Cada oscura guerra

Reseña de la novela Cada oscura tumba (Seix Barral) de Octavio Escobar Giraldo. Fotografía tomada de: https://www.infobae.com/leamos/2022/06/06/colombia-esta-llena-de-leyes-que-no-se-cumplen-octavio-escobar-giraldo-a-proposito-de-su-novela-cada-oscura-tumba/

En el himno del Ejército Nacional de Colombia se lee: “Y cada oscura tumba donde yace un soldado, alzándose del suelo, parece un pedestal”. En los videos institucionales, los militares marchan al compás marcial de su himno, que para el general Orlando Salazar Gil es “poesía que vibra con las notas marciales del pentagrama”. Un himno que fue oído por primera vez en 1965, pero que, por las palabras “ínclito” y “tizona”, parece anterior. Debe ser por esto que en él se clama la gloria del soldado “si son nuestros fusiles herencia de otra edad”.

La palabra “patria” aparece unas seis veces. La fe, la lealtad y el heroísmo se mencionan sumadas por lo menos ocho veces. Quién sabe si los militares del futuro sentirán el mismo orgullo al percatarse de los crímenes indecibles que hay en el número 6.402, la cifra que es ya nuestro mantra oscuro de tanto repetirla. Por estas fechas de 2021 la Justicia Especial para la Paz (JEP) la publicó como la cantidad de “falsos positivos” que hubo entre 2002 y 2008, durante el gobierno de Álvaro Uribe. Ya sabemos que “falsos positivos” es un eufemismo que pretende esconder los asesinatos de civiles por militares, asesinatos tomados como “bajas” (otro eufemismo: somos el país de los eufemismos) para lograr beneficios. Una muerte por beneficios: ese el objetivo real de la “ínclita tizona”.

Ese himno seguiría menos en el olvido del orgullo militar de no haber sido por una novela. Una novela que, irónicamente, no pretende hacerle homenaje sino que le da la vuelta: un verso del himno es usado para criticar los más desgarradores crímenes del Ejército que se sepan, y que por la JEP ya se probaron por cuenta de testimonios de militares que aceptaron haberlos cometido.

“Cada oscura tumba” es el título de la más reciente obra del escritor manizaleño Octavio Escobar Giraldo. Una obra que ha sido aclamada no solo porque muestra la ignominia a través de la ficción; también porque dice sin decir y porque no se queda en la indignación –opción muy tentadora, por lo demás, dada la magnitud de lo que se habla– de la novela panfletaria, según la cual todo se crea para favorecer la posición de un partido o de un espectro ideológico.

En una de las charlas sobre el libro (Cada oscura tumba fue presentada varias veces el año pasado y ha contado con muy buena crítica internacional, nacional y local), Escobar Giraldo dijo lo siguiente, para diferenciar la literatura del periodismo, mientras conversaba con el escritor Felipe Martínez Cuéllar: “hay que poner al lector en un territorio de ambigüedad donde tiene que preguntarse lo que los personajes se preguntan”. En esa ocasión el escritor caldense contó la anécdota de que dos jóvenes que leyeron la novela se quedaron conversando sobre qué debía hacer Melva Lucy –la protagonista de la historia, una mujer con sed de venganza, quien trabaja en una cafetería– con respecto al asesinato de su hermano Ánderson. A él lo asesinaron agentes del Ejército Nacional, después de que lo engañaron y se dieron cuenta de que era un muchacho en condición de discapacidad cognitiva.

Cada oscura tumba expone, como lo hace la mejor literatura, las zonas grises de los conflictos humanos; en nuestro caso, el conflicto armado colombiano. ¿Cuántos altos mandos del paramilitarismo alguna vez fueron solo un niño a quien le asesinaron sus padres? ¿Cuántos altos mandos de las guerrillas alguna vez solo fueron campesinos a quienes el Ejército o los paramilitares despojaron? ¿Cuántos políticos bélicos, protegidos por escoltas y leyes, han acrecentado la guerra por cuenta del recuerdo de que alguna vez secuestraron a sus padres? ¿Cuántos civiles, ávidos de venganza, han intentado hacer justicia en sus propias manos y, con eso, queriéndolo o no, han terminado profundizando y aumentando el círculo vicioso de la violencia?

Son preguntas que deja la novela y que coinciden con las zonas grises de nuestra guerra, lo cual hace a esta –la guerra– un fenómeno particularmente complejo. La novela no se queda atrás en complejidad: como nuestra guerra, se disfraza de cotidianidad, pero entraña una maquinaria milimétrica, precisa y compacta. Sin percatarlo, el lector se va sumergiendo en una trama en la que van pasando personajes que son personas a quienes cualquiera puede encontrares al salir a la calle o al mirarse al espejo. Melva Lucy, El Suave, Cuadrado, Hildebrando, entre otros, componen un universo cotidiano en el que el lector va descubriendo que detrás de las cortinas están los remezones de una guerra que se resiste a morir.

En la novela aún no cesan las conversaciones del gobierno de Juan Manuel Santos con las Farc. Los personajes viven el día tras día: oyen sus canciones de música para planchar y hasta se encantan con las nalgas de Nadal, el tenista español. Uno que otro reguetón truena. Sin embargo, sabiéndolo o no, terminan por enfrentarse a un problema que los subsume a todos: nuestras formas de la guerra. Por todo lo cual cada conversación, cada descripción, cada investigación, cada giro de trama, le sirve a ese telos.

Cada oscura tumba ha sido catalogada por algunos de sus lectores como una novela negra. Según su autor, se trata de una obra que pertenece a este género, pero que no tiene policías ni detectives. Al contrario, hay seres humanos del común que al final se ven implicados en crímenes y en sus resoluciones, por cuestiones del azar o por decisión propia. Por tanto, está en ese canon de la tradición, al tiempo que se sale un poco: el contexto de la novela juega con el universo y las intenciones del autor.

El libro bebe de las obras y preocupaciones anteriores de Escobar Giraldo: hay personajes de sus novelas Saide y Destinos intermedios que se desarrollan o pasan tangencialmente. Aparece Aguasblancas, el nombre que alguna vez inventó para hablar de La Dorada y de municipios del magdalena medio. El autor ha dicho que inconscientemente Cada oscura tumba es la continuación de estas dos novelas anteriores, y que eso se puede ver en la cantidad de palabras de sus títulos.

La obra es una realidad creada para ser un espejo de nuestro país. Como dijo Fernando-Alonso Ramírez: “Cada oscura tumba demuestra que pocas formas describen mejor la realidad de su tiempo que la literatura”. Nos describe, entonces, esa zona gris y compleja de los rezagos de la guerra; nos plantea sin decirla una crítica sobre nuestros símbolos patrios y sobre parte de lo que somos como colombianos: preferimos una imagen estática –la de un himno anacrónico, por ejemplo– a la reflexión profunda de nuestros hechos más desalmados. Ahora que se habla de “paz total”, no puede haberla sin una autocrítica de nuestras responsabilidades en la guerra, para que las “herencias de otra edad”, como diría el himno del Ejército, no sean las heridas por la muerte de Ánderson.

19 de febrero de 2023

Publicado por julianbernalospina

Escritor. De formación politólogo con estudios de maestría en construcción de paz. Énfasis en escritura, literatura, periodismo e investigación cualitativa.

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