Reportaje sobre el origen del nuevo coronavirus.
Este es un reportaje sobre el origen del nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) y sus diferentes versiones. Un virus que, al final, parece llamarnos a actuar por la crisis ecológica que padecemos.
El beso más peligroso del mundo
El beso más peligroso del mundo puede darse en cualquier parte. Un piquito al perro después de darle una vuelta al parque, el beso a la abuelita de cumpleaños después de haber incumplido la cuarentena, el beso inocente del amante después de llegar de correr. La tragedia democrática al alcance de los labios. Basta un toque de saliva, el goteo de una lágrima, el roce de una camisa mojada para que el virus pase de cuerpo a cuerpo. Mojado también como los mercados de Wuhan, que el día en que todo comenzó no estaban mojados por un acto de amor sino para limpiar los desperdicios de los animales o de las comidas o de la basura que quedaba en el piso.
Un pescador de la provincia de Hubei pudo haber llegado una día de noviembre del año pasado después de haber pescado en el río Yangtsé –el río más largo de China, que va del occidente al oriente del país, y el tercero más largo del mundo, después del Amazonas y del Nilo–. El pescador atravesaría la metrópoli cenicienta en algo parecido a mototaxis colombianos con amplios platones. Quizá de ojos oscuros y piel de pergamino –solo una gota más del mar de nuevo o diez u once millones de habitantes–, el pescador pasaría por la Grulla Amarilla y sus techos de la dinastía Qing de alas que se preparan para volar, llegaría al mercado alborotado y vivo de la clase media china, descargaría los peces para venderlos “frescos” y ganarse algunos yuanes, iría por los otros puestos y se encontraría con lo que durante cincuenta años consecutivos se ha encontrado y que no es extraño para él: corredores estrechos, techos superpuestos, lámparas colgantes, avisos en mandarín –él no pensaría mandarín, solo leería letreros–; verduras, lo más común porque es lo más barato; mariscos, pulpos, calamares, pollo, cerdo y carnes a la vista. Hubiera podido atravesar más el mercado, ir más hondo, y se hubiera podido encontrar con animales salvajes vendidos allí –si los hubiera–, o con personas que habían tocado alguno de ellos (por ejemplo, un pangolín de Malasia importado desde la provincia de Guangdong, entre cadenas de puestos, manos, saliva y personas), considerados como exquisiteces para la superstición y para la salud y las ínfulas de grandeza.
Después el mismo pescador dejaría el mercado antes del cierre, cruzaría el río Han, llegaría a su residencia y antes de entrar a su casa saludaría a su vecino para después con amor besar a su hijo.
El movido año nuevo de la batichica
Mientras celebrábamos el Año Nuevo en Occidente –y hacíamos el Año Viejo, alistábamos la maleta, comprábamos los calzones amarillos acá en Colombia–, a Shi Zhengli le llegó el comienzo del año con grandes sorpresas. Acostumbrada a ver a través del plástico, en cuarentena permanente y con los cuidados máximos de científicos microbiólogos, o entre las cuevas indómitas chinas, Shi pudo sentir un gran placer en la conferencia a la que asistía el 30 de diciembre de 2019 al compartir su saber con otros científicos.
Eran las 7 de la tarde en Shangai. Recibió una llamada en la que su jefe el Instituto de Virología de Wuhan la llamó a su celular. “Deja cualquier cosa que estés haciendo y encárgate de esto ahora”, le dijo. El asombro en Shi –que parece conservar como un niño al ver por primera vez un murciélago– se pudo haber detenido, y pensó que tantos años de investigación en busca de virus provenientes de murciélagos –de ahí el apodo como batichica por sus colegas– habían caído al abismo. El Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Wuhan había detectado un nuevo coronavirus en dos pacientes de hospitales con neumonía atípica: en condiciones de normalidad, dos enfermos con una neumonía leve que se tratan sin más complicaciones. Pero este era el nuevo coronavirus que hizo que el inicio del Nuevo Año Chino a finales de enero se volviera una fiesta en confinamiento, y que el año de la rata según el calendario lunar se convirtiera en el año del murciélago.
