ironía de la ironía; el destino dio vueltas y se torció en varias ocasiones el pescuezo.

Lo que parecía una victoria agónica de Brasil con un golazo que solo Neymar(avilla) puede hacer, terminó convirtiéndose en una derrota de gigante dormido y borracho, cansado de celebrar; y lo que indicaba que era un triste empate de Argentina con sabor a derrota, al final fue una victoria indudable en la que emergieron todos los héroes: un Messi maradoniano, un ‘Dibu’ Martínez que “se comió” a sus rivales, un Lautaro Martínez que por fin la metió y hasta el técnico Scaloni, quien supo mover sus fichas como un pausado ajedrecista.

El contraste sirve para pensar que mientras el técnico argentino hizo cambios para ganar, ‘Tite’, el de Brasil, los hizo para perder. Argentina no solo se mantuvo a pesar del gol y del pasegol de Messi (a veces es más difícil sobreponerse de la victoria que de la derrota), sino también de dos goles holandeses al final de los 90 minutos, tras ir ganando la mayoría del partido, y uno de esos goles en la última jugada, después de una falta dudosa. En cambio los brasileros quedaron en un marasmo súbito cuando Neymar anotó el gol sobre Livaković, letargo que aprovecharon los croatas para empatar y decir con el gol lo que diría Modrić a continuación: “Nos dieron por muertos, pero demostramos que nunca nos rendimos”.

‘Tite’ sacó al siempre peligroso Vinícius Júnior y metió a Rodrygo. Y fue Rodrygo quien falló de primero la tanda de penaltis. No le sirvió el pelo pintado de amarillo para parecerse a Neymar. Tal vez por eso ‘Tite’, confundido, lo mandó a cobrar en primer lugar. Pero Rodrygo recordó que era Rodrygo en el paredón de los once metros y lo erró. ¿Por qué no cobró de primero Neymar? Para ‘Tite’, el último era el más importante, y por querer guardar a quien tenía el guayo fino hizo que Neymar no iniciara cobrando: antes de que pateara el que le correspondía, el último, ya habían perdido.

‘Tite’ tomo esa decisión según una de esas leyes extrañas que los futboleros se sacan del sombrero para sonar entendidos. ¿Quién cobró de primero el penalti en Argentina? Pues Messi, y con ese penalti les abrió el camino a los demás: solo fallaron uno. Scaloni fue a la fija y ganó, y ‘Tite’ se enredó en sus propias divagaciones de técnico que ya se creía ganador. Argentina ganó varios partidos en los 120 minutos; Brasil los perdió todos, pero sobre todo el más importante: el partido contra ellos mismos.

Un partido adicional ganaron los gauchos contra Países Bajos: el de la historia. De las cinco veces que se habían enfrentado antes en mundiales, solo ganaron uno, en la final de 1978, con la Argentina campeona de Kempes. Y como a veces la historia se repite, esta vez también se repitió. En el Mundial de Brasil, Países Bajos y Argentina también quedaron empatados, en esa ocasión en semifinales, y se fueron a penaltis. El arquero Romero se volvió figura, tal y como lo hizo el ‘Dibu’. Y esa última vez, como hoy, el técnico holandés era Van Gaal. Van Gaal parece que no aprendió de la historia porque estuvo condenado a repetirla.

Sin embargo, como buenos argentinos, el partido más importante lo ganaron esta vez después de que hubieron ganado. No les bastó el pasar a la semifinal. Fue el partido contra Van Gaal. Lo ganó en especial Messi, mostrando la versión que tal vez hacía más falta ver de él: la del Messi Maradona. No el que se saca a todo el equipo contrario desde mitad de cancha para meter un gol, sino el Maradona frentero. “¡¿Qué mirás, bobo? ¡¿Qué mirás, bobo!? ¡Andá pa allá, bobo!”, le decía Messi a alguien que las cámaras no mostraron. “Van Gaal dice que juega lindo al fútbol, pero solo tira pelotazos”, también dijo, y por momentos parecía que hablaba Maradona.

Se le vio a Messi encarando a Van Gaal y hasta al mismo Edgar Davis. No supimos qué les dijo, pero a juzgar por la cara de Van Gaal –quien no dejó de sorprenderse–, seguramente nada bueno. El Messi maradoniano, a la vez que se echó su equipo al hombro, defendió el fútbol de los pelotazos de Van Gaal; defendió al fútbol para que la pelota no se manchara.

Por Julián Bernal Ospina, 09 de diciembre de 2022.

La pelota que no se mancha

Leía alguna vez a un inspirado manifestar que el fútbol tenía la capacidad increíble de hipnotizar a quienes observaban un partido. El fútbol es algo similar a una danza en que confluyen, en un terreno de juego de forma rectangular y determinada área, jugadores posicionados estratégicamente y determinados por unas reglas que invitan a introducir un balón en una portería, justo al lado opuesto de la que tienen que evitar que les conviertan. Todo ello, mientras se transita de un lugar para otro un objeto esférico, un balón, una pelota, y de allí que el arte y la magia provenga de lo que los actores de dicho espectáculo sepan hacer con la bola a sus pies, sus cabezas, o sus manos, especialmente los arqueros y Maradona.

Justamente Diego Armando, en su partido de despedida, en La Bombonera, con la camiseta de Boca, como correspondía, lanzó una de las frases más icónicas del balompié: “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”. Y es que en definitiva la pelota es el símbolo del sueño del pibe que quiere llegar a ser un profesional, tal vez para ser feliz, también para sacar adelante a su familia. El balón es vivo recuerdo de horas y horas de partidos en la niñez, partidos que solo terminaban la noche, la lluvia o las mamás. No existía nada más. No había nada más que patear la pelota para alcanzar la plenitud.

Por esa razón es que tantas personas, cientos de millones, nos reunimos cada cuatro años en torno al Mundial de fútbol a ver las exhibiciones con el balón de otros que fueron niños y lograron cumplir su sueño de llegar a la élite. El Mundial es un encuentro de todos los que nunca dejamos de soñar con un balón con los que lograron ese sueño: cada uno desempeña un papel, más activo o más pasivo, pero todos necesarios para que el evento tenga la magnitud que ostenta.

Y cómo no disfrutar las exhibiciones con el balón que ocurren en la Copa que se juega en Catar. Ayer Brasil mostró su esencia futbolera, el reconocido joga bonito de fintas, pases, paredes y definiciones exquisitas. En poco menos de media hora habían definido el partido de octavos contra Corea del Sur. Y, lo mejor de todo, como si disfrutaran de un partido de amigos en las playas de Copacabana, con bailes incluidos, danzas que durante toda la historia han existido en las celebraciones de los goles y que, increíblemente, están pasando a ser políticamente incorrectas. ¿Una ofensa al rival? No: el fútbol es alegría, es expresión.

Hoy disfrutábamos también de ver el trato distinguido al balón de la selección portuguesa, que humilló a goles a su similar de Suiza. Cómo no destacar también la actuación de Gonçalo Ramos, de 21 años, a quien se le dio la oportunidad de ser titular por encima de la leyenda Cristiano Ronaldo, y entró como el niño flaquito del barrio vecino, al que le das un balón y hace lo que se le da la gana con él, y marcó tres goles, vistosos, de gran factura, en su primer partido de titular en un mundial, después de un semestre en que se encargó de romper arcos en la Primera Liga de Portugal y en la Champions League. ¿Estamos ante el nuevo Eusebio? ¿Estamos ante la nueva ‘Pantera Negra’ del fútbol?

Tendríamos que hacerle un homenaje a todos esos jugadores que tratan la pelota de una forma tan elegante. A Harry Keane, que siempre sabe qué hacer con ella. A Kylian, el heredero del trono que siempre tiene un truco. A Lionel Andrés, que calca su tiro mortal en cada estadio y torneo que disputa. A Hakimi, el español nacionalizado marroquí que “pica” el balón para eliminar a la selección española y dar la verdadera sorpresa del Mundial. En fin, a tantos y tantos que, al igual que nosotros, un balón los hizo felices y hoy son ellos quienes nos hacen felices a nosotros. La pelota nunca se mancha.

Por Juan David Morales, el 06 de diciembre de 2022.

