Presentación libro El cuerno de Gabriel, de Ricardo Sanín Restrepo, en la Casa Museo de Otraparte, el 04 de marzo de 2021
Uno entiende al leer El cuerno de Gabriel, y luego de conocer un poco de la historia de Ricardo Sanín Restrepo, que solo un hombre que ha vivido tantas vidas es capaz a su vez de contarlas. Después de muchos años ha vuelto a la ficción no para descubrir un mundo nuevo sino para compartirnos uno que ya conoce. Desde sus intentos de niño de escribir poesía y de existir en el escenario educativo, con lo cual logró tener alguna vez una nota final de 120 sobre 100 por una maestra que le subía décimas por escribir páginas; hasta en sus años de adolescencia cuando desapareció por unos días para el revolucionario acto de escribir, ebrio de deseo y de resistencia, como el personaje Luciano de la novela que presentamos hoy.
Cuando pienso en el derecho se me hace la imagen de Kafka intentando tragarse una cucharada de petróleo. Pues bien, algo hay en Ricardo Sanín que nos permite sentir la metamorfosis del crudo con poesía y política, a la manera del filósofo francés Jacques Rancière. Algunos de los títulos de los libros de Sanín dan cuenta de la dosis poética: La Democracia En Tu Cara, Variaciones sobre un tema inconcluso, Cementerio de elefantes, Monstruo-city, el lugar del pueblo. Por su parte, sus últimos textos publicados comprueban sus pretensiones políticas: Decolonizing Democracy –un intento por desarrollar la teoría de la encriptación, esgrimida con su amigo y profesor Gabriel Méndez– y Being and Contingency –un intento por desencriptar a Heidegger–.
Ricardo Sanín es, por ello, de formación abogado y teórico constitucionalista, de deformación filósofo y teórico político y de afirmación escritor y artista. Además de haber escrito libros y artículos, es un prominente conferencista y profesor. Y, como lo dice José María Baldoví, es un incómodo intelectual. Desde el mismo corazón del sistema y sus disciplinas lo cuestiona y lo pone en jaque. No se podría pasar desapercibido que Sanín, autor de habla hispana, haya escrito un libro sobre la descolonización precisamente en inglés, la lengua del imperio. En esta obra pareciera inspeccionarle a esta lengua todas las papilas disgustativas. Ello, igualmente, habla de su cosmopolitismo del saber, otorgado por viajes y lecturas entre países autónomos de música, pintura, literatura y cine que atraviesan las fronteras de Colombia, México, Estados Unidos y Brasil.
Oírlo hablar es pasar por la teoría crítica constitucional, por la decolonialidad y por la teoría de la encriptación del poder: una selva de espejos hecha de lenguaje, en palabras de Méndez. Para desencriptar ese poder, dirían, habría que empoderar al pueblo oculto y desnudo: desentrañar los lenguajes jurídicos, económicos y científicos a fin de comprenderlos y destruirlos, con la intención de crear nuevas y comunes palabras. No sabría uno cómo, por tanto, es posible que del cuerpo de sabio y tierno oriental que aparenta Ricardo Sanín pueda salir una predisposición radical de acabar con todo lo que huela a modernidad. Uno también tiende a olvidar al hablar con él, por la misma espontánea generosidad con que me concedió acompañar la presentación de su libro, que conversa con uno de los intelectuales latinoamericanos que ha ido recordando la transparencia del traje del emperador.
Hace poco desencriptó la tumba de Heidegger solo para tener el placer de volverlo a enterrar. Heidegger despertó de su sueño eterno de Selva Negra y preguntó desesperado quién había osado interrumpir su descanso en el apacible mundo de la nada. Sanín le respondió con la pregunta que ha venido puliendo más de cuarenta años como se afila un puñal. ¿Cuál es el no ser que viene de la sombra? ¿Cómo imaginarlo por fuera del lenguaje, como se preguntaría Wittgenstein, si no existe nada por fuera del lenguaje? A lo cual Heidegger respondió, con más cara de vivo que de muerto, que no se le olvidara que si la casa del ser es la poesía, entonces la casa del no ser es la antipoesía.
Sanín tomó nota de inmediato y cuestionó la manera en que habían pasado por sí mismo los tentáculos de la encriptación del poder. Por eso, mirando hacia adentro, hacia su espíritu, se atrevió a pensar que tenía que volver a sus pueriles andanzas con el símbolo. No podía pasar de lado la diferencia que él mismo había encarnado en la vida, ni tampoco la fortuna que le había significado la experiencia sensorial de las ideas con el cuerpo y del cuerpo con las ideas. Ya lo dice el maestro Fernando González al inicio de su libro El payaso interior:
Es necesario reconocer que sin sensaciones es imposible la vida del espíritu. Los sentidos suministran al alma elementos para sus trabajos silenciosos. Las sensaciones son como las flores de las cuales elabora su miel la abeja del espíritu. Por eso es necesaria la vida bulliciosa de los sentidos. Y no digo yo que el solitario deba cerrar sus sentidos al mundo. Lo que yo afirmo es que es preciso ser lentos y aprender a recogerse y a estar en compañía de su alma. Es necesario huir de la manera de vivir de los zafios: sentir y no saborear las cosas sentidas.
De ese modo Ricardo Sanín Restrepo, saboreando y sintiendo las cosas sentidas, tomó impulso para echarle tierra de nuevo al alemán, pero cuando menos pensó ya este se había escabullido. Se percató entonces de que había estado hablando con el espejo. Las respuestas que podía encontrar estaban en el rebote de los silencios de las líneas a donde no llegan las palabras. El impulso que le quedó de su intención de amortajar de nuevo a Heidegger le sirvió para escribir de un tirón El cuerno de Gabriel.
Por tanto, en la medida en que la historia se mira al espejo como la realidad se mira en la ficción, así mismo se transcurre entre lo finito y lo infinito, como en esta novela. Hablo, por ejemplo, del pueblo oculto en La Loma; de la encriptación del poder como ese juego intrincado de un embuste cinematográfico y vengativo; y también de la imaginación surgida de la conexión entre el arte y la ciencia, que va más allá del percibir y logra enterarse de los procesos ocultos de la biología, de las disertaciones profundas de la vida y del arte. De este modo Ricardo Sanín Restrepo nos muestra cómo es posible, valiéndose de su miel del espíritu cultivada con otros –léase El club de los escritores enfermos–, convertir el petróleo en tinta.
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Julián Bernal Ospina
Un comentario en “Ricardo Sanín Restrepo, el arte de convertir el petróleo en tinta”