Para Shi después de ese día su celular no pararía de sonar y su preocupación no pararía de aumentar. Esta historia la cuenta Jane Qiu –periodista freelance de ciencia radicada en Beijing–, y fue publicada el 27 de abril en el portal de Scientific American. Habían transcurrido en Occidente muchas versiones sobre la creación del virus en un laboratorio por un científico malvado, auspiciado por el Partido Comunista Chino y desplegado por los jinetes del apocalipsis. Esta historia –más matizada, sin los jinetes y sin el científico, pero que mantiene la idea de que el virus fue creado en un laboratorio– ha ganado fuerza por la afirmación del científico francés Luc Montagnier, ganador del premio Nobel de medicina por descubrir el virus del VIH, tras reconocer a la cadena francesa CNews que al COVID-19 le agregaron unas secuencias del VIH. Se suma a esta hipótesis la que esgrimen columnistas de The Washington Post (como Josh Rogin y como David Ignatuis), científicos como Richard Ebright (Universidad de Rutgers) y Francisco Martínez Mojica (Universidad de Alicante) y políticos (Donald Trumo y Mike Pompeo) quienes aseveran que pudo tratarse de un accidente, y se preguntan el que no sea clara la existencia de pangolines o murciélagos en el mercado de Wuhan, y que exista un laboratorio de microbiología en la ciudad que ha sido cuestionado por cables secretos de inteligencia estadounidense.
De ahí que sobre los hombres de Shi estén todos los interrogantes del mundo occidental. Pero el cuerpo pequeño y escurridizo que ha pasado 16 años por las cuevas repletas de estiércol de murciélago de las provincias Guangdong, Guanxi y Yunnan parece saber esquivar los embates de los murciélagos. Una parte de la comunidad científica ha sabido hallar la hipótesis de que el virus ni fue creado ni fue un accidente: es un, según ellos, zoonótico desconocido antes de diciembre del año pasado. Para Shi, la confirmación de que ese virus era un primo pero no era ninguno con los que habían trabajado ella y su equipo en las cuevas chinas “Le quitó una carga de la mente, después de no haber dormido ni un parpadeo durante estos días”.
Es probable que este virus provenga de murciélagos, como el SARS (que los investigadores identificaron en murciélagos de herradura en Yunnan, con un noventa y seis por ciento similar al nuevo coronavirus), que de 2002 a 2003 enfermó a ocho mil personas y mató a unas ochocientas. Así concluye una de las investigaciones de Andersen, Rambaut, Lipkin, Holmes y Garry para la revista científica Nature Medicine el 17 de marzo de este año: para que un virus estuviera manipulado genéticamente (y adquiriera las características de proteína espiga por la que ingresa al receptor humano y un dominio de escisión polibalética para aferrarse a este) hubiera tenido que haber pruebas durante un tiempo largo con cerdos u organismos de condiciones similares a los seres humanos, y dicho experimento aún no ha sido descrito (eso desaprueba la hipótesis del escape del laboratorio). Por otro lado, para que hubiera sido una mutación premeditada y lanzada como guerra biológica ya se hubiera tenido que haber descubierto este extraño virus (cuyas características que hacen al coronavirus contagioso para el ser humano, por análisis comparativo de información genómica, aún no se había descubierto).
Es decir, la batichica pudo celebrar, al fin y al cabo, el Año Nuevo Chino.
Al parecer se trata –y se ha tratado– de una guerra de información al servicio de las políticas gubernamentales. Investigadores como Gabriel Méndez Hincapié de la Universidad Autónoma de Manizales lo llaman “Guerra psicopolítita”. Como el caso reciente de ensayos con pacientes en China, España, Estados Unidos y Corea del Sur y la pugna entre médicos y la empresa farmacéutica estadounidense Gilead, a propósito del medicamente remdesivir (usado como potencial tratamiento contra el ébola) y su posible potencial como vacuna contra el coronavirus. Un toma y dame, una carrera para el que primero llegue a la meta y logre hacerse con la vacuna para comercializarla, entre publicidades en revistas, medios de comunicación, gobiernos y acciones del mercado financiero, que suben y bajan conforme se publica la información.
El escalpelo de las pandemias
“El mundo ha estado peleando contra dos pandemias en los meses recientes: una, a causa del virus, la otra causada por la desinformación, y la pandemia a causa de la desinformación es tan peligrosa como la generada por el virus”, le dijo Richard Horton –editor en jefe en el Reino Unido del journal The Lancet, en una entrevista a la cadena de televisión China Central, el viernes primero de mayo, publicada por Global Times. Lo mismo ha dicho el director ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Mike Ryan, en una conferencia de prensa del mismo día: “Hemos oído una y otra vez a numerosos científicos que han analizado las secuencias, han analizado los virus, y aseguramos que el virus tiene un origen natural”. Mientras tanto, la batichica Shi publica mensajes en su red de WeChat, entre flores, lagos, caminos, verde y fruta: “No importa qué tan difíciles parezcan las cosas, nunca debieron haber pasado. No hemos hecho nada malo. Con una fuerte fe en la ciencia, veremos el día en que las nubes se dispersen y el sol brille”.