El balón y la barbarie

En días en que el discurso de la inclusión es más importante que la acción no discursiva de la inclusión, solemos excluir de comentarios futbolísticos –o que pretenden serlo– al único imprescindible para que exista el fútbol: el balón. Extraña condición la del balón: es trascendental y, sin embargo, todos lo damos por sentado, como si al principio de los tiempos humanos siempre hubiera habido un balón o un objeto similar.

Quizá los antropólogos han errado y el primer signo de la civilización humana no es un fémur que alguien se fracturó y que luego apareció curado, como diría Margaret Mead, sino el de una perfecta redondez con la cual jugar. Es el signo de que unos potenciales homo sapiens sapiens se juntaron con la única intención de perder el tiempo. Esto es, la civilización humana: un juego para vencer sin destruir y para evadir su propia podredumbre.

Esa tesis –como los seres humanos– nació para morir. Pero si el fútbol es un reflejo de la sociedad, el balón, por extensión, es un reflejo del poder de una sociedad, de la barbarie que entraña toda civilización. En los barrios quien es el dueño del balón es el dueño del poder: alguien con la potestad de detener el juego tiene la potestad sobre los demás, un dominio implícito que lo protege de agresiones. Todo el que jugó en las calles hechas canchas, con piedras y camisetas como porterías para apostar la gaseosa, tuvo que haber sentido un resquemor invadirle el corazón al ver que el dueño del balón se lo llevaba para su casa porque le hicieron a él una imperdonable falta. La desinflada de un balón ha sido siempre la mayor de las venganzas.

En Colombia ya sabemos el nivel de ignominia al que nos es posible llegar con el solo hecho de usar una cabeza humana como un balón de fútbol. Por desgracia, en nuestro país la violencia no solo se importa; también se exporta del fútbol: ¿cuántos hinchas no han muerto por enfrentarse a cuchilladas con otros a la salida del estado o en la tierra intermedia entre las ciudades donde no manda nadie, con la única excusa de un balón?

Dicen que a la generación del ‘Pibe’ Valderrama, el ‘Tino’ Asprilla, el ‘Tren’ Valencia y el ‘Loco’ Higuita, que alcanzó a llegar a octavos en un mundial, en 1990, lo mejor que pudo haberle pasado fue llegar apenas a esa etapa. Aun así, las celebraciones fueron tales que solo pueden compararse con los Días de la Madre: de los tragos pasamos en Colombia a los machetes en un abrir y cerrar de botella de cerveza. A Andrés Escobar lo asesinaron por meter un autogol. Todo por la excusa de un balón de fútbol.

No es casualidad que en 1930, en la primera Copa del Mundo, Uruguay ganó su primer mundial ayudado porque en el segundo tiempo cambiaron el balón por el de ellos. En la inauguración de los mundiales no había balón oficial, entonces decidieron que cada equipo de la final llevaba el suyo. Argentina le iba ganando 0 a 2 a Uruguay con su Tiento, pero en el segundo tiempo los uruguayos impusieron el T-model con el que vencieron 4 a 2. No es difícil, entonces, inferir que el que pone el balón pone las condiciones.

13 balones y 92 años después, hoy tenemos el Al Rihla, de Adidas: el dueño del balón (ya sabemos eso qué significa). Pasamos del cuero y la vejiga de la vaca al poliuretano texturizado, fabricado con tintas y pegamentos de base acuosa para hacerlo “sustentable”, con un microchip en el centro que pesa 14 gramos. Adidas nos ha dado un perfecto signo de nuestra civilización: un plástico que es sustentable porque tiene colores cataríes biodegradables, como un jeque que recubre de palabras de inclusión un Mundial construido sobre las tumbas de 6 mil inmigrantes. Al Rihla quiere decir en árabe “el viaje”, y con el chip que detecta datos posicionales y movimientos del balón, nos muestra nuestro viaje a la obsolescencia programada humana: el poder de la inteligencia artificial.

Por Julián Bernal Ospina, 05 de diciembre de 2022.

O rei Mbappé

Todos estos días han estado saturados de información, alguna real y otra inventada, respecto a la salud de Edson Arantes do Nascimento, o rei Pelé. Para muchos, el jugador más grande de la historia de este deporte: el de los tres mundiales, quien anotó más de 1200 goles, el que hacía fintas de fantasía, enganches, amagues, cambios de ritmo, chilenas y rabonas; el niño que con 9 años vio llorar a su papá cuando Brasil sufría el “Maracanazo” y perdía la final del Mundial de 1950 contra Uruguay; el niño que y le prometía que ganaría un mundial para él. El resto es una historia feliz que todos conocemos.

Las noticias de las últimas horas no son alentadoras: algunos medios brasileños indican que el rey del fútbol no ha respondido a los tratamientos médicos para combatir el cáncer que sufre desde hace algún tiempo y ya se encuentra en cuidados paliativos, pronóstico difícil que ha generado que los aficionados se concentren afuera del hospital donde está internado, y que los portales noticiosos a nivel mundial hagan un minuto a minuto actualizando la información, tal vez temiendo que la triste noticia se dé en cualquier momento.

Hace un poco más de una semana se conmemoraba el segundo aniversario del fallecimiento de Diego Armando Maradona, el otro dios del fútbol, rival del brasileño en las interminables discusiones de quién fue el mejor, quién fue el más grande, si Brasil o Argentina, historia de tantos episodios, entrevistas, declaraciones y polémicas. El mundo jamás se pondrá de acuerdo en cuál de estos dos gigantes fue el más gigante.

Lo cierto es que a la par de todas las noticias que rodean la salud de Pelé, transcurre el Mundial en el que se destacan dos jugadores en situaciones totalmente contrarias. Messi, el amo del fútbol en los últimos tiempos, de 35 años, en su última aparición en la cita orbital, siendo definitivo en su oportunidad definitiva de obtener el único trofeo que falta en sus vitrinas, el más importante, antes de entregar su corona.

Por otro lado, resalta con su talento y velocidad Kylian Mbappé, nacido en París, ad portas de cumplir los 24 años, jugando su segundo mundial y con la fortuna de haber ganado el primero y él mismo como figura con tan solo 19 años. Hoy lidera la tabla de artilleros con 5 anotaciones, 2 tantos convertidos hoy contra Polonia. Goles de gran factura; remates imposibles hasta para el cancerbero más habilidoso.

Justamente ayer, Kylian escribió en sus redes sociales “Pray for The king” («Reza por el rey»), refiriéndose a la leyenda brasileña y pidiéndoles a sus millones de seguidores una plegaria por la salud de o rei. Se produce entonces una conexión temporal entre quizás el final terrenal del gran rey del fútbol, el que se inventó y tenía en su repertorio tantas de las grandes jugadas que han adornado el balompié en las ultimas décadas, con la confirmación deportiva del nuevo dios del fútbol, el imparable, que justamente hoy superó la cantidad de goles que, a su edad, Pelé había convertido en los mundiales, y a falta de otros posibles 3 partidos de este campeonato y la oportunidad de jugar 3 mundiales más, se podrá convertir en el goleador histórico del torneo y, quizás, superar al brasileño en total de mundiales obtenidos. Estamos ante la nueva proclamación de un rey, le roi Mbappé.

Por Juan David Morales, 04 de diciembre de 2022.

El fútbol es un acto de fe

Es extraño que me toque a mí escribir cada que juega Argentina: me persiguen su cielo y su infierno. Quisiera detenerme, por ejemplo, en que por primera vez una mujer (Stéphanie Frappart, junto con Neuza Back y Karen Díaz Medina) pita un partido de hombres en un Mundial (durante el encuentro entre Alemania y Costa Rica), pero Messi pone a ganar a su equipo, una vez más, y pasan a cuartos.

Quisiera hablar, por otro lado, del hecho que ya mencionó el 10 de este equipo de palabras, que los grandes Goliats de Brasil, España, Francia y Portugal perdieron contra sus propios Davides (Camerún, Japón, Túnez y Corea del Sur), pero Messi acaba de superar a Maradona en goles en mundiales: con el remate rastrero entre piernas saltarinas australianas ya lleva 9 goles en total, uno más que Maradona (quien metió ocho, incluido el que hizo con la mano).

