Un escrito sobre la espera
La espera es querer acortar el tiempo, acercarlo más al deseo del tiempo interior: que el mundo se vuelva la agitación del corazón. Pero no. El mundo pasa en sus propios asuntos, ajenos a mi voluntad. Dominios que solo alcanzo a ver en la distancia que recorre el ojo en un cuarto estrecho de paredes fríamente blancas, baldosas lo mismo, cosas puestas como esterilizadas, como impolutas, muertas. Es una condición subjetiva, en suma, que busca, con paciencia o sin ella, la realidad como reflejo. Estos días han sido de la espera: estar esperando a que suceda algo que no sé muy bien qué sea, pero que añoro. Qué ironía la espera: el máximo sentido interior que lo único que dice es el poder de lo exterior: las cosas suceden en sus dimensiones particulares, sin requerir mi voluntad.
El tiempo en su expresión de agotamiento infinito. Todo en la espera de un minuto. Las piernas se mueven frenéticas. El silencio es ese tiempo que se alarga como si pudiera estirarse. Busco alguna fuga –la mente procura un lugar para descansar, para descansarse– pero la espera vuelve y recubre el corazón. Hace del cuerpo su lugar para vivir. Lo inyecta con un goteo incesante, invariable, de ritmo pasmoso. El mismo sonido imparable como un telón de fondo de burbujas maquinales. Nada pasa. Nada. Hay algunos indicios de la vida: una página que se oye pasar, una escoba al otro lado de la puerta, un sonido parecido al que hace el cepillo cuando procura sacar una mancha de una camiseta.
No sé muy bien qué se espera de la espera. Si su fin. Si la continuación de otra. Si solo el transcurrir de la vida. Todo junto, sí, como en una incertidumbre acechante. Mientras tanto el sol alumbra la baldosa, y pasa su luz rectangular de un punto a otro. Quisiera que se moviera, que fuera alguna fuga de la monotonía. Cuando menos pienso cambia: de tenue a brillante, de brillante a sombra. El mundo sí cambia, tal vez sea yo el que se empecina en creer que no. Esa debe ser la espera: la luz que cambia sin que me dé cuenta.
Cuando pasa sucede una liberación, y todo se aclara. La luz que ciega se aclara. Las horas parecieron tener una razón de existencia. Un curso natural, un camino. Llega ese momento inesperadamente, también igual que todo comenzó. Hay que aprender a reconocerlo. Saberlo. Indagarlo. Ya todo pasó. Pasó. “Pasó” tiene una palabra parecida al final, un remate que cierra. La espera tiene un sentido cuando termina. Se comprende cuando ya no se da. Vivir significa aprender a esperar, como el mundo, después de los meses de pandemia, ha tenido que aprender a hacerlo.
11 de octubre
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Julián Bernal Ospina