El escalpelo de las pandemias, para usar el nombre de la revista The Lancet, nos ha abierto la piel y ha descubierto lo que teníamos escondido y ni siquiera sabíamos. Esta historia apenas nos la hubiéramos creído como un cuento de ciencia ficción. Pero ahora es cuando más se necesita ir más allá de los titulares. Los estudios muestran que este nuevo coronavirus es el número siete que se ha descubierto que ha infectado a humanos (SARS-CoV, MERS-CoV y SARS-CoV-2 –este es el Covid-19– pueden causar enfermedades graves, mientras que HKU1, NL63, OC43 y 229E pueden desarrollar síntomas leves). Lo más preocupantes es que no todos los virus saltan de un animal salvaje a seres humanos sino también de animales domésticos: por la célebre selección natural los virus desarrollan características que les permiten aprender a estar más cómodamente en cualquier organismo: se adaptan según sea la necesidad, tal como nosotros nos adaptamos ahora. Jane Qiu cuenta la historia del caso en 2016 en Qingyuan County (Guandong) de cerdos de cuatro granjas que sufrieron de vómito agudo y diarrea, y veinticinco mil animales murieron. La batichica y su equipo detectaron que se trataba de un virus denominado SADS y que tiene un noventa y ocho por ciento de similitud con otro coronavirus detectado en una cueva cercana. No hay que comer pangolín al ajillo para contagiarnos de coronavirus: con una costilla de cerdo basta.
Jane Qiu muestra, a través de testimonios de actores involucradas como Peter Daszak, que el setenta por ciento de enfermedades provenientes de animales vienen de la vida salvaje, y que los países que se denominan como en desarrollo –aquellos que tienen más conexión con la vida salvaje– pueden ser los que estén en mayor peligro. Una estrategia de prevención apenas es previsible. Parece ser necesario un cambio en las formas de interacción con la naturaleza, esto es, con nosotros mismos. Pero la estrategia no puede seguir siendo pensada en términos del juego del mercado –el incremento de incentivos, la competencia entre compañías, gobiernos y academias– sino la comprensión de un problema global, en el que ni China ni los murciélagos se entiendan como los culpables. Dice Gearge Daley, el decano de la Escuela de Medicina de Harvard para The New York Times: “en lugar de despilfarrar las tempranas dosis de vacunas en un número de individuos con poco riesgo, se trata de cubrir la mayor cantidad de individuos con mayor riesgo globalmente –los trabajadores de salud y los adultos mayores, dice el Times– “para detener la propagación”.
La corona del virus
El coronavirus lleva su nombre por la superficie que parece tener púas cuando se ve a través de un microscopio. El virus coronado; el virus rey. El virus de virus. El virus coronado de púas, como otro Jesucristo. El virus que le ha quitado la corona a los reyes de España, a la reina del Reino Unido, a los príncipes de arabia, a los líderes orientales. El virus que ha reclamado una parte de la naturaleza humana que parecía olvidada entre concreto y edificios, entre la infinitud de la información que se desvanece en la nada. Una microscópica partícula del mundo es el inicio de otro mundo.
Solo bastó ese porcentaje de azar, ese cambio de composición y un beso robado, una gota de saliva al aire para que todo se contuviera, se estremeciera. El virus también está en las lágrimas, como un acto de poesía triste y profundamente lacerante: el virus en las lágrimas de quienes lloran al tener que quitarse y ponerse –en el ritual de la muerte y de la vida– los tapabocas, los dobles guantes, las escafandras, las polainas una y otra vez, y abandonar para siempre el beso más peligroso del mundo. En las lágrimas de alegría. En las lágrimas sin más, porque sí, porque no.
El virus ha reclamado su corona en nombre del mundo robado. La ecología política habla de la emergencia de un sujeto histórico. Ya no hablamos solo del ser humano que se mira vanidoso en su propio espejo. Hablamos de otra unión. Un más allá afuera del mundo, entre las montañas de China y los ríos como caminos de lágrimas, o las llanuras interminables de Paz de Ariporo Casanare con sus árboles solitarios. Un más acá desconocido: células, virus, bacterias, átomos, moléculas que no vemos pero que están, siempre han estado. Aunque todo nos sea desconocido, todo nos implica.
Carlos Valerio Echavarría, investigador de la Universidad de La Salle, lo dice así: “Nada había aplanado a la humanidad. Nunca antes un mismo acontecimiento había hecho sentir igual al campesino y al científico”. En esta historia reciente nunca habíamos sentidos todos esa sensación similar por la condición del mundo que nos ha sido dada. Un pedazo de lucha, un fragmento de vida común: a veces más fino, a veces más intrépido, más íntimo como una puñalada en el corazón. Jamás una lágrima había sido tan pública ni tampoco un abrazo tan íntimo. Jamás un beso había sido tan deseado ni tampoco tan temido. Jamás nos habíamos desvestido todos por igual para cómo nos corre la sangre.
3 de mayo del 2020
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Julián Bernal Ospina