Quisiera proponer esa extraña ironía del gol de Japón después de que el balón salió, la pugna entre inteligencia artificial e inteligencia humana, en la que gana –como siempre–, la primera; o la posible agonía del rey Pelé en cuidados paliativos, a quien aun convaleciente nadie ha podido destronar; o la derrota fácil al equipo de Estados Unidos, cuyo entrenador, Gregg Berhalter, seguramente pensó que jugaban un partido de fútbol americano y se le olvidó la simpleza de que el fútbol –sí, fútbol a secas, no soccer– se gana es metiendo goles, no haciendo informes de desempeño ni sistematizaciones neuróticas. Pero Messi llegó a los 1.000 partidos y a 789 goles, y está a 16 goles de Josef Bican (con 805) y a 30 goles de Cristiano Ronaldo (con 819). Messi está cada vez más cerca de ser el mayor goleador de todos los tiempos. Tengamos fe.

Cada vez más cerca de ganar su mundial. ¿Se le dará esta vez, a pesar de que ya llegó a una final, en el Mundial de Brasil 2014, la vez que perdió Argentina contra la Alemania de Götze?

Me persiguen, entonces, el cielo y el infierno de Argentina. Aunque me quedo en Messi, esa figura diminuta entre gigantes, de anchas piernas y de nariz aerodinámica –como diría un familiar mío de su estirpe–. Decíamos hace unas páginas que hay palabras que ganan partidos, pero en este caso, en el caso de Messi, lo que le hace ganar los partidos es el mutismo: su discurso son los goles memorizados, calcados al ángulo imposible, iguales a los que hacía cuando tenía once o doce años y jugaba en Rosario con sus amigos, o cuando tenía veinti tantos y deslumbraba al mundo en el Barcelona; ahora, con la diferencia del peso de la edad a cuestas, peso que lo hace más lento, menos explosivo, más medido, más analítico, Messi acecha más que caza, aguarda el momento preciso más que se agita en bombardeos. El silencio de Messi es el fútbol que se gana en el “aquí y ahora” de la cancha, el momento en que la palabra sobra. Messi es la religión del fútbol.

Borges, otro argentino inmortal, decía que “El fútbol es popular porque la estupidez es popular” y que no son especialmente hermosos “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota”. Acerca de un campeonato del mundo que padeció, decía: “El Mundial será una calamidad que por suerte pasará”. Sin embargo, Borges comparte con Messi algo que no lo hace al uno una máquina metedora de goles o un mero jugador de Play, ni al otro solo un ratón de biblioteca en busca de secretos que nadie entiende y que a nadie le importan. Ambos son argentinos.

Extraño el mundo, que al tiempo que diferencia, iguala. ¿Y qué es ser argentino? Sigamos con Borges: la patria es como una religión, y seguir a una patria o a una religión solo se consigue con un acto de fe. De modo que ser argentino es “un acto de fe” y solo “me siento argentino” si “somos argentinos” (lo mismo con el ser colombiano: me siento colombiano si hay un somos colombianos). Pese a que Borges odiaba el fútbol, nos dejó una definición de lo que es hoy ese juego: una religión en que sus hinchas sienten su patria representada en un equipo de fútbol y, por más de que todo sea adverso, la camiseta se convierte, también, en un “acto de fe”. El silencioso Messi sigue en el Mundial como un acto de fe.

Por Julián Bernal Ospina, 03 de diciembre de 2022

Uruguay no má

El Mundial más insólito de la historia

Finaliza la fase de grupos de la Copa Mundial, y la semana de definición terminó siendo frenética: en la mayoría de los grupos, todos los participantes tuvieron posibilidades de clasificar hasta faltando pocos minutos para acabar cada partido. Muchas selecciones, como la mexicana y la uruguaya, no pasaron de ronda por falta de un anhelado gol que no llegó en el “minuto de Dios”.

El caso de la selección charrúa resulta por lo menos insólita, como todo lo ocurrido esta semana en Catar. Su clasificación la perdió a última hora con Corea del Sur, que le ganó sobre la hora a la suplencia de Portugal y sentenció a los sudamericanos a anotar un tanto que nunca llegó. Podríamos encontrar varias conclusiones sobre la eliminación de los uruguayos, todas sin ninguna conexión, todas distintas. Como se dice, “en una racha de mala suerte”, se les juntaron absolutamente todas.

Que el entrenador del combinado nacional, Diego Alonso, fue conservador con sus planteamientos en el terreno de juego y presentó una propuesta defensiva. Esto hizo que Uruguay no pudiera derrotar a Corea del Sur en su debut y fuera dominado por Portugal hasta que los lusos anotaron. Reaccionaron tardíamente con las modificaciones realizadas, y no alcanzó para igualar el resultado. ¿No tenía Uruguay mejores jugadores para jugar mejor al fútbol? En el partido contra Ghana demostraron que sí, y derrotaron contundentemente a los africanos. ¿Alonso estrelló un Ferrari? Es el comentario que prolifera en las redes sociales.

Quienes creen en las revanchas, la venganza y el karma, la eliminación charrúa fue la consecuencia de haber eliminado a Ghana en cuartos de final del Mundial de Sudáfrica en el 2010, en uno de los mayores actos de antideportividad de la historia de los mundiales: Luis Suárez “tapó” con sus manos un remate de cabeza al último minuto de tiempo extra, lo que lógicamente generó penal y expulsión del delantero. Sin embargo, ante el fallo en la definición del remate por Gyan y tras la suerte en los posteriores remates desde los 11 metros, se privó que por primera vez en la historia un equipo africano clasificara a la semifinal de un mundial.

Quizás por esa razón hoy los jugadores ghaneses, al finalizar el partido, a pesar de la derrota y descalificación en la Copa, celebraron a rabiar la eliminación de su rival. Tuvieron su pequeña victoria, su pírrica revancha.

También podría justificarse la eliminación uruguaya por el cuestionado arbitraje. Dos penas máximas en el segundo tiempo dejó de sancionar el alemán Daniel Siabert. En la primera ocasión, falta sobre Darwin Núñez. El juez central fue a revisar al VAR y consideró que no había falta. La segunda, en tiempo extra, cuando los uruguayos se la jugaban toda, falta sobre Cavani, y en esta oportunidad ni siquiera asistió al VAR, tajante en su decisión, por demás insólita en los tiempos del fútbol en los que todo se revisa en 20 planos diferentes.

¿Será que el colegiado, al igual que los ghaneses, quiso vengarse cuando Valverde le gritó en la cara la atajada de Sergio Rochet del tiro penal en el primer tiempo? ¿No le hubiera bastado con amonestarlo por irrespeto a la autoridad, como hacen los inspectores de policía? Queda ese sinsabor de la falta de autoridad y el hecho de que por más tecnología que exista y que permita medir fueras de lugares y balones que no salen de la cancha de forma milimétrica, las decisiones que definen un partido e inclusive un campeonato siguen siendo manejadas por las cambiantes emociones humanas.

Lo cierto es que es un triste final de una de las grandes generaciones de futbolistas uruguayos, cuartos de una copa del mundo y campeones de Copa América. Suárez, Cavani y Godín, esos tremendos deportistas que destacábamos en un artículo anterior, se despiden de la máxima fiesta futbolera con la tristeza y amargura que genera una eliminación temprana e impensada, igual de impensada que esta Copa, en la que las ventajas de los equipos grandes no han sido tan claras. Ningún equipo pudo ganar sus tres partidos de primera ronda. La competición fue tan pareja que las selecciones que alternaron sus nóminas para la última fecha salieron derrotadas por combinados que en el papel parecían vencibles.

Podríamos también sacar algunas conclusiones de este Mundial extraño, así como las sacamos para justificar la eliminación uruguaya. Podríamos decir que el fútbol ya cambió de lógica y de supremacía, que los continentes se están igualando en competencia y rendimiento, pero también podemos concluir que, y esta es otra enseñanza que deja el Mundial y la vida, no se debe subestimar al rival: hay que disputar los partidos con la importancia suficiente. Esto lo sufrió Francia con Túnez, España con Japón, Portugal con Corea y Brasil con Camerún; todos terminaron vencidos y con una alerta gigante para los partidos que disputarán en los próximos días.

Por Juan David Morales, 02 de diciembre de 2022

Algunas calladas de boca

Como siempre que pasa con la realidad, un hecho me calló la boca. Contra mis pronósticos y los de cientos, Túnez le ganó a Francia. Deschamps, el entrenador francés, prefirió alargar uno de los entrenamientos de su equipo y probar alternativas. Tal vez pensó que su contrincante Túnez –antigua colonia francesa– también se iba a tomar el encuentro como un partido amistoso. El problema de los imperios, así lo hayan dejado de ser, es que creen que pueden dominar las mentalidades y las decisiones.

