Una reseña sobre la Feria del libro de Manizales número 12
Una dosis colmada de esperanza apareció en la pregunta que propuso la Feria del libro de Manizales, en su versión número 12: ¿cuáles son las lecturas para la nueva Colombia? Hay en ella por lo menos un retrato: al salir de este sueño colectivo infestado de muertes e injusticias, aún quedará una lectura sobre la mesa y no nos serán arrebatadas las ganas de seguir leyendo: a las siguientes generaciones que continúen este baile misterioso algo nos seguirán diciendo los libros, sin importar si se trata de imágenes escritas o de escrituras pintadas, sea cual sea su formato de difusión: mensaje en botella o cadena de WhatsApp. De la pregunta no surgieron relatos construidos en las lejanías del poder, en ámbitos secretos y cerrados, sino asumidos por seres humanos tras la búsqueda del sentido en una época en que todo pareciera estar acabándose.
Los autores de carne y hueso
Porque a través de ellos leímos más que a un otro experto en los recovecos del lenguaje; nos leímos a nosotros mismos: oímos a los otros contar historias que nos recuerdan nuestra propia crianza y sus tensiones con la memoria emocional; recordamos nuestros vínculos con la naturaleza y la guerra colombiana como un pasado presente; constatamos nuestra riqueza cultural de bailes y de mares; volvimos a nuestra memoria colectiva para conmemorar las voces que, año tras año, han tejido la cultura periodística y literaria, y las voces de los seres idos.
El siglo pasado Roland Barthes promulgó la idea de la muerte del autor: era una crítica a la omnipotencia aristocrática de la figura de un escritor impoluto, inundado de saber y de magia. La muerte del autor sucede porque este solo hace parte de una cultura en la que nació, vivió y aprendió, y el lector, con su mundo lleno de dudas y de certidumbres, interpreta el tejido de símbolos, de manera que la obra ya se vuelve suya: ya es parte de su vida, el marco con el que mira el mundo. El lector –el intérprete– es quien en realidad la hace vivir. Sin embargo, durante los días de Feria, los autores –que resultaron ser de carne y hueso– hicieron gala más de sus lecturas y experiencias que de su tecleo iluminado.
Cambiar fusiles por plumas y lentes
En estas conversaciones, talleres, presentaciones de libros, recuerdos y celebraciones, se sintió que el autor revivió. No como un zombi decimonónico revestido de su vanidad. Un autor que brilla porque al mismo tiempo es lector: porque es escasamente bello, limitadamente humano. Ya lo decía el novelista Juan Diego Mejía sobre la admirada lectura que Octavio Escobar hizo en la presentación de su libro Adiós, pero conmigo: “Es muy inusual que un escritor lea a un escritor”.
En esta Feria esa fue la inusual constante: en su presentación, la periodista y escritora Adriana Villegas dejó ver, a través de las preguntas a la escritora Pilar Quintana, las claves para leer entre líneas la obra de la última ganadora del Premio Alfaguara: Los abismos y La perra no los hubiera podido escribir si no hubiera sido por las “oscuridades y luces” de su experiencia como madre. Los escritores Orlando Mejía Rivera y Danilo Manera, por su parte, no tuvieron límites en compartir sus interpretaciones apasionadas acerca de Dante Alighieri. Rescataron de su memoria la voz poética y humana del florentino; la herencia artística, teológica y científica que aún ahora nos habla con la voz centenaria de un clásico. Juan Felipe Orozco y Gabriel Méndez discutieron, entre otros asuntos, sobre volver a la subjetividad del jurista para comprenderlo mejor. De igual manera, no hay por qué matar al autor sino revivirlo en su ideología.
Y no solo se trató de plumas que leen a otras. O de especialistas que interpretan a otros. El escritor Juan Álvarez presentó un libro colectivo, Naturaleza común. Relatos de no ficción de excombatientes para la reconciliación, del cual fue el coordinador creativo. Junto con las coautoras del libro, Doris Suárez y Karen Pineda, compartieron su experiencia en talleres para propiciar la escritura de estos relatos. En ese abordaje, la técnica no era suficiente: es más, en un punto no importaba: lo verdaderamente trascendente fue lograr traspasar lo vivido en lenguaje, contar esa memoria colectiva, “pensar la naturaleza como escenario social complejo para el encuentro y la reconciliación” y “hallar propósitos comunes”. La escritora Velia Vidal también reflexionó sobre esta relación, cuando habló con la periodista Ana María Mesa, e interpeló por el valor de lo pluricultural en el país diverso que nos habita.
Y los expertos reconocieron, para narrar el conflicto armado, la importancia de escribir sin los títulos colgados de las paredes. Piedad Bonnett, en conversación con Antonio María Flórez y Octavio Escobar, habló sobre cómo dar cuenta de la violencia política desde el teatro y la poesía, y en ello aseveró que lejos de que sea un asunto ideológico, el arte debería llegar a los lugares insólitos de lo cotidiano, auscultar aquellos matices y claroscuros de la realidad, con el cuidado que da siempre detenerse en los detalles, en lo pequeño. El fotógrafo Jesús Abad Colorado, fruto de sus viajes relatando en imágenes la guerra colombiana, dejó la impresión de que no se expresa el dolor para vanagloriarse de él, sino para luchar hacia la intención de que no vuelva a ocurrir. De nada vale ni siquiera un clic si no se ha tejido un vínculo horizontal, si no hay un acercamiento con el sufrimiento de las víctimas.
Otras formas en que el autor revivió
Con una sección dedicada al cómic y a narrativas visuales, con otra a una programación infantil y con talleres de escritura, la literatura y el arte volvieron a vivir en los cuerpos presenciales bajo un aula, y se reclamó la relación de la creación conjunta, no solo del texto o de su relato escrito, sino de la construcción humana en la presencia del otro. Nuevos aires invadieron los recintos, y una vez más se dio muestras de que la única forma de trascender los espacios de uno mismo es con la crítica y la certeza del otro, así cada quien tenga que vérselas consigo en la soledad de una hoja en blanco, frente a un teatro vacío o un lienzo mudo.
Los autores vivieron también en la conmemoración de los cien años de La Patria. El periódico –el libro cotidiano en donde se ha escrito la historia de la ciudad– relució como un hijo de Manizales: es imposible pensarla sin transcurrir por sus páginas. Las anécdotas y estudios del periodista Luis F. Molina, del editor Fernando A. Ramírez, de la editora de Papel Salmón Gloria Luz Ángel, o de la columnista Adriana Villegas, entre otros, mostraron este tipo de construcción conjunta: la de una tradición que va más allá de propietarios y modas, y que hace pervivir un sentido de informar –también un espacio común– tanto en quienes trabajan allí, como en quienes leen sus páginas cada mañana con un tinto al lado. Por último, los homenajes a la profesora Paula Valencia, de la Universidad de Caldas, mostraron la persistencia de la vida en la pasión por la literatura y su enseñanza. Los autores vivieron en su memoria.
16 de agosto del 2021
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Julián Bernal Ospina