Reseña de Todas las que fuimos, libro de cuentos escrito por Juanita Hincapié Mejía (Editorial Zaíno, 2023).
Quizá no haya algo más vanguardista que volver al origen. Aun ahora, cuando la inteligencia artificial está al alcance de cualquiera y con la cual se puede escribir un cuento de amor que termine así: “A partir de ese día, Ana y Juan se convirtieron en la pareja más feliz y enamorada del pueblo. Juntos, vivieron una vida llena de amor, aventuras y momentos inolvidables. Y es que, como dice el refrán, el amor todo lo puede”. Este es el final de un cuento que escribió la inteligencia artificial del ChatGPT cuando le pedí que narrara una historia de amor. En menos de 10 segundos hiló 310 palabras, con buena ortografía y redacción, por lo menos.
Ya sabemos que aún escribimos mejor los humanos, y que la inteligencia artificial aún comete muchos errores (en esas equivocaciones parece jugar con los nombres de famosos, como si fuera un gran Dios que le gustaría hacer el mundo a su antojo). Pero: ¿cuántos seres humanos son capaces de valorar si un escrito tiene calidad literaria o no? Muy pocos. La inteligencia artificial, así como la vemos hoy en día, es suficiente para miles –de hecho: es lo que muchos esperan y quieren–, y está adaptada para responder –cada vez más y mejor– los deseos de un mundo afanado por querer leer y escribir lo que le dictan sus prejuicios con base en su moral canceladora, que no le genere conflictos internos a sus identidades.
Hace un par de meses, Juanita Hincapié Mejía –escritora nacida en Manizales; estudió periodismo en la U. de Manizales y ha trabajado en el ámbito cultural y en el cine– publicó un libro refrescante en este punto de inflexión que vivimos, cuando la inteligencia artificial comienza a llegar a espacios a donde no lo había hecho. Todas las que fuimos (Editorial Zaíno, 2023), la primera obra de la autora, es un libro de cuentos refrescante porque, además de ser relatos en que pululan la poesía y el ritmo –algunos fueron escritos a mano, lo cual les da una música diferente, alejada de teclados y pantallas–, no se conforman con los formatos fáciles de hoy en día. Hay retratos ambiguos, otros son una continuación milenaria con el hilo conductor del fuego, unos más son el flujo de conciencia que se entrelaza con los pensamientos de una niña, una adolescente y una profesora. Textos así no es capaz de escribirlos el ChatGPT. Por lo pronto.
Estos cuentos quieren volver a su origen oral, como cuando se narraban historias al lado de una fogata o junto al río. En la forma, y a su vez en su contenido: hay una búsqueda de la relación del mundo con la animalidad. Un volcán es un estómago indigesto con ganas de expeler gases como cenizas y sangre como lava. Una gata embarazada es una marrana secuestrada. Hay leche humana para el consumo humano y deliciosos dedos de personas cocidos lentamente en su propia salsa. Mujeres que se defienden como gatas, serpientes, chimpancés y camaleones; cóndores que resucitan de las cenizas del luto, como el fénix; el paso del tiempo a la luz de una gata vieja.
En Todas las que fuimos, por lo visto, el ser humano, el tiempo, un río, un volcán, los dioses, son animales. Los animales –domésticos o no– son otros animales. Quizá la conexión entre estos mundos sea el cuerpo: la carne, la sangre, la piel, los órganos que nos hacen ser parte de esta tierra. Todas las que fuimos podría llamarse Todos los que fuimos o Todo lo que seremos: nos recuerda que somos animales que, a veces, pretendemos no serlo, perdidos en el género, los afanes de superioridad y los autoengaños. Nos lo recuerda, incluso –y esto vuelve el libro aún más refrescante, como una brisa en el calor–, cuestionándose a sí mismo, como la literatura que vale la pena. En la solapa del libro se dice que Juanita “Nunca ha podido saber en qué ciudad vive”. Este libro es la prueba de que aunque no sabe la ciudad, ya sabe el país que habita: el de la literatura.
16 de abril de 2023
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Julián Bernal Ospina