Los jugadores de Túnez, de su lado, se rebelaron como otrora y en vez del acuerdo implícito de dejarse ganar pacíficamente propusieron una justa guerra. Ganaron como es mejor ganar: jugando mejor. Whabi Khazri les cantó a los franceses en árabe La Marseillaise y les clavó limpiamente un balón que recorrió la trayectoria de una cimitarra hasta la red. Cuando entraron Mbappé y su compañía imperial, al final del segundo tiempo, fue demasiado tarde: Alá, en forma de reloj y de VAR, ya había dictado su veredicto de callarles la bouche.

Hubo otra callada de boca. La Scaloneta volvió. Y lo que es aún más interesante: volvió a pesar de Messi. ¿Cómo se explica que haya ganado Argentina frente a Polonia con total contundencia incluso después de Messi haber errado un penalti? Esta vez el equipo lo empujó a él para devolverle las atenciones del partido pasado, cuando Argentina contra México ganó por el impulso de su 10. No debe ser sencillo alentar a sus genios cuando se equivocan. Todavía más cuando deben derrotar los colores de sus amores: en el segundo gol de Argentina, Enzo Fernández y Julián Álvarez, que jugaron juntos en River Plate, se unieron para acelerar la victoria, sin importarles que el equipo contrario también vestía el blanco y rojo.

El segundo gol se oyó en toda América Latina. Como la Scaloneta afinó sus tuercas con varios pases entre líneas (tal y como lo hacía Maradona, ya me entenderán), México veía cerca la clasificación a octavos. Solo hacía falta un gol de México, que le ganaba 2-0 a Arabia Saudí, u otro gol de Argentina, para que fuera una contundente victoria bolivariana. Sin embargo, el VAR y un gol árabe nos calló también la boca que ya alentaba canciones de la Patria Grande. De todas maneras, como quizá nos pasa a los latinos, México ya estaba destinado a perder: sin el gol de los saudíes, habría perdido por tener más amarillas.

Aunque la realidad nos calle la boca, nadie como los mexicanos para cantar con la derrota. Como diría Sabina sobre Chavela: “Las amarguras no son amargas / cuando las canta Chavela Vargas / y las escribe un tal José Alfredo”. Es más, hablando de mexicanos y volviendo a Sabina: “¡quién supiera reír / como llora Chavela!”.

¿Quién supiera reír como lloran los mexicanos? Y hoy sí que necesitamos esa dosis de nostalgia cantinera –en parte todo es culpa del 10 de este equipo de dos jugadores, como lo prueba el nostálgico escrito inmediatamente anterior–. Pelé, el rey del fútbol, fue llevado anoche al hospital de São Paulo, de manera sorpresiva y con el pleno control de sus “funciones vitales”.

La muerte es implacable. Pelé va muriendo poco a poco por un cáncer de colon. Así mismo va muriendo el fútbol humano. La muerte va callando nuestras bocas ávidas de injusticias, ávidas de ese tiempo que fue mejor, cuando las decisiones no las tomaba una pantalla. La muerte le va abriendo paso a un fútbol maquinal y digitalizado, de humanoides con las bocas calladas para “no meter la política en el fútbol”, caminos hacia la voluntad de perfección y de cancelación que son los mismos caminos hacia nuestra autodestrucción. Por lo pronto, habrá que disfrutar de los errores y de las calladas de boca de la realidad, antes de que nuestros propios inventos –como este imperio de la virtualidad– nos callen no solo las bocas sino también las mentes.

Por Julián Bernal Ospina, 30 de noviembre de 2022.

El tiempo se cuenta en mundiales de fútbol

Sostenía hace unos días una conversación con una gran amiga y, mientras comentábamos un par de resultados de partidos del Mundial, lanzó la siguiente frase: “Ya no tenemos la edad de los jugadores sino de los árbitros”.

Dicho comentario jocoso se puede analizar un poco más allá y encontraremos cómo las etapas de la vida transcurren en la medida en que se juegan torneos, surgen nuevas promesas futbolísticas y se retiran otros que eran un lujo ver jugar.

El director técnico de Senegal, Aliou Cissé, quien hoy sorprendió derrotando a Ecuador y clasificando a los octavos de final del evento mundialista, fue jugador de dicha selección en el mundial de 2002. En ese entonces, nuestra actual generación de recién treintañeros se levantaba a las 4 de la mañana a ver la Francia de Zidane y el Brasil de Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho. Para ese momento muchas de nuestras ilusiones de vida estaban en ser grandes jugadores profesionales y llegar algún día, como decía Maradona en una entrevista de “pibito”, a ganar un Mundial, o por lo menos a clasificar con Colombia. En dicho tiempo la tricolor empezaba una de tantas rachas de ausencias en la cita orbital.

También está en el banco de la selección de Países Bajos –ya nos vamos acostumbrando a no llamarla Holanda– Edgar Davids, jugador que marcó época por su pinta poco tradicional, el único con gafas, y quien tenía una velocidad aterradora. Solo por esto elegíamos en la Play Station a la Juventus para aprovechar la ventaja en el pase al vacío.

En los videojuegos también elegíamos al Real Madrid para modificar la posición de Roberto Carlos al que colocábamos de delantero, y era imparable. Ese Roberto Carlos, el de los remates potentes a tres dedos y el de goles físicamente imposibles, se ha visto en los partidos de Brasil sentado en un puesto de reyes, observando tranquilamente como una celebridad los encuentros de su canarinha, al lado de Ronaldo Nazario, el fenómeno que para dicho Mundial de Japón y Korea mostró toda su capacidad goleadora y el inolvidable corte de cabello que permitía que su hijo lo diferenciara de Roberto Carlos.

Por su parte, en la selección Argentina, los asistentes de Scaloni son aquellas estrellas de los míticos Boca y River de principios del siglo XXI que, gracias a los colombianos que fueron figuras en territorio gaucho, nos hicieron enamorar del fútbol argentino. Pablo Aimar, el “Payasito” de River, y Wálter Samuel, el férreo defensa de Boca, hoy asisten a Scaloni para que recomponga el camino.

Sin ir tan lejos en el tiempo, las estrellas que brillaron hace una década –tiempo en el que vivíamos una época más universitaria y realista: ya no pensábamos ser futbolistas sino abogados, ingenieros y arquitectos– se encuentran disputando su última copa mundial, a pesar de que los imaginábamos inmortales en las tardes de Champions.

Messi, Di María, Cristiano Ronaldo, Modrić, Godín, Suárez y Cavanni están entrando al mundo de las leyendas del fútbol y seguramente en poco tiempo empezarán a dar sus primeros pinos como entrenadores y asistentes técnicos.

Hoy los que observamos la definición de los clasificados a la siguiente fase del Mundial –tal vez en una época más madura y con la imposibilidad de ver los partidos con la tranquilidad de cuando éramos niños y jóvenes, ya con preocupaciones de adultos, del pago de cuentas, las reuniones de trabajo, las labores del hogar–, vemos un poco más cercano ir a un mundial probablemente no a jugarlo y a “clavarla” en el ángulo como el James de 23 años a Uruguay en el Maracaná, pero sí al menos a cumplir el anhelo de cantar un himno a todo pulmón en algún estadio de Norteamérica.

Parece entonces que el tiempo se midiera en mundiales de fútbol. Podríamos hacer el ejercicio de contar cuántas copas hemos visto con determinado amigo o con la pareja, para entender la magnitud del paso de los años. Muy pronto ya no tendremos la edad de los árbitros sino de los directores técnicos.

Por Juan David Morales, el 29 de noviembre de 2022

Occidente gana en Catar

Con dos jornadas jugadas tres selecciones se clasificaron: Francia, Brasil y Portugal. Otras están a un pelo de dromedario para llegar a la siguiente fase, como España y Países Bajos. Para la casa ya podrían irse Canadá, que ya está eliminada, y Catar, pero estos no tendrían que moverse. El panorama muestra –más allá de lo desértico que pueda ser– que los europeos dominarán los octavos de final, como ya lo dominaban en la fase de grupos: de las 32 selecciones, 13 son europeas (más del 30 %).

Occidente se impone una vez más con por lo menos una selección europea por grupo, si Polonia le logra empatar o ganar a Argentina. A los latinoamericanos solo nos queda hincarnos ante el rey Brasil, esperar otro zurdazo certero de Messi y hacerle fuerza a Ecuador, hoy nuestro centro del mundo.

Los árabes solo brindaron el espectáculo de los jeques y la caricatura de los hinchas con la bandera a modo de manto. Ni la burocracia vestida de thobe ni los petrodólares pudieron detener el hecho ya previsible de que Catar se convirtió en el peor anfitrión de los mundiales. El fútbol a veces trae su justicia –solo a veces–. La pregunta es si con las leyes anacrónicas, el calor insoportable y los altísimos precios eso del peor anfitrión no sea solo un asunto de fútbol. Pero lo de fútbol es entendible, porque solo un país árabe está ganando su propia cruzada de la medialuna.

Los jugadores de Arabia Saudí probablemente se irán temprano a estrenarse su Rolls Royce, regalo que la monarquía de su país les dio por haberle ganado a Argentina. Túnez jugará contra el país del que era colonia, Francia, y su venganza de reivindicación histórica no le alcanzará para vencer al nuevo imperio del fútbol, con su general Kylian Mbappé. Y los 26 camellos de Catar ya están eliminados: han perdido dos veces y solo les queda jugar contra Países Bajos, ávido de dar algunos golpes bajos para clasificarse. Tal vez los de Catar pueden ayudar más remplazando a los camellos en la guardia que custodia el Amiri Diwan, palacio de las oficinas del primer ministro y del emir de Catar.

Sin embargo, Marruecos llevó a cabo su Primavera Árabe y derrotó con un portero sorpresa a Bélgica. El partido ya daba muestras de que iba a ser memorable antes de que iniciara. Yassine Bounou, el portero del Sevilla F.C., se lesionó cantando el himno y tuvo que ser sustituido. Debieron haberle prevenido de que el himno tenía una alta peligrosidad. Bounou se convirtió en el único jugador que cantó la canción nacional y no jugó: un mareo lo apartó de la titular y posiblemente habrá una paradoja futbolística irreversible. La foto de Bounou compartió las portadas de los medios con la de su equipo, el nuevo equipo sorpresa, pues, antes de la victoria, habían empatado con el actual subcampeón del mundo, la Croacia de Luka Modrić, lejos aún de colgar los guayos.

Tal vez este enfrentamiento –el de Oriente contra Occidente– puede resolverse en solo dos horas de mañana. Por excelencia, el paradigma de esa pugna es el partido entre Estados Unidos e Irán. El archienemigo ubicado en el Oriente Próximo buscará dañarle el caminado al imperio yankee. En su grupo son rivales directos, claro espejo de la realidad política. Estados Unidos tendrá que llevar toda su artillería porque solo le sirve ganar. Quizá haya una masacre y los norteamericanos resulten impunes.

A los de Irán, por su parte, con un empate les bastaría. Puede que aflore su instinto patriótico de musulmanes chiítas, pero lo más seguro es que ni una posible victoria en el nombre de Alá los libere del asedio de la prensa y de las críticas de su pueblo por no respaldar con vehemencia las protestas contra el régimen por el asesinato de la joven Mahsa Amini. Así y todo, y a pesar de que Occidente siempre gana y Oriente siempre pierde, a los de Irán los espera un castigo por no cantar el himno. Es un hecho ya que los himnos dejaron de ser inofensivos.

Por Julián Bernal Ospina, el 28 de noviembre de 2022.

Resumen de la semana: el Mundial de todos

Hoy cumplimos una semana de iniciada la máxima cita futbolística y sería un despropósito no hacer un resumen técnico y estratégico de tantos detalles que nos deja el Mundial.

–Oye, ¿me ayudas con los resultados de la polla? –me preguntó una amiga–. ¿Será que le pongo 2-1 a Francia contra Dinamarca o más bien empatan?

–Pues es posible que Francia gane –le respondí–, pero póngale el resultado que usted quiera, para que mañana no me esté recriminando que perdió por mi culpa.

Conversaciones de este tipo surgieron en nuestros hogares en el transcurso de la semana. De forma paralela continuábamos con nuestras tareas diarias de la casa, el trabajo, la oficina y los estudios, con el ingrediente temporal y espacial de vivir un torneo que se juega a miles de kilómetros de distancia, pero que, por razones inexplicables, se adhiere a nuestra cotidianidad durante un mes completo.

El martes, desde las 5 a.m., nos levantábamos a ver el debut de la Argentina de Messi. Muy pocos suelen –me incluyo– despertarse a esa hora, pero dicho encuentro deportivo logró que las luces de casas y apartamentos estuvieran prendidas más temprano de lo habitual.

Y empezaron las redes sociales a contar su crónica mundialista. Los videos virales de hinchas latinos haciendo cuanta cosa ocurrente en suelo catarí. Los chistes de doble sentido, como ese tweet en el que se destacaba que por primera vez los estadounidenses disparaban muy poco en el Medio Oriente. Las protestas simbólicas de Alemania, Inglaterra y Serbia. El influencer argentino Jero Freixas subía un video en el cual se mostraba indignado porque en el colegio de su hijo programaron un evento cultural, “El hombre de jengibre”, y se perdería el partido de Catar vs. Senegal. Y nuestras tertulias de la semana giraron en torno a la Copa Mundial y sus particularidades, en especial los malos resultados de las pollas.

Se jugaron cuatro partidos todos los días. Los de más temprano, a excepción del Argentina vs. Arabia Saudí, no tenían la expectativa suficiente para que personas distintas a los más aficionados se levantaran al frente de un televisor cuando aún estaba oscuro.

Y empezó la dificultad para observar todos los partidos programados en todo el horario laboral. (¿Es este un torneo diseñado para pensionados?). Reuniones, turnos, audiencias, parciales, vueltas en el banco, citas médicas. (¿Solo la muerte puede esperar si se trata de fútbol?). Así como almuerzos y otras tantas actividades que deseamos aplazar, nos impidieron disfrutar de 8 horas diarias de fútbol de primer nivel. Así fue esta semana que termina y así será hasta el 19 de diciembre que se juegue la gran final. Corren peligro novenas, natilladas y compras navideñas o, más bien, se cuadrarán alrededor de los partidos de cuartos y las semifinales. El black friday de antes de ayer pasó a un segundo plano.

Lo más insólito de todo, los resultados. Si Costa Rica perdió por 7 goles contra España y Japón derrotó a la poderosa Alemania, ¿cómo es posible que los ticos derroten a los asiáticos? ¿Irán fue goleado por Inglaterra y a los días derrota al Gales de Bale?

Esta quizás es una pequeña reseña de cómo se transforma la vida por unos cuantos días. Cómo un evento en el cual no podemos influir en su realización y resultados, se vuelve el tema principal. “Lo más importante de lo menos importante”, dijo una vez Jorge Valdano. Los que llevamos más tiempo siendo hipnotizados por el fútbol podemos concluir que el Mundial no es para entenderlo sino para disfrutarlo, y que siempre se gana la polla el que menos sabe de fútbol.

Por Juan David Morales, 27 de noviembre del 2022

La rebelión de la granja(mes)

Mi compañero de letras con guayos me acaba de hacer un pase para que yo meta algún gol. (Vamos a ver si lo logro). Dejó de ser el delantero de este equipo para convertirse en el 10. (Lo cual es ya mucho decir pues, según los especialistas futboleros –si se me permite el oxímoron–, el 10 a lo Maturana es una escasa criatura por estos días).

El fútbol también se juega con palabras (y con silencios). Para explicar esta idea mientras me la explico a mí mismo, sigamos hablando del zoológico humano en el fútbol. Si alguien es un animal de palabras, ese es el técnico. ¿Qué hubiera hecho el de Arabia Saudí, Hervé Renard, de no haber sido por su traductor inmediato, quien al tiempo que pasaba su discurso del francés al árabe, también gesticulaba como él? No le hubiera bastado con su semblante de macho alfa furioso en medio de una manada de árabes regañados para hacerse entender.

Asumo que la fórmula, aunque falible, cuadra bien: si el técnico es un animal de palabras, el jugador es un animal de acciones. Ayer en una conversación con mi padre, después de leer el último escrito del 10 de este equipo, decía que pensó inmediatamente en los discursos de Bolívar ante sus soldados, en medio de las guerras por la independencia contra España. El libertador (¿de qué?) sabía exactamente qué decirles a ellos para alentar el nacionalismo perverso y construir el imaginario de españoles despiadados. De las decenas de batallas que libró el general, perdió muy pocas. Caben en dos pezuñas.

Ahora bien, me temo que el técnico bélico no tiene mucho futuro. Me gusta pensar en esas criaturas como aquellos líderes solo hechos para ser tiranos. (Animales estos que se escapan del mundo de las canchas y entran, muy a menudo, al mundo de los doctores vestidos de corbata en las herméticas oficinas de las democracias). En una conversación entre Jorge Valdano y Álvaro Benito (ambos técnicos) para El País de España, esto dijo el animal del fútbol Valdano –excampeón del mundo con Argentina en 1986 junto a Maradona– sobre los tiranuelos técnicos: “El autoritario a distancias cortas puede servir, pero finalmente produce un quebranto entre la plantilla y el entrenador”.

Arabia Saudí perdió frente a Polonia. ¿Será Renard un exponente de esta especie? Podría ser un silogismo temerario (si el técnico autoritario sirve para el corto plazo y los saudíes solo logran ganar un partido de tres disputados, entonces Renard clasifica en la categoría de déspota). No estigmaticemos, por ahora, al “mago blanco”, como le dicen, y más bien sigamos con Valdano: “Un técnico es un especialista en el juego y en seres humanos” y “es un líder que sabe renunciar a su ego”. Es quien conoce el alma de sus jugadores, digamos, y se entrega a ellos en sus justas proporciones. Sabe qué debe decirle a cada cual y en qué momento y cómo. Necesariamente es flexible. Alguien que grite y escupa odio solo puede terminar desencadenando en la rebelión de sus dirigidos.

Y así terminaríamos, quién sabe –y para seguir con la escueta metáfora animalesca porque hoy no tengo imaginación–, en algo parecido a la fábula de Rebelión de la granja, de Orwell. Los animales expulsan a los tiranos humanos (¿es este término, acaso, una redundancia?) para terminar tiranizados por el cerdo Napoleón (¿es “cerdo”, acaso, más que un sustantivo, un adjetivo pensado por Orwell?). De los tiranos solo resultan más tiranos. Después, solo sigue la catástrofe: cabezas rodantes, jerarquías sin sentido, culpas aquí, culpas allá, venganzas subrepticias. O, lo que es lo mismo, perder 6-1 frente a Ecuador en unas Eliminatorias, y empezar la trocha para quedar desclasificados del Mundial.

Por Julián Bernal Ospina, 26 de noviembre de 2022

Las palabras que ganan partidos

«Con el balón lo hicieron bien. ¿Vieron lo que hicieron?”, “¿No sintieron algo?”, “¿No sintieron que pueden remontar?”. Estas frases fuera de contexto parecen simples, pero dentro del discurso de medio tiempo de Hervé Renard –entrenador de la selección de Arabia Saudita–, fueron el gran aliciente, después de criticar con sarcasmo la desconfianza y pasividad con que su equipo encaraba el partido disputado contra Argentina hace ya unos días. Con esas frases logró hacerles creer a sus jugadores que tenían chances de derrotar a uno de los equipos que llegaba como candidato a ganar la Copa Mundial.

“¡Vamos, chicos, vamos! ¡Esto es la Copa del Mundo! ¡Denlo todo!”, fue el cierre del grito de batalla del estratega galo para lograr la mayor hazaña del fútbol saudí. Nos hace pensar acerca de la importancia de la capacidad de los entrenadores como capitanes de sus embarcaciones para llenar de confianza y seguridad a un grupo de profesionales de alto rendimiento, pero que la competitividad y los momentos del juego pueden afectar drásticamente el estado psicológico del equipo. Esta afectación psicológica produce una especie de reseteo en los conceptos y las habilidades deportivas cuando el resultado es adverso.

El argentino Gustavo Alfaro, técnico del conjunto ecuatoriano, días antes de su debut en la Copa del Mundo, mencionaba en una entrevista que se había reunido con sus jugadores y les había preguntado por las expectativas que tenían en dicho torneo. Les interrogó si tenían el objetivo de hacer el mejor mundial en la historia de Ecuador, a lo cual todos asintieron y dispusieron un plan de trabajo que permitiera llevar a sus jugadores al nivel más alto de competitividad. Hoy, a pesar de haber iniciado perdiendo muy temprano contra Países Bajos –la naranja mecánica–, lograron reponerse, empatar el encuentro y estar muy cerca de remontarlo. Al final, Louis Van Gaal, el estratega neerlandés, solo atinó a decirle “merecieron ganar”. Quizás Ecuador sí vaya por el camino correcto para hacer su histórico papel mundialista. Hasta ahora han competido a la altura necesaria para lograrlo.

Cuentan jugadores que conformaron el plantel de Argentina en el mundial de Italia 1990 que, en el entretiempo del partido contra Brasil por los octavos de final, el polémico y amado Carlos Salvador Bilardo entró al camerino y durante los 15 minutos estuvo en silencio absoluto. Antes de saltar nuevamente a la grama exclamó: “Muchachos, si se la seguimos dando a los de amarillo, vamos a perder”. Argentina logró ganar por la mínima diferencia a los cariocas con una jugada excepcional de Maradona y definición de Caniggia. ¿Qué tanto pudo influir esa frase obvia del técnico campeón mundial para que su equipo se tomara la confianza suficiente y derrotara a la poderosa y siempre peligrosa verdeamarela? Quizás lo suficiente para que, 30 años después, sus dirigidos recordaran esas cortas y sabias palabras.

Tal vez pueda sonar intrascendente el verbo de algunos entrenadores de fútbol: que sus proclamas no sean las verdaderas razones de las victorias deportivas, pues los que juegan son 11 y sus sustituciones. Sin embargo, es parte de la esencia de este deporte mitificar momentos, instantes sublimes, en los cuales los discursos y la capacidad oratoria de los entrenadores puede jugar un papel fundamental en la psicología de sus jugadores. “Ganar, ganar y ganar y volver a ganar y ganar”, exclamaba en las ruedas de prensa Luis Aragonés, técnico español que logró con dicha selección la Eurocopa de 2008 y abrió el camino a quizás la mejor selección española de la historia, campeona del mundo en 2010. Personalmente, y como apasionado de este deporte, me inclino por creer en la poderosa influencia de esas palabras que se convierten en leyendas: le dan un ingrediente de poesía y heroísmo al fútbol.

Por Juan David Morales, 25 de noviembre de 2022

El fútbol es eso que pasa entre el pitazo inicial y el pitazo final de la vida

El columnista con quien comparto este enorme equipo que consta de dos personas remató el final de su escrito con esta frase decisiva: “la vida es eso que transcurre entre el final de un partido y el inicio del otro”. Mi coequipero logró varios amagues aquí y allá y terminó con un gol que de inmediato hace despertar del letargo, solo cuando el efecto ya está consumado.

Esa frase que cito me lleva a la idea de que todo queda en suspenso cuando el televisor está prendido; lo demás pasa a ser materia de lo prescindible: lo urgente se convierte en lo menos importante y lo menos importante se convierte en lo urgente. Me gusta esa suspensión del fanático que hace todo lo demás a un lado. Yo podría estar de acuerdo y al tiempo en desacuerdo con esa afirmación, como diría Caparrós, de quien –como buenos admiradores– nos copiamos de su correspondencia con Villoro para escribir sobre el Mundial.

Adivino que la vida del amante del fútbol es como la vida de los lectores. La primera la desconozco y de la segunda algo creo saber; por tanto hablo de la segunda: no hay una separación entre la vida y el pasar de las páginas. La vida es eso: de página en página, el lector se transporta en la cabeza, viaja sin viajar; de pronto añora o de pronto se ensombrece, se mueve sin moverse. De cierto modo –o de todos los modos– vive.

Recuerdo, por ejemplo, que cuando mi mamá me veía leyendo un libro, por molestarme me decía: “¡Levántese! ¡Haga algo productivo!”. Entonces yo levantaba la mirada del libro y le respondía, casi automáticamente, mientras la veía ágil moviéndose entre las cosas del domingo: “Estoy haciendo algo productivo”.

¿No siente el amante del fútbol que el fútbol es lo que pasa entre el pitazo inicial y el pitazo final de la vida? Hoy leí la historia de hinchas que viajaron a Catar y que pagan 200 euros por dormir en cajas que los españoles llaman “barracones”. Son como unos contenedores de pocos metros de ancho, de largo y de alto, en los que debe hacer tanto calor que uno añoraría estar en Cartagena, en un hotel de medio pelo y oloroso a humedad, pero con un buen aire acondicionado o por lo menos con un buen ventilador. Todo el año trabajaron para llegar allá a pagar lo mismo que pagarían por hoteles de cuatro estrellas, cuando menos. No les importa tener que pagar más de 3 mil euros, incluso con la posibilidad de ver perder a su equipo.

Para ellos el fútbol es la vida.

Ahora la otra idea que referenciaba el delantero de este equipo: el fútbol es como la vida. La vida es irónica: Embolo, un camerunés jugando con Suiza, metió el gol con el que derrotaron a Camerún. La vida a veces es viscosa, oscura y cruda como el petróleo y como el partido entre Uruguay y Corea del Sur en el que empataron a cero. La vida también puede convertirse en una pugna entre hermanos, como podría sucederles a los Williams, el uno jugando con España –Nico– y el otro jugando con Ghana –Iñaki–. Es más, la vida puede ser ese chispazo de media chilena de Richarlison, o la disciplina de Cristiano Ronaldo, quien hoy se volvió el único jugador en anotar durante cinco Mundiales consecutivos. Ya no sabría decir si el fútbol es como la vida o la vida es como el fútbol. Lo que sí sé es que el fútbol no deja nunca de leernos como humanos.

Julián Bernal Ospina, 24 de noviembre de 2022

Detalles del mundial, ese deporte que juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania

No deben sorprender los extraños resultados que empiezan a darse en la primera semana de la cita futbolera. En cada edición ocurren los denominados “palos” o “batacazos”: los marcadores que atentan contra la lógica según la cual la selección grande y poderosa derrotará sin problemas a la “cenicienta”. Esta última aspira a tocar el olimpo y ganar su propio mundial derrotando a ese equipo súper favorito de nóminas exitosas y jugadores de otro planeta.

Ya le ocurrió a Arabia Saudita contra Argentina. Recordando otros episodios, en el 2006 la anfitriona Corea del Sur eliminó a la poderosa Italia de Totti, Del Piero y Vieri. También viene a la memoria ese otro combinado de Costa Rica. En 2014, en su grupo tenía un papel inferior de sus 3 rivales (Inglaterra, Italia y Uruguay), pero se impuso con el liderato y clasificó hasta los cuartos de final del Mundial de Brasil.

Ahora vuelve a pasar con la poderosa Alemania. Después de su silenciosa protesta ante la censura y un prometedor primer tiempo, el equipo japonés le remontó el resultado y se llevó la victoria. Fue como en un épico capítulo de la serie Súper Campeones, en la que similares contendores en versión animé predijeron la victoria nipona de hoy, pero de la mano de Oliver y Benji.

Y es que pareciera que ganar el Mundial fuera una maldición que trajo el siglo XXI a las selecciones europeas. Francia en el año 2002 perdió el debut con la debutante Senegal y quedó eliminada en primera ronda. Lo mismo Italia en 2010, España en 2014 y Alemania en 2018, todas ganadoras de la copa inmediatamente anterior.

Justamente, Alemania no solo fue descalificado en primera fase del mundial de Rusia, sino que ahora continúa en su “mala hora” y pierde en el debut mundialista. Lo más complejo es que el domingo jugará contra la arrolladora España –de momento espléndido– y, en caso de perder, será inminente su segunda eliminación consecutiva. Italia ya recorrió ese tenebroso camino y fue eliminada en primera ronda de las dos ediciones siguientes a su trofeo y, por segunda vez seguida, ni siquiera clasifica a la cita orbital. ¿O sea que estamos ante el fin de aquella premisa de que “el fútbol es ese deporte en que juegan 11 contra 11 y siempre ganan los alemanes”? El domingo tal vez tengamos la respuesta definitiva.

Pero como no hay mal que dure 100 años ni equipo que lo soporte, Francia, la actual campeona, empezó demostrando que no repetirá la historia de campeones europeos eliminados y, de la mano de Mbappé, goleó con contundencia a los australianos. Al igual que los españoles, que no tuvieron piedad de los costarricenses y no solo los vapulearon con goles, sino que rompieron todas las estadísticas y récords que solo el famoso Mr. Chip puede encontrar. Más goles, más posesión, más pases efectivos, más hinchas menores de 30 años con camisetas rojas, jeans y tenis blancos que cualquier otra selección.

Triste lo de Costa Rica. La revelación de 2014 con el orden táctico y la tenacidad del colombiano Pinto, se convirtió en el equipo sin alma y sin espíritu competitivo del colombiano Suárez. Será que “No Pinto, no party” o, como menciona siempre el estratega cucuteño, “el trabajo no traiciona”. En fin, como escribía ayer por estos lados mi compañero de artículos mundialistas, el fútbol es como la vida. Yo le agregaría que la vida es eso que transcurre entre el final de un partido y el inicio del otro. 

Por Juan David Morales, 23 de noviembre de 2022

Ganar Alá Argentina

Argentina perdió y, con su derrota, varios perdieron la polla. Más de uno que madrugó debió de pensar que todavía estaba en un sueño. En todo caso, la sorpresa rápidamente pasó a la risa. Bolivia por fin tendría salida al mar pues Argentina se convirtió en un mar de lágrimas. Al basto portero argentino, el ‘Dibu’ Martínez, no le sirvieron de nada sus palabras de “¡Easy! ¡Easy!” –las dijo al darse cuenta de sus rivales– tras los disparos de Saleh Al-Shehri y Salem Al-Dawsari. Argentina perdió contra un equipo cuyo valor no llega ni a lo que vale una rodilla de Messi: € 20 millones: nueve de los jugadores de Arabia Saudí militan en el equipo que quedó de cuarto de la liga local, el nido de estrellas Al-Hilal.

Como siempre, la alegría del ganador solo fue comparable con la tristeza del perdedor. Mientras unos se arrodillaron a llorar otros se arrodillaron a orar. En Argentina ya habían anticipado la celebración. Todo el país estaba paralizado: pusieron pantallas gigantes en ciudades y municipios, pospusieron las entradas a las escuelas para que a las 7 de la mañana se lo pudieran ver en sus casas y las empresas que no permitieran ver el partido en sus instalaciones peligraban terminar en huelga a término indefinido. Pero las victorias no se decretan y el fútbol es como la vida. Fue el rey saudí Salmán bin Abdulaziz quien terminó decretando el día festivo para la celebración en todo el país.

Los saudíes celebraron la victoria como si se hubieran ganado un Mundial. No hubo puertas ni ventanas que lograran contener la algarabía. No es de extrañar que tras su celebración hasta olvidaran fugazmente su homofobia y terminaran dándose besos en la boca. Lo que sí es cierto es que mientras los árabes le atribuyeron a Alá su victoria –“Ha estado presente en cada minuto. En nombre de Alá, estoy feliz”, dijo el portero Mohammed Alowais–, los argentinos le atribuyeron la derrota, ¿adivinen a quién?, a ellos mismos: “Perdimos por errores nuestros”, dijo el delantero Laurato Martínez.

El técnico Lionel Scaloni fue menos narcisista, aunque igual de poco autocrítico: todo fue culpa del “milimétrico” VAR y del fútbol porque “así es el fútbol”. Que con dos llegadas de los del Medio Oriente tuvieron para meter los dos goles. Que esos tres fuera del lugar automáticos con que les anularon los goles no hubieran sido fuera de lugar sino goles, de no haber sido por las nuevas tecnologías. Por su lado, Hervè Renard, técnico de Arabia Saudí, apodado “el mago blanco”, al parecer fue más autocrítico, a pesar de que hablaba en hombros: “No podemos jugar así. En un Mundial hay que darlo todo”.

A la Scaloneta se le vio a media marcha. Su maquinaria efectiva esta vez no funcionó. Los tres goles anulados le hicieron perder la ruta. Su motor, Messi, resultó el más obsoleto, sin aceite, oxidado. Un tiro libre a las tribunas, un cabezazo sin despeinarse, un penalti –decretado por el VAR– trotadito y eficaz. Fue un Messi humano, cansino y desgastado. Humano, demasiado humano. Por su parte, los saudíes aprovecharon el segundo tiempo y sí se lo tomaron como un partido de Mundial. Corrieron y sudaron y en honor a Alá se jugaron la vida para ganar. Los comentaristas deportivos –como no tienen mucho qué decir siempre buscan las estadísticas– no dudaron en referirse a que Argentina perdió el invicto de 36 victorias seguidas, a una victoria del récord de Italia. Si Argentina quedó a un partido de Italia, Messi quedó a un partido de Alá.

Por Julián Bernal Ospina, 22 de noviembre de 2022

El fútbol más allá del fútbol

Cada 4 años la Copa Mundial de fútbol trasciende rápidamente el ámbito deportivo y adquiere un status de enfrentamiento, si se quiere llamar nacionalista. Se convierte en revanchas de episodios del pasado que tuvieron como protagonistas a los países cuyas selecciones se enfrentan. Representó mucho para Argentina ganarle a Inglaterra el partido de cuartos de final del mundial de México 1986, años después de haber perdido la guerra de las Malvinas, y todavía más con los dos goles históricos de Diego Maradona.

Los mundiales de fútbol están provistos de símbolos y actos que le dan un carácter especial, más allá de cada uno de los encuentros de 90 minutos: el álbum de figuras que meses antes se empieza a llenar, ni qué decir de todas esas representaciones que se hicieron presentes en la inauguración de esta edición. Apelando a la nostalgia y al recuerdo de los torneos anteriores, aparecieron en forma de las mascotas de cada copa las canciones oficiales que saben a gol como la Copa de la Vida de Ricky Martin, el Waka Waka y el mosaico de los coros entonados por las hinchadas de cada nación. Se pasearon por el estadio de Doha el “¡Ay ay ay ay! ¡Canta y no llores!”, y el “¡Vamos vamos, Argentina!”, entre otros ritmos pegajosos.

Aunque la Copa del Mundo es ese evento que tiene la atención mundial durante el mes que dura –y se convierte en una consagración total y la consecución de la inmortalidad–, no es extraño que aparezcan símbolos con contenido político. Casi siempre son aquellos que la FIFA desea suprimir con sanciones económicas y tarjetas amarillas por resultar a veces inconvenientes contra los países anfitriones, y más cuando estos son tan cuestionados en cuanto al respeto de los derechos humanos y las libertades individuales.

Podríamos recordar el mundial de Rusia del 2018. Fueron Granit Xhaka y Xherdan Shaqiri, del seleccionado suizo, quienes en partido contra la selección de Serbia festejaron haciendo un gesto con sus manos del águila bicéfala, representando un símbolo de Albania, nación de la cual los dos jugadores tienen ascendencia y que cuya población fue objeto de ataques bélicos por los serbios en la guerra de Kosovo. La FIFA investigó dichos comportamientos. Suiza y Serbia se reencontrarán en el campo de juego en la próxima semana. ¿Habrá otra vez águila?

Este mundial no ha sido ajeno a la oposición y manifestación de muchos personajes y grupos que no están de acuerdo en su celebración. A las noticias de explotación laboral a inmigrantes y a los supuestos decesos de miles de trabajadores en la construcción de los estadios, se les suman las restricciones de actividades cotidianas como tomar cerveza, manifestaciones de amor en público y demás asuntos que son prohibidos en la costumbre y religión catarí. Todo lo anterior, contrario al mensaje de inclusión y diversidad que pretendieron mostrar en las puestas en escena del acto inaugural. ¿Es el mundial una lavada de cara para Catar?

Lo cierto es que resulta complejo, quizás imposible, eliminar o suprimir en su totalidad cualquier símbolo que presente una inconformidad sobre las cosas que no están bien. Eso lo demostró la selección inglesa cuyos jugadores antes de iniciar el partido en que golearon a la selección iraní se arrodillaron como lo vienen haciendo en dicha liga. También lo hacen los jugadores de fútbol americano de Estados Unidos como protesta ante los abusos policiales a la comunidad afrodescendiente. Esta campaña es conocida con “Black lives matter”, que podríamos renombrar como “All lives matter”, aunque no con mucha originalidad, porque dicho solgan existe desde hace unos años.

¿Qué podrá hacer la FIFA y todos los que consideran inconveniente que les protesten en sus narices? ¿Descalificarán a la selección inglesa? ¿Suspenderán a Hary Keane? O si Emmanuel Neuer el próximo miércoles sale a campo de juego con su banda de capitán estilo multicolor, ¿tendrá multas y sanciones? Lo cierto es que la postura crítica y radical de la FIFA sobre esa intervención de los países en las decisiones referentes al fútbol y las competencias y que tanto ha castigado y tan severamente, se ha visto menguada ante los jeques y millones de billetes cataríes. Veremos cómo enfrentarán los símbolos y el hecho de que todo un mundo tiene sus ojos puestos en su actuar. Bonito ejemplo de democracia.

Por Juan David Morales, 21 de noviembre de 2022

Palabras áridas, pelotas manchadas

No había intentado escribir sobre un mundial. Digamos entonces que este es solo un intento. Quisiera empezar a decir que no sé si me interesa el fútbol, pero siempre lo miro. Me pasa como la política y sin embargo la miro y la miro como un autómata. Eso no debería ser un problema, por consiguiente. Pero el mundo es amplio y siempre hay un espacio para detenerse y ver. Y, fuera de eso, escribo esto en la hora del domingo en que emerge una extraña paz que hace disponer los demonios interiores. (Ya pasó la estridencia de los cantantes de esquina y de los locutores como estrenando bafle).

En este intento de buscar llenar las horas del día, me puse a ver la inauguración del mundial. En medio de príncipes árabes vestidos con sus thobe y sin las princesas con su abaya, al lado de los hombres con sus trajes de negocios (que son los mismos de la política), pensé en el cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones. Me pregunté cuál era la palabra secreta que habían descubierto ellos para abrir la cueva del tesoro del mundial. No tardé en descubrirla: armas como intercambios, equipos de fútbol como estafas multimillonarias, burócratas que hablan de la inclusión mientras alientan el mundo de la exclusión. A estas palabras las une una en particular: dinero. Como diría el poema de Quevedo: “poderoso caballero/ es don Dinero”. Eureka.

Como siempre, lo menos entretenido fue el fútbol. Les presté más atención a la inauguración y a la ausencia de las estrellas como Shakira, Dua Lipa o J Balvin. Tal vez en la historia de las inauguraciones de los mundiales nunca había sido una ausencia tan protagonista. Hasta a J Balvin le tocó tener carácter. Ni la ballena en medio del desierto, ni el símbolo de Morgan Freeman como Dios tocando al influenciador Ghanim Al Muftah (que tiene tantos seguidores como habitantes tiene Catar), ni las omisiones de algunos periodistas deportivos colombianos para cubrir lo importante, ni los discursos áridos de Infantino y el emir de Catar, ni el partido aburrido en el segundo tiempo entre Catar y Ecuador hicieron olvidar que los ocho estadios de esta Copa Mundial están construidos sobre 6 mil inmigrantes muertos en las construcciones. No hicieron olvidar que la pelota, incluso años antes de haber sido rodada en la cancha, ya estaba manchada.

Ecuador ganó sin mucho esfuerzo. La plata sola no hace a los equipos jugar bien. ¿Y Colombia? Colombia, como clara muestra de su desconexión, había hecho un partido amistoso el día anterior de la inauguración, que esa vez sí ganó contundentemente, cuando ya no servía para nada. Partido que solo vieron los desocupados, los familiares de los jugadores y alguno que otro periodista, pero porque le tocaba cubrirlo. Le ganó 2-0 a Paraguay. Que Colombia se prepara muy bien para el mundial del 2026, dicen las voces perjudicialmente optimistas. De esa manera, en Colombia estamos como los discursos de los príncipes cataríes y de Infantino: queriendo ocultar con las palabras áridas y con la pompa extralimitada la triste realidad que se vive.

Por Julián Bernal Ospina, 20 noviembre de 2022

Publicado por julianbernalospina

Escritor. De formación politólogo con estudios de maestría en construcción de paz. Énfasis en escritura, literatura, periodismo e investigación cualitativa.

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